Diez formas de echarse el primer año de universidad

El segundo semestre viene duro. Y siempre el segundo semestre pasa rápido. Recuerda, no vas ni a terminar de leer este artículo y ya vas a estar en noviembre cargado de pruebas. ¿Qué hacer? Aperrar. O farrearte la carrera con clase.
 

1) Jugar pool: Nadie te dijo que una mesa de pool podía a ser tan excitante. Hasta ese momento la universidad era sólo sacar una carrera y crearse un futuro, pero bien, qué diablos importa el futuro cuando en los pools están esos bellos paños tapados de bolas y esos amables amigos de 45 años que recién conociste. Qué importa la prueba de mañana en la mañana cuando la pelota blanca rebota en la madera y los dedos te tiemblan en la paleta para pegarle. El resultado es que al final intentes hacer un massé sobre las pruebas finales intentando salvar en una noche lo que no hiciste en un semestre- y termines rasgando el paño.

2) Organizar un paro: Si hay un paro, ahí están los estudiantes de primer año con el puño en alto. Aunque estén gritando contra un jefe de carrera que apenas conocen o simplemente instalados en una toma como si fuera el living de la casa, los paros son como los partidos de futbol: es ahí es donde se notan los que aperran, los que juegan por jugar y a los que nos les importa nada. Es ahí donde te terminas de aprender alguna canción de Silvio y donde conoces a gente que en dos años más van a seguir en otros paros, tomando ramos de todos los años. Los paros sólo son divertidos cuando estás en primer año. Después son en serio, y van sólo los que quieren conocer a otros mechones. O aprender más canciones de Silvio.

3) Carretear los miércoles: Por alguna razón que aún no se ha podido explicar, todas las carreras de primer año del mundo tienen clases los jueves a las 8 de la mañana. Esto es tan verdad como que no hay confort en los baños públicos. Esa clase siempre es latera, la hace un profesor que apenas susurra, te pide asistencia y tiene la debilidad de cerrar la puerta con llave. Por otro lado, las universidades no juegan limpio y ofrecen un amplia variedad de fiestas. Como los jueves son para los recitales, los viernes para los amigos y los sábados para la polola, cada vez son más los inconcientes afiches pegados en las paredes invitan a salir los miércoles. Que la noche de la cerveza, que la guerra de las piscolas, que la semana de la carrera, no te dejan en paz. Y carretear los miércoles, aunque uno salga a carretear cansado, sirve como para dejar el precedente para el futuro de que alguna vez a uno le daba el cuero salir todos los días.

4) Echar de menos la casa: Estar en primer año de universidad puede ser una prueba un tanto dura si eres de otro lado y vives en una pensión. No tienes amigos. Tus padres están lejos y allí, en tu casa, hay una cama blanda, comida caliente y no tienes que lavar tu ropa interior. Este recuerdo puede ser depresivo al punto de que cada cosa te evoque lo lejos que estás de los que te quieren. Tus compañeros tienen padres; tú, un televisor Antú blanco y negro que te regaló la abuelita. Tus compañeros tienen comida real; y tú, un tarro de sardinas y unos fideos. Mucha gente no lo resiste y se vuelve para su casa. Lamentablemente, es la misma gente que el resto de la vida tampoco puede resistir otras cosas.

5) Pololear demasiado: Pololear con alguna compañera de curso siempre es pololear demasiado, porque la ves todos los días. El amor es bonito cuando se soplan en las pruebas, pero amargo cuando ninguno de los dos estudió mucho. La única manera de no echarse primer año es tener un(a) pololo(a) agenda, alguien demasiado mateo que decida por ti cuando se van a ver, cuando van a estudiar y hasta donde se van a sentar en la prueba. Un(a) pololo(a) agenda te ordena, te avisa a tiempo y te presta las fotocopias. Pero en general, esa clase de personas no pololea.

6) Dejar embarazada a la polola (o quedarte embarazada): El embarazo puede ser una de las mejores excusas para reprobar los ramos y salir impune. El porcentaje de chicas embarazadas es siempre alto en primer año porque, bueno, las falencias de nuestro sistema educativo hacen que lleguen a la universidad gente que todavía no sabe ni contar. Contar días, específicamente. Pocas veces los embarazos en la universidad son, digamos, planificados. Enfretar un embarazo universitario es de las cosas que desearías que te hubieran enseñado en Dawsons creek o en Party of five. Por eso, para no escuchar después te lo dijimos es mejor atinar antes y por lo menos, aprende a contar.

7) Terminar con el pololo(a): Aquí entramos en un punto clave. Terminar con el pololo (a) puede ser la forma más triste de reprobar los ramos. Es cosa de ver: parejas que llevan toda la Educación Media felices no pueden resistir la presión de conocer un mundillo donde todo el mundo se ve distinto, mientras el (la) polola(o) cada día se ve más igual. Ahí vienen las penas, las peleas, y la sensación de que los libros no dan ninguna respuesta. ¿Para qué estudiar? Si lo vi hablando con una negra atroz o le voy a ir a pegar ese compañero tuyo porque cacho que te jotea descaradamente o ¿Dónde estabas que te perdiste en la fiesta tres horas y apareciste con la polera dada vuelta?.

8) Vivir en el centro de alumnos: Hacer política es parte del juego universitario. El problema es cuando empiezas a vivir exclusivamente para la política. Alguien te elige como delegado/a de curso y de un día para otro te crees el cuento, y estás metido un viernes en la tarde en una oficina llena de carteles haciendo una lista de peticiones a la escuela que nadie va a escuchar en la asamblea de federación. Ante ese futuro, el presente, lleno de pruebas, libros y noches en vela, parece insulso y tus compañeros una tropa de tipos que no saben qué está en juego, que se ríen de ti porque hablas de Ricardo y el Gute o le explicas a un profesor que faltaste a su prueba porque te encontrabas en un cónclave ideológico el fin de semana, aunque la verdad sea que andabas repartiendo volantes a la salida de un bar.

9) Meterse en una secta: Las sectas acechan en las universidades. Ojo con la desaparición de animales domésticos como gatos o canarios, o excusas para faltar al almuerzo familiar del domingo como no puedo ir, debo juntarme con los hermanos a predicar la Palabra o la aparición de pequeñas marcas rojas a la altura del cuello en un tipo cada vez más pálido y flaco. Cuidado también con cortes de pelos extraños como rapados, depilaciones de cejas o teñidos de color verde. Pero sobre todo, ojo a la hora de la comida al encontrar al hijo/a mirando las estrellas desde el balcón y comentando lo rico que sería que su verdadero padre viniera a buscarlo en su nave espacial y lo salve del choque de la Tierra con un asteroide gigante.

10) Vivir en un bar: Los bares, se quieran o no son parte de la vida mechona. Toda universidad tiene su bar preferido, que es el lugar donde van los alumnos cuando no están estudiando. O sea, casi todo el tiempo. Es conflictivo porque si bien andar curado ya no espanta a nadie, ocupar el pase escolar para ir a carretear puede ser contraproducente. Complicado porque el mundo de la juerga y el académico se confunden y de pronto te encuentras pidiéndole a un profesor que te fíe otra Báltica o matriculando ramos en la caja del boliche