LOS PROMAUCAES. (*)
Eduardo Téllez Lúgaro
Magister en Historia con mención en Etnohistoria.
Universidad de Chile.
INTRODUCCION
El largo y ceniciento cauce a través del cual el río Maipo desciende y se funde al mar, configuraba hacia la época final de la dominación cuzqueña en Chile, la frontera austral del Tawanfinsuyo. Teniendo a la vista los prolijos estudios de Osvaldo Silva Galdames, quien cabalmente expone cómo y por qué ese río se constituyó en linde meridional del Imperio, sería una demasía volver a fatigar la senda que sus escritos han desbrozado con tanta aptitud. Luego, no nos mueve el afán de profundizar en la cuestión relativa a la constitución de la frontera. Nos interesa su derrumbe.
Con todo, creemos que una indagación en esta última dirección de todas formas ratifica al Maipo como línea fronteriza efectiva entre incas y "aucas" chilenos. No parece cosa tan estéril. Sabemos que esporádicamente se enciende la discusión en torno a la exacta posición del límite sur del Tawantinsuyo. Aportar, por tanto, algún antecedente esclarecedor a ese debate contribuye más a definirlo que a intrincarlo(1).
I. EL DESMORONAMIENTO DE UNA FRONTERA
Vale preguntarse aquí: ¿Cuán estable ha sido en el tiempo el linde político establecido en el Maipo? De momento es casi imposible decirlo. Cierto es, sin embargo, que debió suceder una fase en la cual tal estabilidad existió. Sería impensable imaginar que el alto mando cuzqueño se arriesgara a trasladar colonias, erigir dependencias, puentes y vías, levantar pueblos en las cercanías de la Angostura de Paine y establecimientos mineros en el Cajón del Maipo, en conciencia de que todo el sistema implantado en el borde fronterizo podría ser borrado en cualquier instante por una contraofensiva promaucae. Admitible es, por tanto, que en algún período rigió la estabilidad en la frontera. Lo dudoso es que haya llegado a alcanzar ese grado superior de desarrollo de los confines bien fundados: consolidarse. En este punto reside una de las facetas más difusas del tema. ¿En qué momento el limes peruano se triza y esfuma? Mucho temo que en esto no podamos pasar de meras conjeturas. Ciertas zonas del problema, no obstante, están libres de bruma. Es indesmentible, por ejemplo, que a la llegada de Valdivia la estructura material (poblados, puentes, instalaciones, etc.) que antaño sostuvo la línea de frontera incaica se encontraba en abandono. Las cosas diría Vivar, estaban en "ruinas", calificación que parece apuntar a un pretérito algo distante(2). Es hacedero que tal estado de dejación rigiera antes de Almagro. De los moradores del valle de Chile o de Aconcagua -entre los cuales se contaba alta burocracia quechua y una cuantiosa colonia incaica, estrechos cooperadores de los españoles en esta etapa- obtuvo el Descubridor informes precisos respecto de las tierras que lo esperaban adelante. Otro tanto haría Paulo Inca; éste debió conocer con mediana exactitud la posición de las avanzadas peruanas en el sur. El propio Calvo de Barrientos, hispano "indianizado" de Aconcagua, aportó datos de primer orden tocantes a la situación general del país que se pretendía someter(3). De todo ello, el Adelantado sacó en limpio que al sur del Mapocho, a partir de la comarca "picona", sólo existían
"quince a veinte pueblos (y que) cada uno tenía diez casas de gente muy pobre"(4).
Ninguna mención a las guarniciones, los colonos, y las potentes instalaciones incásicas de antes. De haberlas, es incomprensible que en el relato se las silenciara.
Las noticias no mentían. El propio emisario de Almagro, Pedro Gómez de Alvarado, en su batida por Chile Central las validó cabalmente. Tanto en la "provincia picona" como en las más australes, únicamente dió con pequeños caseríos, tan miserables como sus dueños(5). Es indudable que si no reparó en puestos y establecimientos peruanos, se debió a que éstos estaban desalojados o apenas subsistían vestigios. La frontera militarizada no se vislumbró. La razón es sencilla: había muerto. No nos ha sido dado saber el momento exacto en que ello ocurrió. Es admisible que tragedias intestinas como la gran guerra civil entre Huáscar y Atahualpa, y la empresa de Pizarro, tuvieran aquí su parte. Eruditos de la estatura de Markham sustentan que en la etapa final de la contienda andina los generales de Huáscar, ansiosos de tonificar sus ejércitos ante el avance de los quiteños, trasladaron tropas desde Chile y Tucumán(6). Barros Arana, a su modo, detectó también grandes mermas en las guarniciones peruanas de Chile. Parte de éstas, pensaba, habían sido transferidas a los Andes, estragados por la guerra interior(7). De manera difusa ciertos anales coloniales brindan algún apoyo a esas presunciones(8).
