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Aldea

Democracia electoral y democracia real

Los dos principales candidatos a la Presidencia del República ya han sido elegidos. Existen otros postulantes además de Ricardo Lagos y Joaquín Lavín, sin embargo todas las encuestas y estudios de opinión estiman que la verdadera competencia está entre ambos. Durante los próximos meses, y en forma creciente, los espacios informativos estarán dedicados a las actividades de los candidatos y otros temas relacionados con los comicios. Entre ellos, de seguro, estará la "apatía juvenil".

La reticencia de los jóvenes a inscribirse en los registros electorales ha sido calificada por algunos como una grave falta al deber cívico que tienen todos los chilenos. Unos pocos han hecho notar que en las democracias desarrolladas, como la de los Estados Unidos, no es obligación votar para los que están inscritos (que no alcanzan al 50% de la población) y que por lo tanto este desinterés no es único en el mundo ni peligroso. Otros han alzado la voz para puntualizar que "si no votan, que después no reclamen". Y es en este punto donde, tal vez, radique la esencia del problema: el hecho de votar, en Chile, no significa que exista el derecho a reclamar o a manifestar algún tipo de inquietud o necesidad.

El término del gobierno militar hizo suponer que venía la democracia. Y, no obstante obtener una democracia electoral (derecho a elegir Presidente, parlamentarios, alcaldes,etc.), en opinión de muchos no vivimos en una democracia real. Las ventajas de los sistemas democráticos del "primer mundo", conseguidas a través del poder que en ellas ejercen electores y contribuyentes, no existen en Chile pues la protección al consumidor es casi inexistente; la justicia lenta y cara; la capacitación escasa; el acceso a la educación superior para los sectores de menos recursos, muy difícil pues no existe ni gratuidad ni el número suficiente de becas y la salud pública es mala o de muy lenta atención, entre otros problemas. En nuestro país los parlamentarios, por ejemplo, son responsables ante la nación, que no es lo mismo que los ciudadanos o los habitantes del país, ya que este concepto también incluye a las generaciones pasadas y aquellas por venir; es decir, nada tangible. A esto, es necesario decirlo, se suma el hecho de que la sociedad chilena es de por sí poco democrática: machista, racista y clasista; características comunes a otros países, pero en que nuestro caso ni la ley ni las instituciones públicas combaten o compensan.

La elección de autoridades no puede cambiar la idiosincrasia de un país. Pero éstas pueden legislar o administrar en pos de solucionar los problemas de la ciudadanía, en especial aquellos cotidianos que son los que, generalmente, más afectan (salud, educación, seguridad, justicia). El que los jóvenes no se inscriban tal vez signifique que no creen que los candidatos (ninguno de ellos) puedan o quieran trabajar sobre esos problemas. Posiblemente, el que se hable de apatía juvenil se debe a que las personas mayores se incorporaron a los registros electorales para el Plebiscito de 1987, cuando sentían que su voto sí hacía una diferencia, y ahora están obligados a sufragar. ¿Alguien ha realizado una encuesta de si esas personas se volverían a inscribir HOY ?. Hay que predicar con el ejemplo, dicen. Si los políticos quieren que los jóvenes cumplan con su deber cívico ellos deben cumplir con la misión que se les ha encomendado... la que no es, precisamente, el automovilismo.

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Democracia, Juventud y Modernidad

En Chile, como un fenómeno que se reproduce a lo largo de Latinoamérica, la juventud se margina del ejercicio de la ciudadanía activa. Más de un millón de personas mayores de 18 años no están inscritos en los registros electorales, a los que se agregan cerca de 20%, como promedio, de la población que usa el derecho consagrado en la Constitución pero que han tomado como postura el sufragio nulo o blanco.

Pese ser un tema recurrente, y trascendental para el adecuado funcionamiento de una democracia que dice ser representativa, en la "nutrida agenda del debate político nacional", nadie analiza las distintas variables que intervienen en la situación, pues la política y los medios se orientan a la definición más simplista, la más banal y menos acabada definición, cuya conclusión es casi siempre la misma: "reconocemos nuestros errores (los políticos) pero somos humanos, el problema es que los jóvenes no están comprometidos, no están ni ahí".

¿Es tan simple? ¿Hay culpables? Creo que sí y son los medios de comunicación y los políticos, su pecado es la desconfianza que generan.

Nunca he visto en un medio o como comentario de un político un análisis de la modernidad en esta parte del mundo. Lo que para algunos es un mero debate intelectualoide, es pieza clave para definir qué tipo de nación es la que conformaremos, bajo qué directrices y con quienes contamos para la construcción de esa sociedad.

El concepto de desarrollo que maneja la modernidad (inagotable y que permite la superación a todos los problemas del hombre bajo el precepto de la racionalización y tecnificación social) no ha resultado en Latinoamérica. El Amazonas, pulmón del mundo, ha sido reducido a menos de la mitad por su sobreexplotación; hoy la pobreza aumenta a niveles estratosféricos, paradójicamente en momentos en que la economía del subcontinente, como nunca en su historia tiene valor para todo el orbe; las injusticias sociales se acrecientan y la inequidad en la distribución de los ingresos crea brechas que no se compadecen con las tasas de crecimiento que proyectan los economistas del sector.

Esa es una cuenta que los políticos latinoamericanos no consideran a la hora de realizar el estudio de la automarginación electoral. Es verdad que todos los problemas no son posibles de achacar a los políticos, pero sí en aquellas situaciones en que actúan con proteccionismo del modelo en perjuicio de sus habitantes. Cuando legislan a favor de una economía que no ha solucionado los problemas fundamentales de la sociedad.

