La
pragmática surge hace más de medio siglo como reacción
a los estudios lingüísticos que hacían caso omiso de la
situación comunicativa concreta en la que se realizaban los enunciados.
Este cambio de perspectiva supone hacerse cargo de la función que juegan
en la comunicación los interlocutores y el contexto.
Emprendemos nuestro estudio partiendo de la consideración de los elementos
que forman parte de la situación comunicativa e identificando la atenuación
con el gesto de tomar distancia.
El hablante necesita "tomar distancia":
2.1. El distanciamiento del emisor
Así
como el resto de los animales, el hombre frente al peligro tiende a la huida.
Por eso, análogamente a la distancia física que el hombre toma
de elementos -como puede ser el fuego- que representan para él un peligro,
en la comunicación lingüística (oral y escrita) el emisor
se distancia -esta vez metafóricamente- del yo de la enunciación
y de los demás elementos que forman parte de la situación comunicativa:
receptor y mensaje.
El emisor consigue tomar distancia de la autoría de su enunciado simulando
pasar del campo de referencia que le corresponde como hablante en la conversación
al que corresponde al oyente o a la tercera persona que es siempre un ausente.
Alcina y Blecua (1994: 594) observan que este cambio de eje puede deberse,
entre otras, a razones de modestia o de servidumbre. Independientemente de
cuáles sean las razones, el distanciamiento del yo del hablante puede
ser considerado un recurso de atenuación. Haverkate (1994: 131), si
bien no habla propiamente de atenuación, denomina a esta estrategia
deíctica "desfocalización" y la define como "una
táctica de distanciamiento manejada por el hablante para reducir o
minimizar su propio papel o el del oyente en lo descrito".
Los procedimientos utilizados son los siguientes: cambio de la primera persona
por la segunda, cambio de la primera por la tercera e impersonalización
de los enunciados.
2.1.1.
Cambio del pronombre personal yo por el de segunda persona singular tú.
Por medio de este cambio, el hablante generaliza su experiencia e involucra al oyente en su propia vivencia:
Con tantos gritos no oigo nada / Con tantos gritos no oyes nada (Apud Alcina / Blecua, 1994: 594).
El
hablante sugiere que su experiencia personal es general y compartida por todos,
y, por lo tanto, también por el oyente. Generalizando así su
propia experiencia, el hablante protege su imagen puesto que resta autoría
a sus palabras. Es en este sentido que podemos hablar de distancia. Por medio
de esta estrategia, el hablante puede querer evitar que se le dirija una crítica
personal, es decir, proteger su imagen positiva (retomando el modelo de cortesía
propuesto por Brown y Lévinson). También puede ser un recurso
para dar un estatus de objetividad a un tema que le compete de forma particular
pero cuyo tratamiento le resulta delicado.
Al utilizar el pronombre tú, el
hablante establece con el oyente una relación de solidaridad que contribuye
a involucrarlo afectivamente y a hacerlo cómplice de sus palabras.
Haverkate (1994) advierte que esta "estrategia desfocalizadora"
puede serle útil al hablante que ha cometido una acción desfavorable
para el oyente:
Lo
que queda implicado por el carácter no específico de la referencia
desfocalizadora es que el oyente habría podido provocar la misma situación.
Así, por ejemplo, una persona, al chocar con otra en una escalera,
puede justificar su comportamiento diciendo: está tan oscuro aquí
que no ves prácticamente nada.
La interpretación generalizadora de este ejemplo salta a la vista si
lo comparamos con [el siguiente], que contiene una referencia específica
al oyente: está tan oscuro aquí que (tú) no ves prácticamente
nada (...) La paráfrasis no desfocalizada, por último, que
por razones obvias deja de atenuar la fuerza del acto de habla, se construye
mediante la referencia específica al hablante mismo, como puede verse
en: está tan oscuro aquí que (yo) no veo prácticamente
nada (Haverkate, 1994: 135 - 7).
2.1.2.
Paso del eje de referencia del emisor al de la tercera persona
Es usual el cambio del pronombre personal yo por el pronombre uno para introducir un distanciamiento del hablante. El empleo del impersonal en lugar de la primera persona contribuye a la atenuación:
Yo no puedo hacerlo / un servidor no puede hacerlo; En ocasiones me encuentro perdido / en ocasiones uno se encuentra perdido (Alcina / Blecua, 1994: 594).