Si algo así llegó a suceder, lo más sensato es suponer que esos efectivos fuesen extraídos de las provincias de bajo riesgo. Desproteger la frontera sur en ese trance habría constituido un desatino. Calza con esto la aseveración de Rosales en cuanto a que las milicias retiradas por Huáscar de Chile fueron aquellas acantonadas en Copiapó(9). El efecto producido por la conquista española de 1532 debió ser, en cambio, de más envergadura. Se trata, de todas formas, de un proceso difícil de mensurar debidamente. Así, Miguel de Olaverría, en confusa semblanza, narra cómo, tras dominar Chile hasta el Bio-Bio y fortificar el río Claro, las legiones peruanas fueron empujadas hasta el Maule por una contraofensiva araucana. En sus orillas se batieron definitivamente ambos ejércitos; sobre el campo quedó la mayor parte de los imperiales. Los restos de aquella división en derrota, enterados providencialmente de la captura de Atahualpa por Pizarro, determinaron retirarse hacia las estepas patagónicas a través del paso de Putagán. Allí se habrían afincado, fundando próspera colonia(10). Sin duda, el relato es anómalo. En él coexisten elementos acaso fidedignos con otros notoriamente incongruentes o sencillamente falaces. se trata, que duda cabe, de una versión acomodada al atrayente mito de los Césares. Eran momentos en que la marea de la ansiedad hispana por dar con la ciudad áurea subía de punto. El relato de Olaverría venía, de consiguiente, a nutrir ese sentimiento en alza. Aún al precio de caer en discordancias que no podemos acoger sin reticencias. Difícil es consentir que las tropas incaicas derrotadas en el Maule, hostigadas y maltrechas, decidieran trasladarse a la región cisandina y fundar allí una vigorosa colonia. Un establecimiento tan fastuoso como inencontrable. El intento de acomodar los hechos es Patente; tanto que Olaverría calla la razón del por qué tropas desesperadas optaran por tarea tan descomunal, despreciando la razonable alternativa de refugiarse en los territorios situados al norte del Maule, los cuales, según el mismo cronista, tenían bajo dominio(11). Es por demás improbable que Huáscar, falto de hombres y bajo el acoso de las huestes quiteñas, hubiese autorizado una penetración en el indócil Chile meridional, empresa que podía costarle miles de vidas. Si el Emperador llegó a disponer el movimiento de divisiones peruanas de refresco, es sensato presumir que lo hiciera hacia el frente norte y no hacia sus espaldas.
La invasión pizarrista, no obstante, abatió el tronco del Tawantinsuyo. Difícil de creer es que afectada la raíz y la columna basal del mismo, los miembros salvaran ilesos. El lejano dominio de Chile no escaparía a ese destino.
Allí, después de la muerte de Huama Capac, la expansión meridional debió estancarse. Las querellas posteriores trocaron ese marasmo en deterioro. Parece pues indudable que en el reinado de Huáscar la frontera austral se marchita y fenece. Antes que alcanzara ese punto, la geografía política de Chile Central supeditada al incanato mostraba tres focos de implantación. Cada uno aparecía dotado de rango y funcionalidad política diversas. La primera de aquellas jurisdicciones se situaba en el valle de Chile; éste sirvió de sede al núcleo dirigente encabezado por Quilacanta, el más alto personero cuzqueño residente en el centro del país. Ese dato acentúa la primada que Aconcagua tenía en la distribución regional de poder. La segunda demarcación, localizada en el Mapocho y su entorno, en un primer momento careció de un rango político equiparable al de Aconcagua. Después de 1536 sirvió de asiento a la cúpula del incanato que se trasladó a su perímetro. Pronto se erigió en contrapeso de las autoridades locales de Aconcagua, por entonces alzadas contra aquellas que representaban al Tawantinsuyo. Antes de este conflictivo episodio, el Mapocho y sus términos parece haber constituido un activo centro de mitmaj y funcionarios estatales.
La tercera y última faja, comenzaba al sur del radio mapochino, extendiéndose hasta la ribera meridional del Maipo. A lo largo y en las inmediaciones de ese cauce se eslabonaban algunos emplazamientos defensivos, poblados y núcleos mineros (actual San José de Maipo) de frontera. Esta franja constituía el área de seguridad en el borde ulterior del Collasuyo. Marcaba el Paréntesis de separación entre el Chile incanizado y el transpaís alzado contra el imperio.
Conforme a Garcilaso de la Vega, la gran derrota que las legiones peruanas sufrieran en el Maule, tras una batalla de tres día con los purumaucaes, decidió a los imperiales a hacer de la línea de ese río una frontera militar(12).
Lo cierto es que se replegaron hasta las cercanías del Maipo. En 1541, los promaucaes tenían en su poder todas las grandes fortalezas territoriales de la cuenca rancagüina. No se menciona allí ningún puesto o fortín en posesión de los quechuas(13). La serie de baluartes consideraba la dilatada albarrada que cerraba el paso de la Angostura, la cual jamás lograron tornar los incas(14). Difícilmente habrían podido, en tales condiciones, sostenerse en el Maule las milicias andinas: Al producirse la invasión ibérica, la hegemonía cuzqueña se encontraba, por lo que se ve, en declarado proceso de retracción.
Sin duda, la empresa de Pizarro estimuló en las provincias periféricas del imperio tendencias separatistas. Chile y otras regiones del Collasuyo no fueron excepción en ello. En Atacama, por ejemplo, la etnia comarcana muestra enorme ferocidad con los "cuzcos" o auxiliares peruanos que acompañaban las expediciones hispanas, animosidad que parece traslucir un alto grado de resentimiento acumulado en los etnos vasallos. También en Chile Central una hostilidad creciente comienza a ganar a los nativos frente a los peruanos afincados en el suelo ancestral. No en vano el gobernador Quilacanta, sus mitimaes y "gentes de presidio" se ven obligados a desalojar el valle del Aconcagua, después de 1536. A ello lo fuerzan el hostigamiento de las poblaciones locales acaudillados por Michimalongo, antiguo curaca del valle. Sin negar que el castigar la ayuda prestada por los quechuas a la división del Adelantado fuese un motivo de tal acoso, no nos parece suficiente. Es evidente aquí un sordo resentimiento étnico dirigido hacia los resabios de una dominación que otrora fue resistida en Aconcagua(15). Se trata de una abierta insubordinación contra la autoridad tradicional del inca, encamada en sus personeros. Esta vez en la misma retaguardia de las avanzadas peruanas encargadas de una labor de gendarmería en la explosiva frontera meridional del Tawantinsuyo.
La merma del potencial militar incaico es visible. Se nota en la imposibilidad de Ouilacanta y sus huestes para sostenerse en el Valle de Chile. Son compelidos a replegarse al Mapocho. Sin embargo, allí el porvenir de la colonia se mostraba incierto. Vivar cuenta cómo al arribo de Valdivia se libraba una guerra "muy trabada" entre los jerarcas de Aconcagua y Mapocho(16). Mientras sucedía esto, las estructuras defensivas de la línea del Maipo se habían disipado. El "pueblo" inca y el puente cercanos a la Angostura se encontraban devastados(17). Las fuerzas cuzqueñas y sus aliados locales se hallaban aglutinados en el valle del Mapocho, defendiéndose del ataque de los aconcagilinos. En suma, habían perdido el magnífico Valle de Chile y el tradicional cordón defensivo que los protegía de los insumisos del sur. Como probaron en la misma época, los ejércitos promaucaes estaban en posición de trasponer el Maipo e ingresar en el mismo radio del Mapocho(18).
