Los fundamentos de la atenuación deben ser buscados más allá de la lingüística: en la psicología humana, en la antropología y en la sociología.
Sabemos que el deseo de elogio y aprobación nos acompaña desde la mitad de nuestro primer año de vida:

El primer paso, que muchos niños dan a los cinco meses de edad, es el tránsito de placeres puramente sensitivos, como el calor y la alimentación, al placer de la aprobación social. Este placer, al iniciarse, se desarrolla con mucha rapidez; todo niño ama el elogio y odia la represión (Russell; 1967: 51).

El desarrollo del intelecto y el de la afectividad no corren por vías separadas:

A partir del período preverbal [existe] un estrecho paralelismo entre desarrollo de la afectividad y el de las funciones intelectuales, puesto que son dos aspectos indisociables de cada acción: efectivamente, en cada conducta los móviles y el dinamismo energético provienen de la afectividad, mientras que las técnicas y el ajustamiento de los medios utilizados constituyen el aspecto cognoscitivo (sensorial o racional). Por tanto no se produce nunca una acción totalmente intelectual (Piaget; 1992: 48).

Por eso, la atenuación en el lenguaje responde a la necesidad del hombre de protegerse frente a todo aquello que puede representar una amenaza.
Desde la sociología, Erving Goffman (1959) considera los encuentros sociales y básicamente las interacciones verbales como ritualizadas. En tales interacciones la autoprotección de los sujetos participantes es básica y se consigue en gran medida evitando invadir el territorio del interlocutor. A partir de estos presupuestos el autor ha creado su teoría de la imagen. Sostiene que en las interacciones verbales se busca tanto salvar la propia imagen como evitar amenazar la del interlocutor.
La importancia de no invadir el territorio del interlocutor encuentra su correlato en los estudios de proxémica realizados por el antropólogo norteamericano Eduard Hall (1976). El autor establece una distinción entre lo que ha llamado especies animales "de contacto" y especies "de no contacto":

Algunas especies se apiñan y buscan el contacto físico entre sí. Otras evitan por completo tocarse. No hay lógica aparente que rija la categoría en que entra una especie (Hall, 1976: 21).

El hombre es un animal de no contacto. Los animales de este tipo evitan tocarse, estableciendo entre sí los siguientes tipos de distancia:

a) Distancia personal: es la distancia normal que los animales de no contacto mantienen con sus congéneres. En ella interviene la organización social:

Los animales dominantes son propensos a tener mayores distancias personales que los que ocupan posiciones inferiores en la jerarquía social, mientras los animales subordinados se observa que ceden espacio a los dominantes (Hall, 1976: 22).

La relación entre distancia personal y jerarquía social parece ser propia de todos los vertebrados.

b) Distancia social: a pesar de evitar tocarse, los animales sociales se necesitan recíprocamente y no deben perder el contacto entre sí. La distancia social es la que garantiza que ese contacto se mantenga. Cuando ésta se excede, el animal se torna más vulnerable a los peligros ambientales. Esta distancia, que puede ser considerada de tipo psicológica, varía según la especie de que se trate. En el hombre la televisión, el teléfono, el telégrafo etc., la han prolongado permitiéndole interactuar a distancia.

c) Distancia pública: se llama así a la que separa, por ejemplo, a un conferenciante o a un grupo teatral de su público. A esta distancia se pierde la participación afectiva personal. La voz suele ser amplificada y gran parte de la comunicación es asumida por ademanes.

d) Distancia íntima: cuando se reduce la distancia personal se establece entre las personas una distancia íntima. En ella las sensaciones olfativas y táctiles entran en juego y determinan en medida significativa el grado de relación afectiva entre las personas. La distancia íntima puede estar motivada por una relación de índole agresiva y hostil.
Llevada al ámbito del lenguaje podríamos decir que la atenuación consiste, precisamente, en la emisión de enunciados que garanticen al interlocutor que el hablante está respetando la "distancia personal" que lo separa de él o, de acuerdo con la "teoría de la imagen", le indica al interlocutor por medio de ciertos enunciados que respeta su imagen y que no quiere invadir su territorio.

Independientemente de cuál sea la distancia que los diferentes animales -incluido el hombre- establecen entre sí en diversas situaciones, es interesante tener en cuenta que:

La fuga es el mecanismo fundamental de supervivencia para los animales dotados de movimiento (Hall, 1976: 19).


Este hecho nos permite establecer la siguiente relación en el plano del lenguaje: con la huida se corresponde la evasiva, el silencio y, cuando éste no es posible, la atenuación.
En el mundo físico los peligros pueden ser de naturaleza varia y la fuga consiste en tomar distancia de ellos. En el ámbito del lenguaje el peligro lo representa siempre la relación con el interlocutor. A la necesidad de protegerse (en el mundo físico) corresponde, en el ámbito del lenguaje, la necesidad de salvaguardar la imagen propia y la del interlocutor. El peligro, entonces, de acuerdo con Goffman (1959: 1971), consistiría en la siempre posible transgresión de esa salvaguardia.
A la toma de distancia de aquello que representa peligro en el mundo físico corresponde, en el ámbito del lenguaje, lo que convenimos con Haverkate (1994) en considerar una toma de distancia metafórica. La función de la atenuación es, precisamente, la de lograr esa distancia metafórica.
La atenuación opera tomando una distancia metafórica de todo aquello que está en juego en la conversación, en la comunicación 'cara a cara', puesto que es en esa situación comunicativa en la que la imagen de los interlocutores está más expuesta.