Catherine
Kerbrat-Orecchioni (1992, tomo II) se detiene cuidadosamente en la revisión
de los modelos más representativos del estudio de la cortesía.
Menciona, en primer lugar el de Penelope Brown y Stephen Levinson (cuya primera
versión es de 1978). Expondremos brevemente este modelo porque nos
servirá como marco teórico para, posteriormente, precisar el
funcionamiento de la atenuación.
Brown y Levinson construyen su modelo partiendo del concepto de "face"
(imagen) acuñado originalmente -como ya dijimos- por Goffman. Pero
si antes dijimos que Goffman habla de la necesidad de preservar la propia
imagen y la del interlocutor, ahora veremos cómo estos autores hablan
no de una sino de dos imágenes para cada persona. En efecto, los autores
postulan que cada persona, como ente social, posee dos imágenes:
una imagen negativa y otra positiva.
A la necesidad de preservar nuestro territorio corporal y espacial -que llevó,
como dijimos, a Hall a distinguir distintos tipos de distancias que las personas
establecen entre sí en función de las diferentes situaciones
sociales- se suma la que tenemos de preservar nuestros bienes -tanto materiales
como cognitivos-. De este modo, los autores entienden la imagen negativa,
de un modo amplio, como el territorio del yo.
Pertenece a él tanto el cuerpo del yo
como sus prolongaciones: vestimenta, cartera, etc. Pertenecen, también,
sus bienes materiales: su auto, sus hijos, su plato; su territorio espacial:
su lugar; su territorio temporal y sus reservas de información: sus
secretos.
La imagen positiva del yo se refiere a
su narcisismo.
En una interacción entre dos personas están en juego -y son
susceptibles de recibir amenaza- cuatro imágenes: la negativa y la
positiva de cada uno de los interlocutores.
El hablante amenaza la imagen negativa de su interlocutor cuando invade su
territorio. Violaciones no verbales de este tipo son ciertos contactos corporales,
agresiones visuales, olfativas y auditivas. Análogamente, los actos
de habla considerados por Searle "directivos" invaden el territorio
del interlocutor limitando su libertad de acción: una orden, una prohibición,
un consejo, una demanda, amenazan la imagen negativa del destinatario.
El hablante amenaza la imagen positiva de su interlocutor cuando pone en peligro
su narcisismo, por ejemplo, por medio de una crítica, un reproche,
un insulto, una injuria o un rechazo.
Pero, además de amenazar las imágenes de su interlocutor, el
hablante puede amenazar las suyas propias. Así, amenaza su imagen negativa
cuando pone en peligro su propio territorio, por ejemplo, por medio de una
promesa o de una oferta.
El hablante, por último, amenaza su imagen positiva cuando se autodegrada.
Esto ocurre con una autocrítica, una autoacusación, una excusa,
una confesión, etc.
Kerbrat-Orecchioni nos expone la subclasificación de la cortesía
que hacen los autores. Más que presentarla aquí, nos interesa
mostrar que muchos de los recursos de atenuación -que más adelante
retomaremos con detalle- son propuestos explícitamente por Brown y
Levinson como tácticas de cortesía:
- Busque el acuerdo.
- Utilice marcadores de identidad "in group".
- Tenga presentes los deseos del interlocutor.
- Recurra a la indirección convencional: ¿podría
pasarme la sal?
- Recurra a los modalizadores.
- Minimice la imposición: sólo quería
preguntarte si puedes prestarme tu lápiz un minutito.
- Pida disculpas.
- Recurra al discurso impersonal.
- Minimice su expresión (por medio, por ejemplo, de la lítote).
- Sea ambiguo.
- Sea vago.
- Haga generalizaciones.
- Recurra a la elipsis.
Como
tendremos ocasión de ver en detalle, para seguir estas instrucciones
hacemos uso de los recursos de atenuación.
No quisiéramos terminar este breve capítulo dedicado a la cortesía
sin hacer alusión a su relación con la educación y con
las clases sociales.