Los efectivos de Quilicanta constituían, por tanto, el último anillo incásico subsistente en Chile Central. Contrariamente a lo afirmado en orden a que la zona al sur de la Angostura se encontraba en proceso de conquista por el incario(19), el movimiento de fuerzas sigue una dirección inversa. Eran los "aucas" de la orilla austral del Maipo, de consuno o por separado de Aconcagua, quienes estaban en posición de asediar los últimos reductos incas del Mapocho, e incluso, de ponerlos en riesgo. Acaso por ello es que Ouilicanta se animó a pactar alianza con Valdivia en los comienzos. Si más tarde se volvió contra éste, fue porque las condiciones objetivas se habían tomado propicias a un entendimiento político con aconcaguas y promaucaes. A unos y otros les interesaba ahora degollar a los españoles más que a los peruanos. Todo el conjunto étnico comarcano se inclinaba a formar liga contra los blancos y extirparlos de raíz. Quilicanta vislumbró aquí la posibilidad de hacer saltar el yugo hispano y restablecer el equilibrio político local, ingresando en la coalición. En una palabra: traicionar a Valdivia(20). Se jugó en ello el doble o nada. Obtuvo únicamente lo último. La espada de Inés Suárez, como sabemos, lo arrancó de esta vida durante el masivo ataque indio a Santiago, en 1541. Con su extinción abandonó la escena el último gran caudillo cuzqueño en la extremidad sur del Collasuyo, si excluimos a Vitacura.
Antes que la muerte lo tomara, Quilicanta poseía todavía un contingente respetable a su vera. Conservaba, además, parte del prestigio que su linaje de noble cuzqueño le acordaba. Tanto es así que contaba con la nada despreciable lealtad de 11 relevantes caciques mapochinos y sus parcialidades respectivas(21). Disponía asimismo de fuerza armada propia. Parte de ella -unos 400 hombres escogidos- fue ofrecida por el noble cuzqueño a Michimalonco, una vez que se determinó a confabularse contra Valdivia. Pero el fasto y el poder de ayer habían pasado de este mundo. Descubierto y prisionero ni su condición nobiliaria ni su capacidad negociadora pudieron evitar que se le decapitara.
En la fase en que todavía mantenía alianza con Valdivia, requirióle éste usar su influencia con aborígenes autóctonos, con el fin de allanarlos a definirse por la paz o la guerra. Valdivia se lo pedía en el entendido de que el peruano
"había gobernado aquella tierra y tenía tanta mano en ella"(22).
El funcionario quechua dio entonces una réplica reveladora al extremeño. Por mucho que ella disfrace cálculo político, no está lejos de la realidad que vivía el Tawantinsuyo en el confín austral. En la ocasión dijo Quilicanta:
"que él no era ya parte para lo uno ni para lo otro, por no ser obedecido después que entraron los españoles"(23).
Si la contestación del notable rebajaba intencionalmente la influencia que aún conservaba, no mentía respecto al estado político imperante al sur del Mapocho. ¿Cómo se conformaba éste? Una respuesta que persiga precisión no debe perder de vista el cuadro étnico allí imperante, a sabiendas que los propios cuzqueños contribuyeron, astutamente, a desfigurarlo.
II. LA "FRONTERA SALVAJE"
Derrotados los ejércitos andinos en su avance hacia Chile meridional, dieron en llamar pururnaucas a los tribeños que ejecutaron la hazaña de contener su paso(24). El alcance semántico de la nomenclatura aplicada por los incas a sus vencedores se ha prestado a presunciones. El cronista Gerónimo de Vivar indica que la palabra primigenia era pomaucaes, la cual traduce confusamente como "lobos monteses", símil sin duda discutible si reparamos en la zoología chileno-peruana, donde tal especie no tiene cabida. Probablemente, la traducción más correcta del término en cuestión sea la de "los no sometidos enemigos", conforme consigna el Vocabulario de González Olguin (1608); aunque parece acertada la versión que de este vocablo hace Moesbach, quien asevera procede de "puruma" (salvaje) y "auca" (enemigo, rebelde). Los peninsulares distorsionaron la pronunciación y grafía del término. Así, algunos como Vivar hablan de pormocaes. Otros, es el caso de Ovalle, de promocaes, forma que también acepta Rosales. Valdivia escribía indistintamente poromabcaes, promaocaes y poromaucaes. Mariño de Lovera, a su vez, lo anotaba como paramocaes. En Ercilla, en cambio, encontramos el término promaucaes, versión que a la postre se impuso en el vocabulario corriente y de allí pasó a la literatura etnográfica. A fines del siglo XVIII se seguía utilizando para nominar a la población de la cuenca rancagüina, aunque con menos frecuencia(25).
Fundado en antecedentes que, con seguridad obtuvo de fuentes peruanas o de indígenas incanizados, así como en sus propias indagaciones, Vivar compuso la siguiente pintura de los promaucaes:
"Esta esta provincia de los pormocaes que comienza de siete leguas de la ciudad de Santiago, que es una angostura y ansi le llaman los españoles estos cerros que hacen una angustura. Y aquí llegaron los ingas cuando vinieron a conquistar esta tierra, y de aquí adelante no pasaron. Y en una sierra de una parte de angostura hacia la cordillera toparon una boca y cueva, la cual está hoy en día y estará. Y de ella sale viento y aún bien recio. Y como los ingas lo vieron fueron muy contentos, porque decían que habían hallado 'guaira huasi', que es tanto como si dijese 'la casa del viento'. Y allí poblaron un pueblo, los cuales cimientos están hoy en día, y no digo de ellos por estar tan arruinados.