A eso se suman las causas históricas de esa vuelta de espaldas de la sociedad más novel a la política. La traumática vivencia de una región en que ningún país escapó a los gobiernos de fuerza y facto en los '70 y '80, volcó los esfuerzos a la caída de ese sistema. La juventud se motivó en pos de los ideales de la libertad y un mundo distinto, alejado del miedo y marcado por la verdad, la justicia y la reconciliación.

Pero la alegría no llegó, Perú y Argentina cambiaron la dictadura militar por una "democrática" (Fujimori y Menem pugnan por un tercer período que les permita gobernar 12 años), Brasil hace vanos intentos por sacarse el quiste de la corrupción (Fernando Collor de Melho fue destituido de su cargo de presidente hace un lustro y el actual mandatario carioca, Enrique Cardoso, ya tiene dos acusaciones por el mismo motivo), En Colombia, la democracia se dio por vencida frente al terrorismo, el narcotráfico y los grupos paramilitares, En Ecuador, la situación no mejora, en Chile no se avanza en ninguno de los temas pendientes de derechos humanos, la economía continúa en descenso y pese a tener los mejores niveles de crecimiento de su historia, la pobreza es un problema no resuelto. ¿Es por ese modelo de modernidad por el que los jóvenes vencieron el miedo durante décadas pasadas y se la jugaron por la democracia? La juventud está desencantada de lo realizado por la clase dirigencial latinoamericana. Ignorante y despreocupada son etiquetas que clarifican la percepción de nuestros políticos, en el que no existe un paradigma orientador de sus acciones. ¡Pero ojo! La solución no es dejarse tentar por aquellos populistas que proclaman a los cuatro vientos de este continente multiétnico y macondiano que el realizar cosas es el verdadero camino.

Y los medios qué han hecho por llevar a la palestra ese debate, un debate intelectual, en el que se discutan los problemas cotidianos bajo el prisma de la teoría política y no sólo palabrería. Se han limitado ha informar lo que los políticos quieren que se publique, bajo la constante amenaza de acusaciones de atentar contra poderes del estado, injurias y calumnias.

Cuando subamos el nivel del periodismo, cuando alguien muera por desenmascarar la corrupción y cuando nuestros profesionales estén conscientes del rol privilegiado que tienen en esta sociedad, donde además de fiscalizar, hay que crear un ambiente de debate, y se obligue a nuestros políticos a culturizarse y conocer de los procesos sociales, puede que los jóvenes quieran volcarse nuevamente a la bella tarea de construir su sociedad, esto ocurrirá cuando los medios se percaten de que ellos son los principales constructores de realidad de este mundo, pero una realidad sin jóvenes (con mente de tal) no vale la pena vivirla.

Leonardo Riquelme
Egresado de Periodismo

 

   penicon.gif (928 bytes)   penicon.gif (928 bytes)   El Profe

UNA GRAN PASIÓN

¡Qué diablos hago yo aquí!... exclamó Fernando Paulsen al iniciar la clase inaugural del año académico 1999 de nuestra escuela de Periodismo. La evocación de sus comienzos estudiantiles tenía una explicación. En aquel momento las esperanzas de otro trabajo cuando egresara parecían irrealizables. La multiplicación de las escuelas de periodismo era sorprendente por la fertilidad de las universidades privadas. Ahora, son treinta y tantas; y los egresados cerca de dos mil para un campo ocupacional de cien periodistas, aseguró Paulsen con un tono aterrador. Para evitar desmayos o suicidios en su auditorio apuró un hecho real: a pesar de todo, él llegó a ser el periodista que anhelaba y al que no le faltan ofertas de trabajo.

Una posta de primeros auxilios para los desesperanzados puede ser un reciente manual de Alvarez Baltierre, de la U. Diego Portales, que avizora un futuro tecnológico insospechado que permita a cada periodista tener su propio diario.

Más realista es descender a las raíces mismas del ejercicio profesional. Tirar por la borda tanta definición erudita de periodismo, memorizada inútilmente, y retener del bazar de viejas y nuevas anécdotas mostrado por Paulsen, una de sus verdades: El periodismo es una forma de vida. Una pasión que debe vivirse intensamente...

Cuando Clint Easwood recibe las instrucciones para hacer una "nota humana" sobre un condenado a muerte, recitadas por su editor, habitante de la holgazanería que campea en muchas redacciones de los diarios, asiste, pero se pasa un dedo por la nariz.

Es posible que el gesto de Easwood en "Crimen verdadero" no lo hayan percibido los comecabritas. Sin embargo, representa por tradición toda una insustituible condición para triunfar: el "olfato periodístico".

Raúl Ruiz sostiene que toda película tiene una segunda lectura, oculta tras la verdadera historia y las pericias de la narración. Easwood envía las señales claves de un periodismo que es una manera de vivir y una pasión, que consume, rechaza la comodidad y posterga la responsabilidad, haciendo víctimas tal vez a las cosas más queridas.

Una forma de vida, una pasión. Quien piense, lea, escuche o investigue en cada momento del día y sepa narrar por escrito, vivirá el periodismo y verá abrirse muchas puertas en los medios, no importa los ejércitos saliendo de las usinas de periodistas. Mientras mayor sea la pasión en servir con ello, de nada valdrá la seducción de Karim Ebensperger o Pedro Carcuro.

Hernán Osses Santa María,
Jefe Carrera Periodismo
Universidad de Concepciòn

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