2.1.3. Oraciones impersonales con SE
Haverkate
(1994: 135), en la línea de las gramáticas descriptivas tradicionales,
recuerda que puede usarse con fines atenuadores el pronombre pseudorreflexivo
se: Se consultó
a los diputados
2.1.4. Manifestación de la subjetividad del hablante
Decíamos
que, independientemente de la cortesía -dada básicamente por
la relación entre los interlocutores- podemos hablar de atenuación
en la relación que el hablante establece con su propio discurso. Mientras
más evidentes sean las marcas de la subjetividad del hablante, más
atenuado será el discurso. En este sentido, nuestro castellano resulta
más atenuado que el peninsular por la mayor frecuencia de enunciados
de este tipo entre los hablantes de clase media y alta en nuestro país.
Es frecuente, como veremos en el siguiente fragmento, encontrar juntas en
un mismo enunciado más de una de estas fórmulas enfatizando
su carácter no apodíctico:
Por ejemplo, si nosotros quisiéramos comparar ... eh ... la ... la com ... eh ... el estilo arquitectónico de Nôtre Dame de París, que también es un arte gótico, si lo comparáramos com... eh... la catedral de San Vito Guy ... eh ... en realidad ... eh ... desde mi punto de vista, ¿no?, de la impresión que esto me ha causado a mí, yo considero que es muy superior la Catedral de san Vito en cuanto a estilo y a pureza de líneas ¿no? (Rabanales, 1990: 559)
El lenguaje está culturalmente pautado en lo que se refiere al tratamiento de los diversos temas. En ocasiones, la atenuación es necesaria dada la dificultad de tratar algunos de ellos. Estos temas varían de cultura en cultura y, dentro de cada cultura, varían en los distintos estamentos sociales:
El lenguaje domesticado, censura naturalizada, que proscribe las palabras 'gruesas', los chistes 'groseros' y los acentos 'ordinarios', va a la par con la domesticación del cuerpo que excluye cualquier manifestación excesiva de los apetitos o de los sentimientos (tanto los gritos como las lágrimas o las gesticulaciones) y que lo somete a todo tipo de disciplinas y de censuras con objeto de desnaturalizarlo (Bourdieu, 1985: 61).
2.2.1.
Tabúes
y eufemismos
Tal vez el ejemplo más claro de la existencia de temas "prohibidos" lo encontremos en los tabúes lingüísticos y en sus correspondientes eufemismos:
No debe entenderse sólo por esto que existan palabras -en el sentido lexicográfico del término- que no deban ser pronunciadas, o que únicamente deban serlo en determinadas circunstancias, estrictamente definidas (...) Existen temas que, en su totalidad, están prohibidos y protegidos por una especie de ley del silencio (Ducrot, 1982: 11).
En este caso es el eufemismo el que cumple la función atenuante. Atenúa el tratamiento del tema "prohibido".
2.2.2.
Actos
de habla
La expresión de la orden
Pero
sin necesidad de llegar al extremo de los temas tabúes, en la interacción
comunicativa más cotidiana realizamos permanentemente una serie de
actos de habla que consideramos que pueden amenazar en mayor o menor medida
la faz positiva o la negativa del interlocutor o las del propio hablante (Brown
y Levinson). Para enunciarlos recurrimos sistemáticamente a la atenuación.
La mayoría de las veces lo hacemos de forma automática y no
somos conscientes de que estamos recurriendo a esta estrategia comunicativa.
En relación a los actos ilocutivos, suelen aparecer de forma atenuada
cuando el hablante supone que pueden poner en peligro al interlocutor.
Uno de los más evidente de estos actos es el de ordenar
porque, como dijimos cuando hablamos de la cortesía, al hacerlo, el
hablante invade el territorio del interlocutor, lo priva de su libertad de
acción, amenaza su faz negativa.
Podemos prescindir del imperativo y remplazarlo por una expresión amable.
De este modo es posible suavizar la orden hasta hacer que formalmente deje
de serlo. Haciéndolo transferimos al interlocutor la decisión
de hacer o no hacer aquello que le impone nuestra autoridad y su dependencia
u obligación.