La cortesía está al servicio del buen funcionamiento de las
relaciones sociales. En Chile, cuando un amigo le dice a otro: Estoy
medio enojado contigo
porque no viniste ayer, es conveniente que el interlocutor entienda
que su amigo está enojado sin más, y que probablemente lo esté
bastante, desde el momento en que decide decírselo. El interlocutor
sabe, puesto que ha crecido rodeado de este tipo de lenguaje, que medio
refleja la dificultad de decirle a su amigo algo desagradable a su oído.
Sabe que no mitiga el grado de enojo.
Puesto que la atenuación en este sentido enmascara y disfraza lo que
pragmáticamente se quiere decir, su adecuada utilización es
necesariamente aprendida. De ahí que el exceso de cortesía pueda
relacionarse con la falta de autenticidad. Es la espontaneidad lo que debe
ser reprimido. Es el animal que hay en nosotros el que debe permanecer oculto.
La cortesía es, en última instancia, una lucha contra nuestra
propia naturaleza:
Hay que neutralizar, hay que volver aséptico todo aquello que en nosotros y nuestro entorno es expresión de la naturaleza. Los cuerpos deben ser olvidados (Dhoquois, 1993: 175).
Vista así -como ya sugerimos- la cortesía es fundamentalmente asunto de las clases altas. Bernstein ilustra la función de la socialización formalmente organizada a que está sometido el niño de clase alta desde sus primeros años tanto en el núcleo de la familia como en la escuela:
L'enfant grandit dans un ordre éducatif rationnel, qui organise dès son plus jeune âge la totalité de son expérience. Dans ces milieux, on décourage la manifestation directe des sentiments, et tout particulièrement des sentiments d'hostilité (Bernstein, 1975: 32).
Bernstein
destaca también la importancia que en este sentido se le otorga al
lenguaje. Para el autor, se concede un valor eminente a la verbalización
porque la palabra sirve de mediador entre la expresión del sentimiento
y las formas socialmente reconocidas de manifestarlo.
Esta es, precisamente, la función de la cortesía: conservar
las formas socialmente establecidas de manifestarse los sentimientos.
Volviendo a nuestro ejemplo inicial: ¿por qué decimos: estoy
medio enojado contigo, pero no decimos:
*estoy medio contento
contigo? Porque es el sentimiento de enojo el que, fundamentalmente,
debe ser enmascarado.
La cortesía se "adquiere mediante un largo y minucioso aprendizaje"
(Dhoquois, 1993: 169). Por eso, atañe principalmente a las clases altas.
De hecho, sólo tiene licencia para no ser cortés aquel que no
ha recibido una "debida educación".
Dado que su forma particular de manifestarse es una convención social
y dado que proscribe aspectos de los más arraigados de nuestro ser,
la cortesía comienza a manifestarse a través del núcleo
familiar. En éste se producen los pasos necesarios conducentes a lograr
una educación adecuada.
A través de los actos de supervisión, repetición y aprendizaje
reforzado, comienzan a indicarse las primeras prohibiciones. Éstas
determinarán en todo momento aquellas conductas que deben ser desterradas
por descorteses: no sonarse la nariz delante del interlocutor, no mirar hacia
arriba, no sentarse con las piernas muy separadas, no arrastrar los pies,
no hablar con las manos, no interrumpir al otro, etc.
Pero la propia educación de la cortesía se hace de manera cortés,
porque quien educa es ya cortés:
El discurso de los padres muestra el deseo de minimizar el aspecto autoritario de este aprendizaje (Zaidman, 1993: 174).
Tomemos un ejemplo de Bernstein (1975). Cuando la madre quiera que su hijo se calle le dirá querido, sería mejor que hicieras menos ruido y no simplemente cállate. El niño, por su parte, entenderá que su madre le está pidiendo que se calle. Porque aprendió a ser sensible a este tipo de frases.
La cortesía rechaza las frases cortas. De tal modo no bastará decir buenos días, sino que es preferible decir buenos días, señora (Miension-Rigau, 1993: 168).
La
cortesía, en este sentido, atenta contra el principio de economía
del lenguaje.