Entrevista Juan Cancino: "El rector que pastoreaba ovejas”

Entrevista Juan Cancino: “El rector que pastoreaba ovejas”

Juan Cancino Cancino nació en un campo de la Región del Maule, donde caminaba kilómetros para ir a la escuela. Su futuro prácticamente estaba escrito, pero logró estudiar en Santiago, hacer un doctorado en Gran Bretaña y llegar a ser el actual rector de la Universidad Católica de la Santísima Concepción. Allí, la mayoría de los alumnos son la primera generación universitaria de sus familias. Tal como él lo fue.   

Tengo la vista más linda de todo Concepción.
Juan Cancino Cancino está sentado en su oficina en un sexto piso, rodeado de estatuas de vírgenes y rosarios. Se acomoda un reloj más grande que su muñeca y busca algo que no encuentra en su banano negro, al costado derecho de su cadera. Son las ocho de la mañana de un martes y está oscuro como si fuera medianoche. Cancino repite "qué orgullo", mientras la bruma del sur no deja ver.

A los 65 años, lleva 10 siendo el rector de la Universidad Católica de la Santísima Concepción (UCSC), donde el mayor porcentaje de alumnos vienen de colegios municipales. Estudió pedagogía en ciencias biológicas en la Universidad Católica -"un científico excepcional", según su profesor Juan Carlos Castilla, Premio Nacional de Ciencias Aplicadas-, ganó becas, estudió en la Universidad Duke y tiene un Ph.D. en la Universidad de Gales. Ha publicado tres libros de versos. Pinta acuarelas y en la oficina de Cristina, su ex esposa y también profesora de la misma universidad, tiene colgado sus acrílicos. En su auto solo escucha música clásica. Es vegano. Y el único continente que no conoce es África.

Universidad Católica de la Santísima Concepción, UCSC

Pero antes de la poesía, las acuarelas, la música clásica y los viajes por el mundo, Juan Cancino creció con ocho hermanos y con el único sueldo de su padre campesino y analfabeto. Tuvo que vivir en pensiones y de la caridad de familias que lo recibieron en Villa Alegre, Chillán y Santiago.

Hoy acaba de llegar de un viaje de trabajo a China. Como ya conocía Asia, no trajo muchas cosas: el cuadro de una flor para su colección y lápices con dibujos de osos panda para sus alumnos. Su próximo viaje serán sus vacaciones, a Roma.

Comienza a amanecer y Cancino, con la mirada imperturbable y una sonrisa a medias, reflexiona mientras se acomoda en su sillón de cuero: "Chile es un país elitista en general, pero tiene dos caras. Sé que hay gente que es muy generosa y abre puertas que uno no esperaría que se abrieran. Yo soy un resultado de eso".
Feliciano Cancino y Nadalina Cancino tuvieron ocho hijos: Juan, Cecilia, Mario, Sergio, José, Marisol, Ángel y Víctor. La familia era parte de las 500 personas que vivían en Sauzal, en la Séptima Región, y, para sobrevivir, la madre se hacía el tiempo para trabajar como costurera mientras el padre era campesino.

Juan Cancino cruzaba cinco kilómetros y dos cerros para llegar a su escuela. Ahí le enseñaron a trabajar la tierra, a hacer huertos, a pastorear ovejas desde los 10 años. Estudió hasta quinto básico, cuando los Cancino Cancino se trasladaron a Villa Alegre, un pueblo a 60 kilómetros de distancia. Nadalina todavía vive ahí. "Mi marido murió sin leer ni escribir, solo sabía hacer su firma. Mis chiquillos tenían que educarse".

Una de las primeras personas que ayudaron a Juan Cancino a cambiar su destino fue su profesor jefe, Manuel Muñoz, quien sigue viviendo en Villa Alegre. "Juanito destacaba entre los otros, así que lo llevé en tren para que postulara a la Escuela Normalista. No era fácil entrar; entre los cientos que lo intentaban, quedaban como 10", recuerda Muñoz.

En 1963, Cancino se transformó en uno de los 48 alumnos en la Escuela Normal de Chillán. Cuando llegó, tenía 14 años y solo un cajón de madera con las pocas cosas que le pertenecían.

-Creo que no me di cuenta de que era pobre cuando niño. Tal vez hubo un momento: era mi primera comunión y recuerdo que lo único que había podido comprar mi mamá era un pantalón de mezclilla. Salí de la iglesia y unas niñas se largaron a reír, porque andaba en blue jeans. Yo no entendía las risas.

Sus papás pagaron una pequeña cuota y él comió y durmió gratis en el internado. Podía recibir visitas una vez al mes, pero su familia no tenía la plata para viajar. Vivió ahí hasta que en 1966 un incendio destruyó el internado. Juan Cancino estaba en su cuarto año y vivió como allegado en la casa de Alfonso Piedra, alcaide de la cárcel de Chillán, hasta que se fue de la ciudad.