Una vez más, intervienen en estos matices los tiempos verbales con
que manifestamos nuestra voluntad: quisiera (o querría)
un café, omitiendo la condición que completaría
la frase si usted pudiera traérmelo;
o bien quería un café formulando
nuestro deseo como cosa pretérita. Otras veces interrogamos: ¿tendría
usted la bondad de ... ?, ¿quiere usted ... ?
Las gramáticas -sirva como ejemplo el Esbozo-
las denominan oraciones exhortativas (indicativas de mandato o prohibición).
En ellas la exhortación se nos presenta como una suerte de mandato
atenuado, sin la crudeza del imperativo, en la medida en que incluye un componente
rogativo expresado a través del presente de subjuntivo.
Cuando esta segunda persona tenga cierta autoridad o le concedamos ciertos respetos, no se usa el imperativo, sino el presente de subjuntivo en 3ª persona. Y del mismo modo recurrimos al empleo de esta tercera persona cuando el referente no está presente: los soberbios sean confundidos; el negligente pague su dejadez (Real Academia Española, 1986: 361).
Finalmente la cortesía para atenuar el mandato es expresable a través del condicional o bien de verbos subjetivos de carácter desiderativo (querer y desear). También la petición resulta atenuada al emplear la forma verbal en determinados tiempos o modos como el imperfecto o el condicional:
Para
expresar el deseo con modestia y cortesía, nos servimos a veces de
los verbos querer y desear en el condicional o en la forma -ra
del pretérito imperfecto del subjuntivo, y decimos: desearía
pedirte un favor; quisiera decirte dos palabras (Real Academia Española,
1986: 362 - 3).
Notemos que al recurrir al condicional o al imperfecto del subjuntivo, lo
que se elude es el presente, momento en el que la interacción 'cara
a cara' tiene lugar. Sin embargo, volviendo a la definición del DRAE,
el oyente comprende que la intención del que habla cuando le dice desearía
pedirte un favor es pedírselo en ese preciso momento.
Para preservar la imagen del interlocutor, la cortesía y la atenuación
le permiten al hablante una mayor libertad o, lo que es igual, le otorgan
un mayor poder de decisión. Cuando proferimos un mandato a un inferior
en autoridad o poder y utilizamos un imperativo, lo hacemos amparados por
nuestra situación de superioridad. Nuestro interlocutor no tiene opción,
debe obedecer nuestra orden. Sin embargo, cuando nuestra jerarquía
equivale o es inferior a la de nuestro interlocutor, nada nos garantiza su
obediencia, de tal forma que una orden debe dar lugar a una petición
y nuestro interlocutor puede acceder o no a realizarla.
Puedo ordenar a mi jardinero que plante un determinado tipo de flores pero
no puedo ordenar lo mismo a una amiga que ha venido a hacerme una visita.
Sí, en cambio, puedo pedirle que lo haga, pero dejándole la
libertad de acceder o de negarse a mi petición.
A mi jardinero puedo decirle: plante estas flores.
A mi amiga, en cambio, solo puedo preguntarle: ¿me
podrías plantar estas flores? Hay, por lo tanto, ocasiones
en las que la petición es una orden atenuada. Cortesía y atenuación
se hacen necesarias cuando la relación entre los interlocutores no
establece el deber de uno de ellos de servir al otro.
Mientras mayor sea la incertidumbre del hablante de conseguir lo que quiere
de su interlocutor, más atenuada tendrá que ser su petición.
En este caso es el imperativo el que debe ser atenuado. El grado de atenuación
dependerá tanto de lo que se pida como del tipo de relación
que exista entre los interlocutores.
Fórmulas
de petición
En las fórmulas de petición se puede establecer una gradación
de menos a más atenuadas.
- Interrogación: ¿me das un cigarro?
- Interrogación + verbo modal en presente:
¿puedes darme un cigarro?;
¿quieres darme
un cigarro?
- Interrogación + verbo modal en condicional: ¿podrías
darme un cigarro?; ¿querrías
darme un cigarro?
- Interrogación + tener la amabilidad de
... + condicional: ¿tendrías
la amabilidad de darme un cigarro?
En
lo que se refiere a los interlocutores, debemos distinguir los que son considerados
válidos de los que no lo son.