Y de aquí hasta el río de Maule que son veinte y tres leguas es la provincia de los pormocaes. Es tierra de muy lindos valles y fértil. Los indios son de la lengua y traje de los de Mapocho. Adoran al sol y a las nieves, porque les da agua para regar sus sementeras, aunque no son muy grandes labradores.
Es gente holgazana y grandes comedores. Y los ingas, cuando vinieron (a) aquella angostura, de allí los enviaron a llamar los ingas, y venían a servirles y huianseles que no se podían averiguar con ellos. E preguntándoles qué era su vida o qué manera tenían de vivir ellos se lo contaron, y cómo sembraban my poco y se sustentaban el más del tiempo de raíces de una manera de cebollas que tengo dicho, y de otra raíz que llaman ellos 'pique pique', que es una manera de castañas piladas, salvo que no tienen el gusto que ellas, y blancas... Visto los ingas su manera de vivir los llamaron pomaucaes, que quiere decir lobos monteses, y de aquí que quedaron pormocaes, que se ha corrupto la lengua, porque de antes se llamaban picones porque estaban a la banda del sur y al viento sur llaman pico(26).
Refiriéndose a los mismos aborígenes, Mariño de Lovera apunta antecedentes que poco difieren de los antes citados. Hablando de la impresión que se formó Valdivia de la provincia promaucae, sostiene el cronista que:
"... no fue poco el contento que recibió de hallar una tierra tan fértil y abundante de todas las cosas, así de mantenimiento para los hombres y pasto para los ganados como de ríos fuentes y manantiales. Y así, después que la poblaron los españoles hay en ellas muchas viñas y las demás frutas de Castilla. Y es muy regalada de cosas de casa, de volatería y cetrería, en particular de venados, que se cogen en grande abundancia, por lo cual los indios no se curaban antiguamente de darse a cultivar sus tierras contentándose con las aves y otros animales que cazaban, gustando más de ser flecheros que labradores, y así eran tan diestros en tirar de puntería que tuvieron los españoles bien que hacer para rendirIos(27).
El abandono casi absoluto de las tareas agrícolas, de las que nos habla Mariño de Lovera, no llegó en verdad a niveles tan extremos. En los primeros documentos de encomiendas y donaciones concernientes a la región promaucae se estipula la existencia de sembradíos e incluso acequias para su riego; de otro modo no se entiende como tan rápidamente lograron los promaucaes constituirse en productores de trigo, apenas Valdivia pacificó su país(28).
En orden a los limites que Vivar fijó a la provincia promaucae es de rigor establecer algunas precisiones. Según su demarcación aquella se extendía entre la Angostura de Paine (33º 56' S.) y el río Maule (36º 10' S.), aproximadamente. El último linde no parece estar en desacuerdo con la realidad. No hay duda que ese río marcaba una separación efectiva entre promaucaes y maules, como llamaban los ibéricos a los aborígenes afincados en la orilla meridional de ese cauce. Es suficiente con reparar en un solo hecho. En 1544, Valdivia envió al territorio promaucae a Francisco de Aguirre con la misión de contener a sus habitantes que buscaban alcanzar la ribera sur del Maule. Se intentaba forzarlos a regresar a sus comarcas ancestrales. La operación perseguía que
"Los indios maules viendo aquello y que les corrían la tierra, no consentirían a los Pormacaes en su tierra"(29).
Valdivia insistía en que las tierras genuinamente promaucaes se situaban al norte del Maule(30). Vivar, según se ha visto, ratifica que entre los maulinos se conceptuaba foráneos a los indígenas de la ribera boreal. Los aborígenes establecidos entre el Maule y el Itata, conocidos localmente como mueles, cauquenes y con otros topónimos locales(31) eran, al parecer, menos feroces que los promaucaes. Si éstos resistieron tres años a Valdivia, maulinos y cauquenes no retardaron, en cambio, la Conquista. Valdivia atravesó expeditamente sus tierras, sin librar batallas de monta. La situación sólo cambió al acercarse al Itata(32).
En lo que dice relación al contorno septentrional de la región promaucae su configuración, al menos en el terreno étnico no es tan preclara. Los puntos en penumbra se refieren directamente a la identidad y lindes étnicos de los llamados "indios picones". De ellos hablamos algo antes, a propósito de la incursión de Almagro, quien hizo reconocer la comarca que habitaban.
Su demarcación es imprecisa. Horacio Larrain opina que ella debió situarse al W., NW y SW del valle del Mapocho; aparte de la costa cercana habría cubierto las tierras que se extendían hasta el Maipo. En su órbita se incluirían los distritos de Melipilla, Mallarauco, Casablanca, Puangue y algunas localidades del litoral aledaño(33).
Su centro étnico más eminente parece haber radicado en el pago de Pico, situado en las cercanías de Melipilla. Precisamente, setenta indígenas picones fueron encomendados al obispo Rodrigo González Marmolejo, por Valdivia(34). Tuvo más tarde el disfrute de la encomienda, Antonio González Montero, sobrino del eclesiástico(35). En el siglo XVIII, existía en las cercanías de Pomaire, el pueblo de Pico, ubicado en la hacienda del mismo nombre, a unos 8 kms. al N.O. de Melipilla (33º 38 S.; 68º 42' O.)(36).
Probablemente, Pico fue una cabecera de relieve, desde que un cacique con ese nombre aparecía entre las "cabezas" excelsas del Reino, en tiempos de Valdivia(37).
En otro orden, el mismo conquistador donó a Juan Bautista Pastene una encomienda, en 1550, en la que se incluyeron
"Los caciques llamados Antequilica e Chumavo o Catalogna con todos sus indios... que tienen su tierra en la provincia de los picones e valle llamado de Poangui... con más las tierras e asiento que tienen los dichos caciques cerca del río Maipo, llamado Pico, para sembrar los años que son de sequía que por no tener agua el valle dicho de Poangue van allí a sembrar e lo tienen por suyo de tiempos pasados"(38).
