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¿Qué lee la autoridad?

        ...En todo caso, no es un síntoma privativo de un grupo de escritores, es más bien la sociedad entera la que va relegando el libro a objeto de adorno en las mesitas de centro. Para qué leer, si ya viene la película. Los estudiantes universitarios, incluso de las carreras llamadas humanistas, prefieren los resúmenes o fotocopias de los capítulos claves, de donde el profesor sacará las preguntas. Difícilmente uno halla a algún alumno leyendo por el placer de leer, y no por orden superior.

El libro no tiene importancia. Porque si la tuviera, los avisos de oferta de trabajos serían distintos. Algo así como "Para llenar un cargo de ejecutivo de ventas, importante empresa necesita joven, buena presencia, fotografía reciente, que haya leído a los clásicos latinoamericanos, que conozca el siglo de oro español y las obras de Neruda y Rocka. Se tomará control de lectura en la entrevista."

De este modo, al fin comenzaría una sana discriminación por la cantidad de libros que uno lleva en el lomo. Dejemos a los ignorantes en la paz de su ignorancia, pero que no sean ellos los que tomen las decisiones, ni siquiera del color con que se pintarán los bancos de la plaza. Exigimos mañana mismo un control de lectura del "Quijote" en el ministerio de Obras Públicas, y el que no lo leyó se me va corriendo para la casa y vuelve en marzo, como última oportunidad. Y los señores alcaldes de la región vayan preparando su listado de libros leídos el año pasado, pero nada de leseras de "cartas abiertas" o falsetes sociológicos. No, señor: pura narrativa, y el que no leyó un mínimo de diez volúmenes que vaya entregando el cargo. Hay que dar el ejemplo.

   

 ¿Se imaginan a un ministro visionario repartiendo libros en esas largas colas del Banco del Estado, en las que uno suele esperar a veces por horas? ¡Cuánto tiempo perdido mirando el techo, caballero! Así que agarre un libro, pesque una "Isla del tesoro" o solácese con los "Veinte poemas de amor..." hasta que le corresponda su turno. Use las papeletas de depósito o el cheque de fin de mes como marcador de página, no se distraiga mirando a la señorita tan dije de allá adelante. O, bueno, mírela un poco y después vuelva a lo suyo.

Hasta podría ser una política del propio banco: establecer una especie de "biblioteca de la cola", en que –al ingresar a la fila– un gentil guardia nos ofrezca a préstamo un libro, con devolución al momento en que nos atienden. (Así, hasta pensaría en cambiarme de banco).

Pero es puro soñar. La realidad es que la gente se aleja cada vez más de los libros, y no falta mucho para que se conviertan en rarezas, en objetos de colección, pero sin ser leídos jamás.

Tito Matamala Docente
Universidad de Concepción