La jerarquía social de los interlocutores es uno de los elementos que
debe ser tenido en cuenta para considerar el grado de validez que se otorgan
unos a otros. En una sociedad estratificada socialmente suele ocurrir que
las personas de clase alta no consideren interlocutores válidos en
todos los ámbitos de conversación a las que pertenecen a la
clase baja.
Se hace necesario establecer una distinción entre la atenuación
que se da entre interlocutores de igual jerarquía social, de aquella
que se da entre interlocutores de distinta jerarquía. Su motivación
será distinta en uno y otro caso.
Si entendemos la atenuación como una estrategia discursiva, es evidente
que el hablante deberá atenuar, ante todo, aquellos enunciados por
medio de los cuales busque influir sobre la conducta o la actitud de su interlocutor.
En este sentido podemos decir que a mayor incertidumbre del hablante de obtener
una respuesta favorable de su interlocutor, mayor necesidad tendrá
de atenuar su enunciado:
Conseguir la colaboración del destinatario es una de las tareas fundamentales de la comunicación (Escandell, 1993: 159).
Aquí
juega un papel determinante la jerarquía social de los interlocutores.
Si hay entre ellos una relación de servicio socialmente establecida,
si un hablante de clase alta cuenta con los servicios de un interlocutor de
clase baja, no tendrá necesidad de atenuar sus peticiones puesto que
la colaboración de su interlocutor le está garantizada.
Inversamente, el hablante de menor jerarquía tendrá que hacer
uso de un máximo de recursos de atenuación si quiere conseguir
algo de uno de mayor jerarquía social puesto que no está establecido
socialmente que el último deba satisfacer su petición.
Ilustremos esto con la petición de un préstamo de dinero:
Entre interlocutores del mismo rango social, cuanto mayor sea la suma que
una persona quiera conseguir de un amigo -cuanto mayor sea el costo para el
interlocutor-, más atenuada tendrá que ser su petición.
Las explicaciones, las disculpas, las promesas de una pronta devolución
son, en este sentido, recursos de atenuación.
El grado de confianza que exista entre los interlocutores también será
significativo. A mayor confianza, menor necesidad de atenuar el pedido y viceversa.
Si quien pide el préstamo es de menor jerarquía social que quien
lo concede, el uso de recursos de atenuación para justificar la petición
es ineludible.
En las relaciones no recíprocas la atenuación opera, fundamentalmente,
de abajo hacia arriba. En alguna medida es producto de una "baja autoestima",
de lo que podríamos considerar una "autonegación"
de los hablantes de clase baja cuando se dirigen a los de clase media y alta.
Esta autonegación se ve reforzada, por supuesto, por la negación
que de estos hablantes hacen los de las clases más poderosas. No los
consideran interlocutores válidos.
En virtud, precisamente, de su mayor jerarquía los hablantes de clase
alta no quedarán expuestos frente a sus interlocutores de clase baja.
Por eso cuando se dirijan a ellos tendrán menos necesidad de hacer
uso de los recursos de atenuación que cuando se dirijan a sus pares
de clase alta. Las fórmulas de tratamiento, en la medida en que delimitan
las relaciones recíprocas y las no recíprocas, son un claro
reflejo del tipo de relación que se establece entre los interlocutores
en una determinada sociedad:
Parece ser un Universal lingüístico (...) que en las formas de tratamiento están cifradas las dimensiones de la solidaridad y del status (...) (la solidaridad se basa en la igualdad, el status en la desigualdad de la posesión de atributos valorados positivamente) (Hörmann, 1967: 413 - 4).
Los
interlocutores de igual nivel socioeconómico establecen entre sí
relaciones recíprocas marcadas básicamente por el pronombre
personal tú.
Si la distancia social es significativa, ésta estará marcada
por el tratamiento de usted por parte
del de menor jerarquía.
En las relaciones no recíprocas los hablantes de mayor jerarquía
social tratarán de tú a
los de menor jerarquía. Se trata del uso del pronombre tú
no recíproco.
Sólo podemos hablar de atenuación cuando, en el nivel paradigmático,
el hablante, al elegir un enunciado, ha podido optar por otros; y, el enunciado
elegido ha sido el que suponía mayor "toma de distancia"
de uno o varios de los elementos que configuran la situación comunicativa.
