(fuki
nagashi)
Sé lo que es el arte del bonsái
al observarme
ningún
pretexto para exceder el espacio
y erguirme sobre la pedrada.
Visto el transito
lento y los cuidados mínimos
que exige el canon,
el reto que acontece y persiste en el estilo
barrido por el viento;
toda ley irregular de mis días y la lección de dominio
que traza la poda;
escueta porfía
que sobrevive
vigilada
en la yema del ápice.
Nada más
lejos de mi
que la adoración.
Por eso el declive o sesgo de potestad
a favor del primer golpe
que da el azote
de la borrasca.
*
Retrocediendo
de la biblioteca al escritorio
el Jabalí del monte
antes de ser cogido entre el perro
y el lobo
cierra la novela y remacha:
mis libros y yo en la misma pieza
como pepinillos en vinagre
*
El loro del Muladar
Este loro
no se posa en tu hombro y no canta.
Se queda al borde del alféizar
observando el muladar.
Los restos
terribles y comunes
de la bestia que comienza soñando
y termina en angustia.
El pobre que sueña demasiado
para tenerlo todo.
El jodido cernícalo que traga el cebo
y es caza.
Este loro alazán
Si ha de calcar el modo áspero e hilar
duro al borde del alféizar
morderá el pistacho, volcará
el agua de su alberca,
aporreará contra los aparejos
afines al ejercicio.
Puesto que
su chillido ha de ser reparo y no adorno.
El desolador eco de su paisaje.
*
Fui el
lazarillo de este ciego arte; albacea de una tosca arpillera
que a trazos de escofina devela un dulce morir soñándote
calcinado en versos que codicié cifrar, herí de ardor.
Pelusillas que ame mal y acopié de puño y letra en flaco
tomo;
virutas de luz que el viento dispersa a los riñones.
De
higiene