Pero los linajes picones no dominaban únicamente terrazgos en la ribera boreal del Maipo. En la cédula de encomienda, formalizada el 11 de julio de 1546, en favor de Inés Suárez, Valdivia asignó a su antigua amante
....."el cacique llamado Puriponaval, con todos sus indios, que tienen su asiento en los poromaucaes, como los tenía Lope de Landa, y se los sacastes por pleito, que eran subjetos a Atunguillonga, como pareció; y más el cacique llamado Melipilla, con todos sus principales, indios y subjetos, es picón y tiene su tierra en los poromaucaes y desa parte del Maipo, y sus principales Lepiande y Condeande y Lianadano y Covlauquén y Ratapiuche, con sus pescadores e indios, como los tenía Francisco Martínez, con tal que dejéis al dicho Francisco Martínez las piezas que tuviere por cédula mía del dicho Melipilla; y deposítoos estos dichos caciques con mil y quinientos indios de visitación... "(39).
La dependencia de los pescadores citados en la cédula no debe entenderse en términos de sometimiento político a un núcleo étnico centralizado, al modo de las sociedades andinas. Se trata de "principales", esto es cabezas de familia, con sus respectivas parentelas que, probablemente, reconocían en Melipilla al jefe del linaje. En el engranaje de parentesco, por lo visto, se incluían las agrupaciones establecidas en la costa cercana. Es un hecho comprobado que comunidades marítimas trasladadas a la quebrada de Calbún, situada entre Maytencalán y Acuyo de Córdoba, estaban enlazados con los picones de Melipilla(40).
No estamos aquí en presencia de una "línea de mando", jerarquizada y compleja. Es una red de parentesco que integra y unifica lealtades. Su cabeza visible es Melipilla. Es claro que los miembros del linaje asentados en el país promaucae participan de la trama social. La vinculación que mantenían con Melipilla llevó a los españoles a "personificar" la propiedad en el cacique. Erróneamente, aparece cual dueño privativo y exclusivo de las tierras y de "sus indios" en los promaucaes. Notablemente, los caciques picones surgen ante los ibéricos como puntos de referencia de un hábil sistema de manejo y explotación de ecozonas diversas. Dicho tejido integraba áreas ecológicas variadas, entre las cuales se consideran desde nichos marítimos hasta tierras labrantías, recursos hidrológicos y, probablemente1 cotos de caza y recolección en el interior. Por cierto, en una y otra orilla del río Maipo(41).
Hay testimonios de que los picones señoreaban tierras dispersas en parajes como Cancha, Tunca y Paico (el cual se hallaba al S.O. de Talagante(42)). Los indígenas de Huechún, a su vez, contaban con parientes en el paraje costero de Ducaduca(43).
Para Mario Góngora, los picones se dividían en parcialidades que los ibéricos diferenciaron de acuerdo a los nombres de sus caciques. En lo sustancial
"Estos grupos no vivían concentrados cada uno en una comarca sino que poseían varios pedazos de tierra distantes entre sí; y también se observaba en algunos el desplazamiento estacional en los años de sequía"(44).
Es claro que un grupo étnico como el descrito, capaz de operar en un contexto territorial de gran amplitud, poseía un alto grado de habilidad para ejercer señorío sobre tierras y ecozonas dispersas, sin perder por ello su cohesión etno-social. La última aparece aquí fuertemente ligada a las relaciones de parentesco y a la identidad cultural. No es extraño así que en los escritos coloniales se aluda a caciques picones residentes en el lado norte del Maipo que mantienen predios en los promaucaes.
Desde una perspectiva etno-cultural el hecho es trascendente. Téngase presente que Vivar es categórico al afirmar que
"los picones son los que agora se dicen pormocaes"(45).
Vimos anteriormente que al fundamentar el origen de la nomenclatura en cuestión, Vivar fue todavía más concluyente en cuanto a que los promaucaes
"de antes se llamaban picones"(46).
No olvidemos que el nominativo no es un gentilicio vernáculo. Constituye una categoría impuesta por el lenguaje del invasor y su sentido no deja de resultar avieso. Esa demarcación servía para perfilar, desde la perspectiva cuzqueña, a un sujeto étnico refractario al Tawantinsuyo. No designaba un etno aborigen de cultura radicalmente opuesta a la de sus congéneres del centro de Chile. De hecho, los promaucaes se autopercibían, etnográficamente hablando, no del todo distintos de las sociedades mapuches más septentrionales. Particularmente, con los picones de la orilla boreal del Maipo.
Es probable que antes de la invasión incásica los picones de ambas riberas conformaran una unidad étnica más vasta. La conquista peruana produjo una segregación abrupta de la porción septentrional de la región picona, la cual se dividió mediante un corte político ficticio. Esa fisura separó los componentes étnicos del conglomerado picón, tomando el curso del Maipo como base general de división. Los picones meridionales (respecto del río), fortificados en la Angostura, impedían hacia la Conquista cualquier intento de penetración quechua en el centro del país. La semblanza escrita por Vivar trasluce cual era la mixtificación cultural que, atendiendo a esa realidad, generó el Tawantinsuyo. Los cuzqueños dieron a conocer que en la Angostura empezaba otro Chile; el país auca. Tras ella encubrían fieras montaraces, mimetizadas en la bruma bárbara. Habituados secularmente a concebirse a sí mismos como la civilización por excelencia, en el horizonte de las cuatro esquinas del mundo, para los quechuas toda forma de resistencia sostenida a la Pax Inca era un signo de oscurantismo. Equivalía a convertirse de inmediato en purum, en "salvaje". Se comprende que Garcilaso de la Vega se dé tiempo para remembrar que poco antes de la batalla del Maule, al trabarse negociaciones entre incas y promaucaes, los primeros insistieron que llegaban a
"darles manera de vivir de hombres"(47).