El uso de las fórmulas de tratamiento, en la medida en que están
socialmente fijadas, no deja opción alguna al hablante. No pueden,
por lo tanto, ser considerados recursos de atenuación. Sin embargo,
son un claro indicador de la relación que se establece entre los interlocutores
y, en este sentido, son un indicio del tipo de atenuación que con toda
probabilidad encontraremos en las interacciones verbales que tengan lugar
entre ellos.
2.4. Distancia del tiempo presente
El hablante, por otra parte, debe tomar distancia del tiempo presente, el tiempo de la enunciación. Precisamente su condición de 'tiempo de la enunciación' es lo que hace que en determinadas circunstancias se atribuya al presente una carga de dureza. Para atenuarlo se recurre a otros tiempos verbales o se hace uso de los modos subjuntivo y condicional:
El
imperfecto de cortesía atenúa la dureza del presente. Bueno,
yo venía a hablarte de un asunto de importancia (Alcina / Blecua,
1975: 789).
El uso del condicional en peticiones que, en rigor, deberían ser formuladas
en presente: ¿me podría pasar la sal,
por favor?, es tan habitual que las gramáticas se han visto
en la necesidad de darle un nombre específico. Alcina y Blecua (1975:
789), por ejemplo, nos hablan del "imperfecto de cortesía",
cuya función es atenuar la dureza del presente.
Es
el contacto directo con el fuego lo que representa para el hombre el peligro
de quemarse. A una distancia prudente de una fogata, el hombre puede beneficiarse
del calor que emana de ella sin, por ello, exponerse a sufrir quemaduras.
Sin embargo, depende del hombre la distancia que tome del fuego. Una fogata
vista a través de una pantalla cinematográfica o en una fotografía
garantizan al espectador que está fuera de todo peligro de quemarse.
Pero, junto con resguardarlo del peligro, la distancia que imponen la pantalla
o el papel impide, también, que el espectador se beneficie del calor
del fuego. En la pantalla, el fuego, por real que pueda parecer, no es más
que una evocación. Aquí ya no depende del espectador acercarse
al referente de dicha evocación, de dicho signo. Aquí, el espectador
está condenado a la distancia del fuego.
Análogamente, la imagen social de los participantes en la comunicación
lingüística (oral y escrita) estará más expuesta
en la medida en que éstos estén más cerca unos de otros.
Los sociólogos Berger y Luckmann (1991) muestran cómo la conversación
cara a cara es el tipo de interacción social en la que los participantes
están más expuestos:
En la situación 'cara a cara' el otro se me aparece en un presente vívido que ambos compartimos (...) Mi 'aquí y ahora' y el suyo gravitan continuamente uno sobre otro (...) En la situación cara a cara el otro es completamente real. Esta realidad es parte de la realidad total de la vida cotidiana y, en cuanto tal, masiva e imperiosa. Es verdad que el otro puede ser real para mí sin que lo haya encontrado 'cara a cara', por conocerlo de nombre, por ejemplo, o por haberlo tratado por correspondencia. No obstante se vuelve real para mí en todo el sentido de la palabra solamente cuando lo veo 'cara a cara' (Berger / Luckmann, 1991: 46 - 7).
Por otra parte, los autores proponen que la realidad se construye socialmente y que la conversación -la forma más elemental de comunicación y de la que derivan todas las demás-, es mucho más responsable que la escritura de la creación y de la mantención de esa realidad:
El vehículo más importante del mantenimiento de la realidad es el diálogo. La vida cotidiana del individuo puede considerarse en relación con la puesta en marcha de un aparato conversacional que mantiene, modifica y reconstruye continuamente su realidad subjetiva (Berger / Luckmann, 1991: 191).
Sólo en la interacción comunicativa cara a cara el contacto entre los participantes es directo. Advierten los autores que, en ella, mi interlocutor es incluso más real para mí que lo que soy yo mismo:
Si bien es cierto que yo me conozco mejor, el conocimiento de mí mismo requiere de reflexión. El otro, en cambio, se me presenta de modo directo y "pre-reflexivo". Está permanentemente al alcance no sólo de mi voz sino además de mis sentidos. De este modo, en la interacción hablada el hablante tiene la ventaja de poder controlar la reacción de su oyente minuto a minuto, aunque con el inconveniente de exponer sus propios sentimientos (Brown / Yule, 1993: 24).