Llegó entonces donde Georgina, la amiga de una amiga de Nadalina, que ella no conocía. Georgina ya tenía siete hijos, pero siempre le decía: "Donde come uno, comen dos. Donde comen tres, comen cuatro". Mientras Cancino se preparaba para ser profesor, Feliciano, su papá, trabajaba administrando un fundo en Villa Alegre, un caserón gigante que se usaba como bodega para granos y maquinaria, y donde, además, los Cancino Cancino dormían y comían. Allí, en ese fundo, el papá de Juan escuchaba a menudo a su patrón repetir la misma pregunta: "¿Dónde se ha visto que el hijo de un obrero sea profesor? Dile que se venga a trabajar acá mejor". Pero Feliciano nunca le hizo caso.

-Mi papá me podría haber dicho, ayúdame, tenemos una familia grande que mantener, pero no lo hizo -dice el rector.

Pero hubo otros sacrificios en la familia Cancino Cancino. Mario, el hermano que venía después de Juan, no quiso estudiar: se quedó trabajando en el campo para ayudar a los otros. Así, seis de los hermanos pudieron ir a la universidad. Mario vivió en el sur, ejerciendo el duro oficio de la cosecha, hasta que en el año 2000 murió en un accidente, mientras manejaba un camión.

-Mario podría haber estudiado como el resto de nosotros. A lo mejor era él quien debería haber hecho eso. Él debió haber sido yo, porque esa es la tradición con los hermanos mayores. Pero no sentí culpa, se lo agradecí -dice Juan Cancino sentado en su oficina.

A pesar de su esfuerzo en la Escuela Normal de Chillán, las notas de Cancino no fueron altas y, al egresar, no pudo elegir dónde ejercer como profesor. Así fue como terminó en Rari, un pueblo de 200 personas que sobrevive gracias a las artesanías de crin. En la escuela del lugar, solo había un profesor y una directora, Tosca González, quien le arrendó una pieza en su casa. "Era muy tranquilo y educado Juan. Hablaba poco y estaba encerrado todo el día estudiando", recuerda la mujer. Con su primer sueldo, Cancino compró un living de mimbre para la casa de sus papás en Villa Alegre.

La escuela de Rari era una sala grande y una sala chica. Atrás tenía una cocina, donde todos -los dos profesores y los alumnos- almorzaban. Los recreos eran en la calle, al lado de un río. Juan Cancino enseñaba, a la vez, lenguaje, matemáticas, historia y ciencias. María de los Ángeles Toledo fue su alumna por dos años. Ella es artesana en crin y sigue en Rari.

-La gente de mi escuela está vieja o falleció, pero todos seguimos viviendo acá. Don Juan decidió irse y qué maravilla que lo hizo, porque nadie lo logra.

En 1970, sin avisarle a nadie en la escuela de Rari, Juan Cancino dio la Prueba de Aptitud Académica para irse a estudiar a Santiago. Pero no obtuvo el puntaje suficiente. Aun así, tenía ambiciones altas: no solo quería irse a la capital, sino que quería entrar a una de las mejores universidades de Chile.

-Yo quería estudiar pedagogía en ciencias biológicas para entender lo que iba a enseñar. Un amigo me dijo: "La Católica es muy elitista, no sé si vas a poder estar ahí", pero yo quería estar ahí -recuerda Juan Cancino.

En su segundo intento, en 1973, ponderó 580 puntos y entró a la Universidad Católica de Santiago. Tenía 24 años. En la capital vivió con un tío en el paradero 21 de Santa Rosa, en La Florida, y en las N° 75, en la población El Sauce de El Bosque.

-Había muchas cosas que yo no sabía, que no entendía de Santiago. Todo lo que tenía que ver con el trato con las personas me recordaba que venía de otro lado.

Como el sueldo de profesor no le alcanzaba, para sobrevivir tuvo que buscar un nuevo trabajo. Y lo encontró en su facultad:

-Tuvimos un acuario de organismos marinos en la Casa Central de la UC. Yo estaba a cargo de él. Velaba porque el espacio estuviera limpio, e iba una vez a la semana a buscar agua de mar en El Tabo.

Pronto Cancino comenzó a destacar: era uno de los alumnos mejor evaluado y ayudante de distintos ramos. En el examen final de su primer año en la universidad, hizo un ensayo sobre las esponjas y tuvo la nota más alta del curso. Para celebrar, su profesor Juan Carlos Castilla lo invitó a un restaurante chino, al lado del cerro Santa Lucía. El impacto de esa comida no se le ha ido: "Todavía siento el shock de comer pato con piña", recuerda Cancino.

