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  Nº 670 miércoles 29 de septiembre de 2010

 

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•CONTRIBUCIÓN

Bicentenario multicultural y social

Doscientos años pesan en la historia de un país. Son muchas las generaciones que han sostenido con su trabajo, esmero, sufrimiento y esperanzas la difícil tarea de construir una sociedad. Pasamos de la hacienda a la industria y de ésta a la sobreexplotación de recursos naturales, cambiando la economía, la política, cultura y sociedad. El deseo de progresar y los anhelos de justicia y libertad siempre estuvieron en el centro de la preocupación de la intelectualidad, de los movimientos sociales, de la política progresista y de la identidad nacional.

Sin embargo, estos anhelos de justicia y superación de la pobreza siempre han sido reprimidos y postergados por el elitismo, clasismo y centralismo de los grupos dominantes. A pesar de los enormes avances, especialmente de los económicos y en infraestructura, la sociedad no ha cambiado en lo esencial. Sigue manteniendo fuertes rasgos feudales, con enclaves modernos y subsidios paternalistas para los más pobres. Y mantiene sus anhelos de justicia, solidaridad y libertad.

Chile puede superar estos rasgos si cree realmente en las personas, redistribuye la riqueza, mejora profundamente la calidad de la educación y establece un sistema de protección social, iniciado en el Gobierno de Michelle Bachelet. Si otorga oportunidades de desarrollo y movilidad social a los más desfavorecidos. Si deja de pensar pobremente en intereses particulares y se decide a agregar valor a lo que produce y a las personas que producen, a los trabajadores. Por cierto que este cambio no vendrá de los de “arriba”, sino de los movimientos reflexivos, creativos e inteligentes de la sociedad civil, como ha ocurrido en la historia de las sociedades más avanzadas e inclusivas.

El Bicentenario es un momento relevante de reflexión. Tres hechos sociales actuales llaman fuertemente la atención: las consecuencias humanas del terremoto del 27 de febrero; los 33 mineros
atrapados a 700 metros de profundidad en la mina San José en el Norte, y los 34 mapuches en huelga de hambre en el Sur. La reconstrucción aún no ha empezado para las víctimas pobres y sectores medios del terremoto/tsunami.

Muchos temen que la emergencia se transforme nuevamente en aprendizaje social: los pobres aprenden socialmente a ser y vivir como pobres. La tragedia minera hace visible las precarias condiciones de trabajo imperantes en el país, semejante a las del siglo XIX, a pesar de los inmejorables precios internacionales del cobre y las enormes ganancias de las grandes empresas. Los pueblos originarios, mapuches y otras etnias, son los más pobres entre los pobres. La discriminación de que son víctimas limita con el racismo. El país acostumbra exaltar la valentía histórica del pueblo mapuche, pero al mismo tiempo le niega los derechos a autodeterminación consagrados por las Naciones Unidas (artículo 169 de la OIT) y, para peor aplica injustamente, a sus
protestas por mejores tratos y mejores condiciones de vida, la ley antiterrorista. Como sociedad, como chilenos, deberíamos sentirnos orgullosos de poder convivir con nuestros antepasados originarios, como parte viva de la multiidentidad e interculturalidad que enriquece y potencia culturalmente nuestra existencia y convivencia multinacional.

Dr. Jorge Rojas Hernández
Decano Facultad de Ciencias Sociales




 

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