El
texto escrito, al contrario de lo que ocurre en la conversación, no
reúne en el mismo contexto espacio-temporal a su escritor con sus lectores.
Por otra parte, el texto no revela el proceso de escritura que le dio origen.
Todo lo que en él fue escrito y posteriormente borrado, la posible
alteración del orden de sus párrafos o su posible absoluta reescritura
permanecen ocultas para el lector que recibe el producto una vez que el escritor
se ha desprendido de éste y lo ha considerado acabado. El lector está
mucho más libre de presión por parte de la persona del escritor.
A diferencia del escritor solitario que a escondidas manipula su texto, los
interlocutores, expuestos uno al otro, van emitiendo enunciados que en el
propio momento de ser pronunciados se desvanecen y se pierden en el silencio.
Lo único permanente en la conversación es la presencia de quienes
la sostienen. Las palabras se pierden en el preciso momento de ser dichas.
Habría que preguntarse si no lo hacen para impedirnos que las saquemos
de su contexto. Sólo pueden ser entendidas cabalmente en relación
a éste. Abstraerlas de ellos es privarlas de una parte importante de
su significado.
Pero la distinción entre conversación y escritura no es suficiente
para determinar el grado de acercamiento que consiguen los participantes en
la interacción comunicativa. Sin duda es en la conversación
donde los participantes están más cerca unos de otros. Sin embargo,
no en todos los tipos de conversación están igualmente expuestos.
Muchas de las conversaciones que mantenemos cotidianamente están prácticamente
fijadas y se limitan a un intercambio convencional de palabras. Piénsese,
por ejemplo, en las palabra que intercambiamos cada mañana con el panadero
o con el conductor del autobús:
En la vida cotidiana es probable que esta clase de 'negociación' pueda de por sí disponerse de antemano, de manera típica, como en el típico proceso de regateo entre clientes y vendedores. De tal modo, la mayoría de las veces mis encuentros con los otros en la vida cotidiana son típicos en un sentido doble: yo aprehendo al otro como tipo y ambos interactuamos en una situación que de por sí es típica (Berger / Luckmann, 1991: 50).
En
esas situaciones son precisamente las pautas ya establecidas las que nos posibilitan
interactuar sin exponernos de forma excesiva. A pesar de tratarse de conversaciones
cara a cara, estamos menos expuestos a nuestro interlocutor de lo que estaríamos
frente a un amigo con el que mantuviéramos una conversación
de tono informal.
En efecto, siguiendo la caracterización que el Grupo Val. Es. Co. (1995:
27-35) ha hecho de la conversación, podemos decir que la mayor cercanía
de los participantes en la comunicación lingüística está
garantizada por la conversación con un máximo de rasgos coloquializadores.
Los rasgos coloquializadores que consideran son los siguientes:
-
Relación de igualdad entre los interlocutores,
ya sea en cuanto a los papeles sociales (determinado por el estrato sociocultural,
la profesión, etc.) o funcionales (provocados por la situación;
por ejemplo, un catedrático y un peón de albañil ingresados
en el hospital en la misma habitación son funcionalmente enfermos):
la relación entre iguales favorece la coloquialidad (...)
- Relación vivencial de proximidad: conocimiento mutuo y experiencia
común compartida entre los interlocutores (presuposiciones comunes).
- Marco de interacción familiar (no marcado) (...) cuanto más
cotidiano sea el espacio interaccional para los hablantes, más probabilidades
existen de que se desarrolle en él una conversación coloquial.
- Temática no especializada: el contenido enunciativo lo constituyen
temas al alcance de cualquier individuo.
Precisan
los autores que de los rasgos coloquializadores mencionados, los dos primeros
hacen referencia a la relación dinámica entre los participantes
en una conversación; el tercero señala la relación de
los participantes con la situación comunicativa, y el cuarto tiene
que ver con el tema conversacional (Val. Es. Co., 1995: 31).
Estos rasgos sumados a otros que consideran primarios: que se trate de una
"conversación cara a cara"; que la alternancia de los turnos
de habla sea "no predeterminada"; que haya "ausencia de planificación"
y que su tono sea "informal", nos dan el perfil del tipo de conversación
que propicia la mayor cercanía entre los interlocutores. Será
en este tipo de conversación donde la imagen social de los participantes
en la interacción comunicativa estará más expuesta. En
ella los participantes son mucho más vulnerables que quienes toman
parte en cualquier otra forma de comunicación.