En consecuencia, aceptar los términos con los cuales pretendía el Tawantinsuyo justificar (o disfrazar) los fundamentos éticos y culturales de su acción expansiva, importaba nivelarse a lo auténticamente humano. oponerse era menoscabarse como humanidad. De allí que el Maipo no aparezca únicamente cual frontera política. No, para el Inca el río dividía dos realidades más vastas. Ese cauce separaba, en verdad, "civilización y barbarie", desde luego, dentro de su concepción cuzcocéntrica del mundo.
En los hechos, la realidad era menos esquemática. los promaucaes de los incas mantenían cercanas relaciones con los picones de la porción sometida al Imperio. los peninsulares se mostraron confundidos ante la extensión que adquirían tales vínculos. El propio Vivar se advierte sorprendido al contemplar el alcance y fluidez que exhibían las relaciones establecidas entre los conglomerados autóctonos de ambas riberas del Maipo. Así, los "civilizados" (léase incanizados) mapuches de Aconcagua o del Mapocho no sentían la menor aversión a coaligarse militarmente con los "bárbaros" promaucaes; o, inclusive, a otorgarles participación en juntas políticas decisivas(48). Es más, los promaucaes no oponían barda alguna al ingreso de "mapochoes" a sus tierras; o aún a ofrecerles parte de las mismas con el propósito de librarlos del hostigamiento hispano(49).
En suma, la "frontera bárbara" constituyó una divisoria política y cultural para el incanato; no para las tribus comarcanas. Tal frontera era a la par una categoría política-ideológica, edificada y divulgada para aminorar el fracaso de una expansión y justificar por adelantado la exagerada subestimación cultural de las gentes que hicieron posible el fiasco.
En ese marco fronterizo no carece de fundamento la aseveración de Vivar en cuanto a que los promaucaes de su tiempo no eran otros que los antiguos picones. El grado de parentesco etnocultural entre picones y promaucaes es mucho más estrecho de lo que los incas se encontraban dispuestos a admitir. La inserción de guarniciones y colonias foráneas en tierras piconas de la ribera boreal del Maipo por parte de los mandos peruanos podría engañar a cualquier observador desprevenido. Al primer golpe de vista uno tiende a registrar marcadas diferencias entre los patrones culturales de las agrupaciones extranjeras o transculturadas y los conglomerados nativos más refractarios a las influencias incásicas. Naturalmente, desde tal perspectiva, el estadio cultural de los mapuches parapetados tras la angostura necesariamente parecería más burdo y primitivo. En apariencia no es faltar a la verdad decir que el modo de vida de los promaucaes era más tosco comparado con los de entidades mapuches más septentrionales, como las del valle de Aconcagua que exhiben influjo diaguita en diversidad de facetas.
No obstante lo anterior, es innegable que las estructuras sociopolíticas, lingüísticas, residenciales y otros rasgos de los promaucaes denotan semejanzas con aquellas prevalecientes entre los núcleos aborígenes del Mapocho y de la zona de Pico que fueron menos tocados por el proceso aculturativo inca-mapuche(50).
Ese nivel de cercanía etnosocial torna posible que una fraccion de la población picona nortina, al producirse la invasión incásica atravesara el Maipo y se refugiara en la cuenca rancaguina. Si en 1541 y en los años que siguen los "mapochoes", pese a la presión española, hicieron o, a lo menos, intentaron algo semejante, no vemos razón para que los picones de la región incanizada no pudiesen emprender otro tanto, dada su mayor cercanía con la Angostura. Por entonces, las tribus piconas asentadas desde Paine al mediodía, según hemos visto, eran denominadas promaucaes por los mismos peninsulares que aceptaron, de hecho, el criterio clasificatorio impuesto por los incas. De modo que la parte de los picones que se trasladó a la zona austral del Maipo, por extensión, pasó a la condición de "bárbaros no sometidos", perdiendo así su antiguo gentilicio de picones. En los españoles esta era una forma, como cuaquier otra, de deformar la realidad etnográfica mediante el trastrocamiento lingüístico.
Todo lleva a presumir que el limite norte de la región picona fue oscilante. Al quedar segregada de ella la sección boreal, controlada por el Tawantinsuyo, el territorio picón "libre" se empezaba a configurar a partir de la Angostura. Al replegarse los andinos desde al Maipo al Mapocho, después de abandonar su infraestructura fronteriza, la zona de seguridad erigida en las posesiones piconas, volvió, parcialmente, a ser dominada por su población originaria. En ese trance ella debió estar formada por los núcleos picones que lograron mantenerse en la orbita incásica sin ser desalojados o expropiados por los cuzqueños, así como también por las parcialidades piconas retornadas desde el país promaucae. En la época de fundación y primer asedio mapuche a Santiago, en una de las mayores amenazas para la seguridad de la emergente capital colonial la presentó la facilidad y profusión con la que actuaban en la ribera norte del Maipo y sus inmediaciones los ejércitos promaucaes. Era notorio a esa altura que ellos habían recuperado parcialmente la iniciativa en lo que fuera la vieja franja de seguridad incásica(51).
Vemos cuan presto los ibéricos verifican cómo los caciques y linajes picones aparecen en posesión de un enjambre de predios agrarios y ecozonas, dominios a través de los cuales se mueven organizada y fluidamente. Esa libertad de movimiento no debió ser, desde luego, tan acusada mientras los incas hicieron de aquella parte de Chile una franja militarizada. Desconocemos exactamente el grado en que la colonización inca alteró la estructura tradicional de tenencia agraria y los niveles demográficos de la población local. Hasta donde se puede ver, no se registra una desarticulación radical del sistema de propiedad ancestral. En la primera fase de la conquista hispana los caciques picones regulan las tierras del linaje y éste saca el mayor partido posible de los recursos zonales. Se identifica, incluso, a caciques de la talla de Millacasa, quien aparece ante los peninsulares señoreando el valle del Maipo de "mar a cordillera"(52).
