Søren
Kierkegaard: la subjetividad es la verdad
[...] Desde el punto de vista ético, la realidad es más
importante que la posibilidad. La ética quiere precisamente destruir
el desinterés de la posibilidad, haciendo de la existencia el
supremo interés. Por ello la ética desea impedir las tentativas
de confusión; por ejemplo, la que consiste en contemplar éticamente
al mundo y los hombres. No se puede, ciertamente, contemplar éticamente,
no hay más que una contemplación ética; la de sí
mismo. La ética estrecha su abrazo en un instante sobre el individuo,
exigiendo de él que exista éticamente. No charla ella
de millones de hombres ni de generaciones, no toma la humanidad en bloque,
lo mismo que la policía no detiene a la Humanidad pura. La ética
se entiende con el individuo, y, observémoslo bien, con cada
individuo. Lo mismo que Dios sabe cuántos cabellos hay en la
cabeza de un hombre, lo mismo la ética sabe cuántos hombres
existen, y el censo ético no se realiza para obtener una suma
total, sino por interés de cada particular. La ética se
exige a sí misma por cada individuo; tan sólo un tirano
o un hombre impotente se contenta con diezmar. La ética toma
al individuo y exige de él que se abstenga de toda contemplación,
y sobre todo de la del mundo y los hombres. Pues la ética, en
cuanto es lo interior, no se deja en absoluto contemplar por quienquiera
que se mantenga en el exterior, no se deja realizar sino por el sujeto
particular que puede saber lo que habita en él. Esto que habita
en el hombre es la única realidad que, por el hecho de que se
sabe algo de ella, no se convierte en una posibilidad y de la cual no
se puede saber algo porque se la piense, pues es la realidad propia
del hombre. De ella, en cuanto realidad pensada, es decir, en cuanto
posibilidad, sabía él algo antes de que llegase a ser
esta realidad pensada, mientras que no sabía nada de la realidad
de un otro antes de pensarla, es decir, de transformarla en posibilidad.
Para toda realidad exterior a mí, es cierto que yo no puedo cogerla
si no es pensándola. Si debiese proponérmela realmente,
haría falta que yo me transformase en el otro -aquel que la hace-,
haría falta que de esa realidad extraña hiciese la mía
propia, lo que es imposible. Si, en efecto, convierto una realidad extraña
en la mía propia, ello no significa que, por el hecho de tener
conocimiento de ella, yo me convierto en el otro, sino que eso significa
una nueva realidad que me pertenece, en cuanto soy diferente del otro.
Cuando pienso algo que quiero hacer, pero que todavía no he hecho,
esta cosa pensada, por delimitada que sea, a la que se puede, por otra
parte, llamar justamente, una realidad pensada, es una posibilidad.
Inversamente, cuando pienso algo que otro ha hecho, es decir, una cosa
real, retiro ese dato real de la realidad y lo transporto en la posibilidad,
pues una realidad pensada es una posibilidad y, desde el punto de vista
del pensamiento, más importante que la realidad, pero no desde
el punto de vista de la realidad. Esto señala a la vez que éticamente
no hay relación directa entre sujeto y sujeto, su realidad es
para mí una posibilidad, y esa realidad pensada se comporta,
en cuanto posibilidad, como mi propio pensamiento de algo que todavía
no he hecho; se relaciona con la acción correspondiente a ese
pensamiento.
Estéticamente e intelectualmente se puede decir que una realidad
no está entendida y pensada sino cuando su esse se halla disuelto
en su posee. Éticamente se puede decir que la posibilidad está
entendida cuando cada posee es en realidad un esse. Cuando la estética
y lo intelectual observan de cerca la cosa, protestan ante cada esse
que no es un posse; cuando se trata de la ética, condena cada
posse que no es un esse, es decir, un posse en el mismo individuo, pues
éste, éticamente, no tiene nada que hacer con otros individuos.
En nuestra época todo está confundido: se contesta lo
estético en idioma ético, la fe en idioma intelectual,
etc. Se sabe la última palabra de todo, y, sin embargo, no se
presta la menor atención al plano sobre el que cada problema
tiene su respuesta. En el mundo espiritual esto produce una confusión
todavía mayor que si, en el mundo burgués, un negocio
eclesiástico fuese resuelto por la comisión para el pavimentado
de las calles.
[...] ¿Qué es el pensamiento abstracto? Es el pensamiento
en el que no hay sujeto pensante. SI hace abstracción de toda
otra cosa que el pensamiento y sólo el pensamiento se halla en
su medio apropiado. La existencia no se da sin pensamiento; pero en
la existencia el pensamiento se halla en un medio extraño. ¿Qué
significa entonces plantearse problemas de realidad, en el sentido de
la existencia, en el lenguaje del pensamiento abstracto, puesto que
éste hace justamente lo contrario? ¿Qué es el pensamiento
concreto? Es el pensamiento en el que hay un sujeto que piensa, y un
cierto algo (en el sentido de algo único) que es pensado, allí
donde la existencia da pensamiento, tiempo y espacio al pensador que
existe.
La subjetividad es la verdad; la subjetividad es la realidad.
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Apostilla incientífica conclusiva a las "Migajas filosóficas",
R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos: edad contemporánea,
Herder, Barcelona 1990, p.32-34.
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