La atenuación verbal sirve, precisamente, para salvaguardar la imagen
social. Su mayor productividad estará, por lo tanto, en la conversación
coloquial. Por eso, será observándola como mejor podremos aprehender
su funcionamiento.
El hecho de que los interlocutores estén expuestos y sean vulnerables,
hace que un componente fundamental de la conversación sea la negociación,
tal como lo ha señalado Widdowson:
El modo ejecutivo del lenguaje hablado es sólo en parte consecuencia de las restricciones de procesamiento: también resulta de la condición típicamente negociable del habla, de la participación recíproca que la origina (...) En la interacción hablada, los significados son manejados conjuntamente por emisor y receptor, contribuyendo cada uno de ellos a la elaboración acumulativa del discurso, presuponiendo cada enunciado las conclusiones alcanzadas en la parte precedente de la interacción. Cada enunciado encaja de este modo en un esquema extraído del diálogo anterior, en un proceso de constante reformulación (Widdowson, 1989: 248 - 9).
Junto
con permitir la modificación progresiva de la información, la
negociación permite salvaguardar la imagen social y la autoimagen de
los interlocutores.
La escritura no compromete de forma directa al lector con el escritor ni a
éste con sus lectores. Si un lector se aburre con una novela es libre
de cerrarla y cambiar de lectura o de actividad. Esta libertad no la tiene
el oyente aburrido por la conversación. No puede, sin más, abandonar
al hablante o cambiar de tema. Debe negociar la retirada. Debe ocultar, atenuar
su desagrado:
[La escritura] está abierta a interpretaciones variables. Dado que el lector no tiene ni voz ni voto en el desarrollo del discurso, el proceso interpretativo tiene lugar después de la comunicación, como acto de análisis (...) La escritura no es negociable. La interacción no está bajo un control conjunto: no puede haber ninguna refutación o corrección en el proceso de desarrollo del discurso, sino sólo como respuesta al producto textual. La escritura, por naturaleza, aleja a las personas de las implicaciones sociales inmediatas: fomenta la separación. Permite un compromiso sin participación (Widdowson, 1989: 248 - 9).
Del
mismo modo que no podemos hablar de la conversación sin hacer distinciones,
no podemos, para nuestro propósito, hablar de la escritura como de
un todo homogéneo.
Si consideramos las diferentes modalidades de conversación, es evidente
que la atenuación será más productiva en la conversación
coloquial. En cuanto a las diferentes modalidades de escritura, la atenuación
resultará más productiva en aquellas que se aproximen más
a la conversación coloquial.
La
escritura: el género epistolar
Las cartas personales, a pesar de no compartir con la conversación
coloquial un rasgo básico tan fundamental como es que la interacción
tenga lugar cara a cara, comparten otros que las aproximan, en algunos sentidos,
a este tipo de conversación. Las cartas personales se escriben sin
mayor planificación y su tono puede ser considerado informal.
Análogamente, encontramos en este tipo de escritura algunos rasgos
similares a los coloquializadores en la conversación. La "relación
de igualdad entre los interlocutores" y la "relación vivencial
de proximidad" pueden ser análogas a las existentes entre el escritor
y su destinatario. Asimismo, la temática de las cartas será
no especializada.
Precisamente porque quien escribe quisiera estar conversando con su destinatario,
en una carta personal el autor se esfuerza por recrear el contexto de su escritura
del modo más objetivo que le sea posible y por hacérselo llegar
al lector. Busca recrear la situación cara a cara, busca romper con
la distancia. Pero, inevitablemente, en las cartas se pierde el control del
interlocutor. El escritor no lo puede hacer cómplice (como en la conversación)
de sus palabras. No puede llevarlo a decir lo que quiere escuchar. No hay
turnos de habla para, sucesivamente, arrebatarle la palabra hasta lograr 'consenso'.
Para escribir, cada cual elige la circunstancia y el interlocutor está
obligado a escuchar calladamente hasta que el que habla (escribe) decida terminar
de hacerlo.
¿Y la respuesta? ¿Contesta uno realmente una carta como contesta
a una pregunta? Indudablemente, no.
