Sexto
Empírico: Bosquejos pirrónicos (selección I), el escepticismo
I, 1. Los que buscan algo, probablemente llegan a descubrirlo, o declaran
que no pueden descubrirlo y que es incomprensible, o continúan
buscándolo. Por ello en las investigaciones filosóficas
unos han pretendido haber hallado la verdad, otros han declarado que no
es posible alcanzarla, y otros la buscan aún. Los llamados propiamente
dogmáticos parecen haberla hallado, por ejemplo, Aristóteles,
Epicuro, los estoicos y otros; los que han probado que es imposible alcanzarla
son Clitómaco, Carneades y otros académicos; los que aún
buscan son los escépticos. Por ello parece que hay tres filosofías
principales: el dogmatismo, la academia y el escepticismo. Convendrá
a otros tratar de las dos primeras. Por nuestra parte, trazaremos un esbozo
de la orientación escéptica, después de advertir
que sobre ninguno de los puntos que tratamos tenemos la seguridad de que
sea enteramente como lo afirmamos, sino que informamos históricamente
sobre cada cuestión tal como nos parece por el momento.
I, 3. La orientación escéptica se llama zetética
por su preocupación por buscar y examinar; eféctica por
la disposición del escéptico después de la búsqueda;
aporética, o porque duda de todo y lo investiga todo, como dicen
algunos, o porque queda en suspenso entre la afirmación y la negación;
pirrónica, porque nos parece que Pirrón se entregó
al escepticismo de un modo más completo y manifiesto que sus predecesores.
I, 4. El escepticismo es
la facultad de oponer de todas las maneras posibles los fenómenos
y los noúmenos; y de ahí llegamos, por el equilibrio de
las cosas y de las razones opuestas (isostenía), primero a la suspensión
del juicio (epokhé) y después a la indiferencia (ataraxia).
I, 10. Los que pretenden que los escépticos niegan los fenómenos
me parece que no oyen lo que decimos. No negamos las impresiones que recibe
pasivamente la representación y que nos conducen involuntariamente
al asentimiento, es decir, los fenómenos. Siempre que buscamos
si el objeto es tal como nos aparece, concedemos que aparece. No ponemos
en duda el fenómeno, sino lo que se dice del fenómeno: y
esto es diferente del fenómeno mismo. Así la miel nos parece
dulce; lo admitimos, porque tenemos la sensación de dulzor. Investigamos
si la miel es dulce por esencia, porque esto no es un fenómeno,
sino un juicio sobre el fenómeno. Si proponemos argumentos contra
los fenómenos, los exponemos sin querer negar los fenómenos,
para mostrar la precipitación de juicio de los dogmáticos.
Pues si la razón es tan engañosa que casi sustrae a nuestros
ojos los fenómenos, ¿cómo no la consideraremos sospechosa
respecto de lo que es obscuro, si no queremos precipitarnos al seguirla?
I, 19. Empleamos unas veces la expresión "no más",
y otras "nada más". Algunos escépticos, en lugar
de decir "no más", dicen evocando la causa, "¿por
qué esto más que aquello?", ya que es habitual usar
preguntas en vez de proposiciones, así: "¿Cuál
de los mortales no conoce a la esposa de Zeus?", y usar proposiciones
en lugar de preguntas, así: "Me pregunto por qué hay
que admirar a un poeta." La expresión "no más
esto que aquello" señala la disposición en que estamos,
según la que, por la fuerza igual de las razones opuestas, nos
vemos llevados a una actitud de equilibrio. Entendemos por fuerza igual
la que existe para nosotros en lo que nos parece probable; por razones
opuestas, las que están en pugna entre sí, y por equilibrio,
la negación a dar un asentimiento en un sentido o en el otro. Aunque
la expresión "nada más" señala una afirmación
o una negación, no la empleamos así, sino indiferentemente,
en un sentido abusivo, en vez de una interrogación, o en vez de
decir: "No sé a qué dar y a qué no dar el asentimiento."
Nos proponemos mostrar lo que nos parece. Poco importa la expresión
que sirve para mostrarlo. Es necesario saber también que empleamos
la expresión "no más" sin afirmar absolutamente
la verdad o la certeza de la cosa, sino que decimos lo que nos parece.
1, 28. Respecto a todas las expresiones de los escépticos, es preciso
saber que no aseguramos que sean verdaderas, ya que afirmamos por el contrario
que pueden destruirse a sí mismas, puesto que están comprendidas
entre las cosas a cuyo respecto se emplean, igual que los purgantes no
sólo expulsan los humores corporales, sino que se ven arrastrados
con ellos. Decimos que nos servimos de ellas indiferentemente, o si se
quiere impropiamente, aunque no nos den a conocer propiamente las cosas
respecto de las que las empleamos. Al escéptico no le conviene
discutir sobre las palabras, y en particular nos resulta ventajoso que
estas palabras no tengan una significación propia, sino relativo
a alguna cosa. a saber, al escéptico. Además, debemos recordar
que no las usamos para todas las cosas en general, sino para lo que está
obscuro y para las cuestiones dogmáticas, y que decimos lo que
nos parece, sin afirmar nada de la naturaleza de los objetos. Así
creo poder destruir cualquier sofisma que se haga contra el vocabulario
escéptico.
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Bosquejos pirrónicos (selección), de R. Verneaux, Textos
de los grandes filósofos. Edad Antigua, Herder, Barcelona 1982,
p.105-107.
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