En esos años, su mejor amigo fue Exequiel González, actual rector de la Universidad Santo Tomás. "Yo le digo Juanito, pero suena un poco despectivo ahora", explica González. Casi todos los cursos los tomaron juntos. Tenían las llaves del laboratorio y trabajaban de lunes a domingo. "Todos nos decían que éramos unos nerds. Hubo noches en que nos quedamos a dormir en la universidad; a veces, Juanito se quedaba en el laboratorio solo, y yo salía, me iba al cine. Yo era más chascón, cumbianchero". Ya en 1974, mientras Exequiel González participaba en actividades políticas en plena dictadura, su amigo se dedicaba a estudiar, hacer clases y renovar el agua del acuario. Según Cancino, "si no me interesó la política fue porque no podía perder un año, no tenía opción".

Tozudo como las ovejas que pastoreaba cuando niño, después de egresar de la Universidad Católica quiso seguir estudiando. El paso de enseñar en una escuela rural en Rari a tener clases universitarias en Santiago había sido un salto sin precedentes, pero, ahora, Chile le quedaba chico.

Había aprendido un poco de inglés en la Escuela Normal y un poco más en la universidad. Con eso, ganó una beca de la Unesco y otra de la Fundación Rockefeller. Así entró a la Universidad Duke, para un posgrado en ciencias del mar, y en 1980, gracias a la beca del British Council, logró hacer un doctorado en zoología marina en la Universidad de Gales, en el Reino Unido.

-Me pagaron la colegiatura, me daban mensualmente un cheque que me permitía vivir mejor que el resto de los estudiantes británicos -dice.

Parte de lo que ahorraba se lo enviaba a su familia en Villa Alegre. Su hermana Marisol, 17 años menor, recuerda cuando, años después, Juan volvió al sur de Chile. "Cuando lo vi en la entrada de la casa, pregunté quién era. Pensé que era un tío, nunca lo había visto en Villa Alegre".

Al volver a Chile con un posgrado, el ascenso de Cancino fue rápido: dejó el acuario y se convirtió en profesor titular de la Facultad de Ciencias en la Universidad Católica, un cargo apetecido y difícil de ganar. Se casó con Cristina, otra bióloga marina y la única polola que tuvo en su vida. No tuvieron hijos.

-Avanzamos en la adopción, estuvimos haciendo trámites, pero desistimos a mitad de camino. Por otro lado, eran muy invasivas las técnicas para que ella quedara embarazada. Tengo como 30 sobrinos, y muchos alumnos siguen en contacto, como si fueran mi familia.

En 1992, a Juan Cancino le ofrecieron por teléfono ser decano de la Facultad de Ciencias en la UC de la Santísima Concepción, una universidad con un año de existencia y a 515 kilómetros de distancia de su casa en Santiago. Pero los padres de su esposa vivían en Concepción. Y desde hace un tiempo, él se había acercado más a la religión. Un trabajo estable, administrando una institución católica y cerca de su familia, parecía la mejor opción.

-Me dolió mucho su decisión, porque yo veía cómo iba su carrera. Se engarzó mucho con la religión, demasiado para mi gusto. Juan se perdió como investigador, porque la ciencia era su vida -dice Juan Carlos Castilla.
Juan Cancino camina por la universidad y se cruza con un par de profesores que lo saludan con entusiasmo. Se cruza con alumnos y casi ninguno saluda, como si no supieran quién es, a pesar de los 10 años como rector.

-Tenemos la alegría de tener estudiantes con muchos sueños parecidos a los míos. La mayoría de los alumnos que vas a encontrar en la universidad son primera generación. Me siento identificado en ellos.

La U. Católica de la Santísima Concepción es una de las universidades del Consejo de Rectores con mayor porcentaje de alumnos de colegios municipales.

-Su destino cambió gracias a que estudió gratis. ¿Hoy está de acuerdo con la educación gratuita universal?

-Para el momento actual que vive Chile, estoy plenamente de acuerdo que la educación gratuita sea para los jóvenes de las familias del 70 por ciento de menores ingresos. Me es difícil pensar que alguien que puede pagar, habiendo tantas necesidades en Chile, no lo haga. Los argumentos que he escuchado para la gratuidad universal, no me convencen. Yo siento que no estudié gratis: estudié becado. La gratuidad yo me la gané.

-¿Qué opina sobre el lucro en la educación?

-Por ley, las universidades no deberían tener lucro, eso es un tema que hay que vigilar. Para crecer, la mayoría de nuestras universidades ha tenido que endeudarse, atendiendo a familias carenciadas como es mi caso. Como negocio, no funciona, porque la universidad cree en la misión que la iglesia le ha entregado: formar personas y servir al bien común. Somos simplemente un bien común.

Juan Cancino está sentado en su oficina en un sexto piso en Concepción, rodeado de estatuas de vírgenes y rosarios. Su secretaria entra para darle un té  y recordarle su ocupada agenda. "Quizá después de que jubile me vaya a África. Quieren fundar una escuela de biología marina en la parte norte de Mozambique, frente a la isla de Madagascar. Feliz me iría allá". Así, Juan Cancino Cancino conocería todos los continentes.

Fuente: Revista El Sábado, El Mercurio. Revisar AQUÍ

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