Contestar una carta es simplemente escribir otra carta. El escritor solitario
no tiene como referencia el contexto de su interlocutor sino el suyo propio.
Dialoga, no con otro, sino consigo mismo.
Las cartas personales pueden ser, en este sentido, implacables. Quien se enfrenta
al papel en blanco se enfrenta a un ejercicio de autorreferencia. En nuestra
época, el teléfono, el fax y el telegrama nos permiten mantener
el contacto con el interlocutor ausente sin por ello exponernos a la introspección.
También suelen ser infaliblemente delatoras del estado de ánimo
en que está el escritor. En las cartas, por una parte, el que escribe
se siente libre de explayarse puesto que no está en presencia, siempre
condicionadora, del interlocutor. Pero, por otra, cuenta con las restricciones
del lenguaje que desde niño ha internalizado.
Por eso, las cartas suelen dejar al descubierto los sentimientos y estados
de ánimo. Pero la lucha de quien los expresa con su propio lenguaje
se hace también explícita por medio, precisamente, de las manifestaciones
de la atenuación:
Tú sabes como es la cosa, hay una parte de uno (de mí), nacida para traicionarme, para desacreditarme (Carta de 1992, mujer de 25 años).
Tú
sabes como es la cosa, anuncia al lector algo indefinido, la cosa
de la que se le va a hablar. Por otra parte, involucra al lector en el conocimiento
de lo que se le va a decir.
En un primer momento, la mujer evade, atenúa, su yo sustituyéndolo
por el pronombre indefinido uno. Pero, inmediatamente
después, reacciona frente a la imposibilidad de generalizar esto tan
particular que está viviendo y, en un paréntesis, recupera su
yo.
La
escritura: el género literario
Para poder hablar de la atenuación en la escritura debemos distinguir
al menos dos tipos de escritores: aquel que se hace cargo de su identidad
y aquel que la encubre o enmascara. A este segundo tipo corresponde el escritor
de literatura:
El escritor asume un papel irresponsable. Escribe no como persona o como posición, sino como persona (máscara o personaje): transfiguración temporal de la personalidad. Los pensamientos, percepciones y sentimientos expresados en un poema lírico [por ejemplo] no tienen, por lo tanto, ninguna responsabilidad: no se los puede remitir al autor; no se los puede poner en duda porque no se pueden convenir criterios para establecer su veracidad o su justificación. No tiene sentido apelar al principio de cooperación, que informa la práctica comunicativa normal, mediante el cual se supone que lo que se dice tiene justificación en los hechos, o es pertinente con respecto a implicaciones contextuales basadas en una realidad ordenada de modo convencional (Widdowson, 1989: 253).
Si
quien escribe ha decidido ocultarse tras una máscara, transfigurar
temporalmente su personalidad, si no afirma, si no puede mentir, no puede
tampoco atenuar nada.
Hemos dicho que la negociación, sin especificar aún sus formas,
es el modo más elemental de atenuación. Es evidente que no puede
haber negociación si no hay nadie sustentando sus palabras.
En la literatura tendrá sentido ver cómo se manifiesta la atenuación
entre los diferentes personajes; eso sí puede dar cuenta de un modo
de hacer que transciende lo escrito, a menos que un lapsus del escritor le
haga olvidar que su "papel irresponsable" lo protege, que puede
poner en boca de sus personajes cualquier palabra y, entonces, por un instante,
quede al descubierto frente a nuestros ojos.
Podríamos decir que el grado de cercanía entre los participantes
en una interacción comunicativa es directamente proporcional al grado
en el que su imagen social se ve expuesta.
Por su parte, la función de la atenuación es la de contribuir
a preservar esa imagen. Por lo tanto, con toda probabilidad, el grado en que
la imagen social quede expuesta en una interacción comunicativa será
proporcional al grado en que intervenga en ella la atenuación.
La interacción comunicativa que logra el mayor acercamiento de sus
participantes es la conversación coloquial.
Es evidente que al calificar una conversación de coloquial hemos hecho
referencia no sólo al canal sino, además, al tipo de interlocutores
y a las temáticas tratadas. No podemos establecer una frontera entre
un elemento y los demás, todos ellos interactúan y juntos configuran
la situación comunicativa.