El que las redes de interacción de núcleos como el de Melipilla se extiendan hasta los promaucaes, revela que el "corte" fronterizo impuesto por los incas no desestructuró decisivamente la trama de relaciones interétnicas, tendidas como un puente invisible sobre el "río-límite". Es una prueba más de que entre el Maipo y el Maule la implantación cabal del Imperio nunca se consumó. Una cosa es que ese tramo haya sido penetrado por las milicias andinas y otra muy diversa que el Tawantinsuyo echara allí cimientos sólidos. Si como lo verificara O. Silva, las pautas típicas de la dominación incásica no están presentes en el Mapocho, es esperable que más al sur sencillamente no existiesen.
CONCLUSION
Parece haber una indudable correlación étnica entre picones y, al menos, una parte de los promaucaes históricos en el marco de la dominación peruana al sur del Mapocho. En ese escenario, la administración cuzqueña, pese a que logra conformar una demarcación fronteriza militarizada ceñida a la línea de desarrollo del Maipo, no logró anular la interacción y lazos preexistentes entre las comunidades piconas sitas en los territorios separados por el río.
Hacia la conquista hispana se distingue un nítido retroceso de las avanzadas que el Tawantinsuyo mantenía en su límite fluvial extremo. Salvo el Mapocho y sus términos, al arribo de los castellanos de Valdivia los antiguos dominios imperiales o las áreas sobre las cuales ejerció influencia el incanato se habían perdido. Las huestes nativas asediaban entonces al último conglomerado de monta que los peruanos conservaban en el confín del Collasuyo. En consecuencia, en la última época, de ningún modo hay expansión incaica. La tendencia es abiertamente hacia la contracción espacial y política. En la segunda mitad del tercer decenio del siglo XVI, los incas combaten, es cierto, pero ahora no para conquistar sino para defenderse desesperadamente de los conquistadores.
El desgaste y el posterior desmoronamiento del trazado fronterizo incásico debió comenzar una vez muerto Huama Capac. En los 10 años que anteceden a Almagro, la disolución del extremo austral del imperio inca era un hecho previsible al interior de su geografía política. Más tarde, envueltos ya en el proceso desintegrativo, los picones manifiestan una pronunciada recuperación de la iniciativa propia en la franja evacuada por el Inca. Con todo, ese proceso debió sufrir la limitación y las reformulaciones inevitables que introdujo la invasión peninsular; particularmente, a través del sistema de encomiendas y expropiaciones agrarias.
No quisiéramos terminar este estudio sin antes efectuar una precisión significativa. En cuanto a picones y promaucaes, debemos estar prevenidos en contra de las simplificaciones. Verdad es que unos y otros manifiestan cierto nivel de identificación étnica. Más, correríamos alto riesgo al pensar que la totalidad de las gentes afincadas entre la Angostura y el Maule eran, en pleno, una y la misma cosa, con los picones boreales. Muy poco es lo que al presente sabemos de los promaucaes prehistóricos como para avanzar opiniones categóricas. La misma arqueología regional padece de una endémica ausencia de registros esclarecedores. Y lo que en el orden arqueológico hasta el presente se ha rescatado se perciben más contrastes y diferencias locales marcadas que una férrea homogeneidad cultural en el país que habitaron los promaucaes. El Complejo Aconcagua, por ejemplo, ha dejado huellas difusas al sur del Maipo; y estos testimonios se toman más exiguos pasado el Cachapoal. En este valle, a su vez, la población ocupante manifiesta una clara tendencia a la autonomía local, circunstancia que en lo cultural la distingue netamente de otros conglomerados étnicos de la región.
Por demás, la aparición en la provincia promaucae de la cerámica Centro Sur, un tipo alfarero presente también en los territorios mapuches más australes, deja la impresión que, como bien puntualizara Latcham, en el territorio promaucae nos enfrentamos a una auténtica "transición estilística". No es improbable que esa diversidad sea el fruto de una verdadera "transición cultural", hecho que explicaría parcialmente los contrastes anotados. Acaso, antes de la llegada del incanato los grupos establecidos entre el Maipo y el Cachapoal debieron estar más cerca de asumir determinados patrones cerámicos y estilísticos de las poblaciones aconcagua próximas al Maipo, que las gentes radicadas al sur del Cachapoal. Ello es perfectamente congruente con la variedad e intensidad de las relaciones que se entablan entre "mapochoes", "picones" de la ribera norte del Maipo y promaucaes o "antiguos picones" de la orilla contraria durante la Conquista.
De cualquier forma, los contrastes consignados demuestran que al penetrar en la prehistoria promaucae bueno es conciliar el tiento con el rigor.
Si tuviésemos que arriesgar una hipótesis nos inclinaríamos por la más moderada; esto es, presumir que el conglomerado picón residente a partir de la ribera meridional del Maipo estuvo, en su mayor parte, situada en el tramo que media entre ese punto y las cercanías del Cachapoal. La arqueología sugiere que los núcleos promaucaes establecidos desde este valle hasta el Maule en la prehistoria presentan particularismos locales, prácticas mortuorias y estilos cerámicos que no calzan del todo con las tradiciones culturales y alfareras de las gentes que habitaban el norte del río Maipo. En el mismo valle del Cachapoal se aprecia en tiempos tardíos prehispanos la subsistencia de elementos "tempranos" de los complejos culturales Bato y Llolleo (urnas y tembetás). Al mismo tiempo, se distingue entre la gente del valle el empleo de pipas, rasgo que las vincula con las culturas indígenas más australes. Además, es posible que los aborígenes del Cachapoal hayan preservado sus modos de vida y soluciones estilísticas
"incluso hasta el contacto hispano"(53).
Los incas, primero, los hispanos después, nos habituaron a ver en los núcleos étnicos que formaban la entidad promaucae una masa indivisa e invariable en el plano de su estructura cultural.
Lo real es que los testimonios de la prehistoria regional denuncian un panorama más diverso. Dichas peculiaridades no dejan de tener significación a la hora de vincular a picones y promaucaes. Por el momento no podemos aceptar que "toda" la población promaucae sea picona, o viceversa. En cambio, sí es postulable que una fracción de ella, la situada en ciertos sectores de la mitad septentrional de la provincia rebelde lo fuera en propiedad.
NOTAS:
(*) Los antecedentes utilizados en este estudio forman parte del proyecto Nº 90-0673, financiado por Fondecyt, institución a la cual agradecemos autorizarnos a difundirlos.
(1) Las excavaciones que se llevan a cabo en la fortaleza del cerro La Compañía, cercano al río Cachapoal, replantean, a nuestro juicio, el problema relativo al punto máximo que alcanzó la expansión meridional de Tawantinsuyo. Sin embargo, de ninguna manera cuestionan de modo definitivo la posición de la frontera tardía del Imperio.
(2) Cronica y Relación Copiosa y Verdadera de los Reinos de Chile (1558), Madrid, 1988:163; 240-241.
(3) Alonso de Cóngora Marmolejo, Historia de Chile (1575), Madrid, 1960: 81.
(4) Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias (1557), Colección de Historiadores de Chile (en adelante CHch), Stgo., 1901, XVII: 325.
(5) Ibid.
(6) Historia del Perú, Lima, 1952: 49-50.
(7) Historia General de Chile, Stgo., 1884, I: 64-66.
(8) Miguel de Olaverría, "Informe sobre el reino de Chile, sus indios y sus guerras (1594)". Colección de Documentos Inéditos para la Historia de Chile de J.T. Medina (en adelante CDIHCh), Segunda Serie, IV: 399. Historia General del Reino de Chile (1670), Stgo., 1989, I: 304-305.
(9) Loc. Cit.
(10) 1594: 399.
(11) Ibid.
(12) Comentarios Reales (1609), Lima, 1967: L. VII, Cs. XIX-XX.
(13) CDIHCh, Primera Serie (en adelante la.) VII: 271; XII: 43; XVI: 118, 185; XVIII: 97-98.
(14) Vivar, 1558: 153-160.
(15) Para Atacama vid. Eduardo Téllez, "La Guerra Atacameña en el siglo XVI." Estudios Atacarneños Nº7, San Pedro de Atacama, 1984: 399-417. El caso de Aconcagua en Vivar, 1556:102-103.
(16) 1558:102.
(17) Ibid.: 163, 240.
(18) Ibid.: 132-133.
(19) Rubén Stehberg, La fortaleza de Chena y su relación con la ocupación incaica de Chile Central, Stgo., 1976: 34.
(20) Rosales, 1670, I: 362 y ss.
(21) Vivar, 1558: 102.
(22) Pedro Mariño de Lovera, Crónica del Reino de Chile (1595), Madrid, 1960: 263.
(23) Ibid.
(24) Garcilaso de la Vega, 1609: L. VII, C. XIX.
(25) Ernesto Moesbach, Voz de Arauco, P. Las Casas, 1976: 198, extiende, erróneamente, el hábitat de los promaucaes hasta el Bio-Bio.
(26) 1558: 240-241. Respecto a la asociación entre la voz picones y el viento parece del todo inexacta. Se trata, tal vez, de un error de traducción del cronista. En mapudungún viento sur se designa con el término waiwen küraf o con el de williküraf. De todas formas, careciendo de vocabularios coloniales relativos a la lengua mapuche hablada en la zona de Santiago y sus variantes dialectuales, no puede descartarse que se trate de un uso lingüístico local.
(27) 1595: 263-264.
(28) Actas del Cabildo de Santiago (en adelante ACS), CHCh, Stgo. 1861, I: 319-320.
(29) Vivar, 1558:177.
(30) Cartas de Pedro de Valdivia, Madrid, 1960: de Valdivia al Emperador, 4/09/1545: 9-10.
(31) Francisco Núñez de Pineda, Suma y Epílogo (1675), Stgo., 1984: 82-83.
(32) Mariño de Lovera (1595): 269-270; 301.
(33) Etnogeografía, Geografia de Chile, Inst. Geog. Militar, Stgo. 1987; XVI: 147. El profesor Larrain efectúa en este trabajo una extensa y atrayente indagación acerca de la población picunche, adoptando el criterio de dividirla entre picunches septentrionales y meridionales. Los últimos son identificados con los promaucaes. Dedica también un estimulante análisis a la cuestión concerniente a la identidad de los picones.
(34) CDIHCh, la., XI: 319 y 356; 444-446.
(35) Ibid.
(36) Enrique Espinoza, Geografia Descriptiva de la República de Chile, Stgo., 1903: 273.
(37) Mariño de Lovera, 1595: 272.
(38) CDIHCh, la., XVIII: 445.
(39) El original en Archivo Nacional, Real Audiencia, Vol. 310. Fide Domingo Amunátegui. Las Encomiendas de indígenas en Chile, Stgo., 1909, II:10.
(40) Ginés de Lillo, Mensuras (1603-1604), CHCh, Stgo., 1942, XLIX: 199.
(41) Eduardo Téllez, "Picones y Promaucaes", Stgo., 1991 (los datos de este trabajo corresponden al proyecto Nº 90-0673, financiado por Fondecyt).
(42) Ginés de Lillo, 1603-1604, XLIX: 199.
(43) Ibid.: 5.
(44) Mario Góngora y Jean Borde: Evolución de la propiedad rural en el valle del Puangue, Stgo., 1956, I: 40.
(45) 1558: 117-118.
(46) Ibid.: 241.
(47) 1609: L. VII, C. XIX.
(48) Mariño de Lovera, 1595: 272.
(49) Vivar, 1558: 132.
(50) Téllez, 1991.
(51) Vivar, 1558: 132-133
(52) ACS, I: 195.
(53) Fernanda Falabella y Rubén Stehberg, "Los inicios del desarrollo agrícola y alfarero: Zona Central (300 a.C. a 900 d.C.)", en Culturas de Chile. Prehistoria. Desde sus orígenes hasta los albores de la Conquista, Stgo., 1989: 307.
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