Belisario Candia Soto
Soy producto de un experimento social de la UdeC
Chillanejo por adopción pero penquista de corazón, se define Belisario Joaquín Candia Soto. Ingeniero en Ejecución Mecánico de profesión y actual jefe de Laboratorio de la facultad de Ingeniería Agrícola del Campus Chillán, fue distinguido por sus 30 años de servicio en esta casa de estudios, en la ceremonia de celebración de los 90 años de esta institución.
En esa oportunidad y en nombre de los trabajadores del Campus, Belisario emocionó a los presentes con el relato de su historia de vida, la cual reconoció, ha estado marcada por la UdeC.
¿Cómo nace su relación con esta Universidad?
Recordemos que hacia los años 70 el país enfrentaba una demanda de cambios sociales. La realidad nos enfrentaba con restricciones de acceso a la educación, por lo cual se desarrollaron esfuerzos por ampliar mecanismos de extensión, centros universitarios y becas estatales para financiamiento de estudiantes de escasos recursos.
La situación inquietaba a las autoridades universitarias de esos años y se discutía en los claustros plenos, donde incluso se llegó a declarar que los jóvenes de sectores marginales no tenían la capacidad y/o las condiciones para ser profesionales. Estas reflexiones las escuché en 1991, en las Termas de Catillo, cuando me encontré con don Edgardo Henríquez Fröeden, quien fue rector hasta septiembre de 1973.
Mi condición social de entonces no me permitía “soñar” con ser un profesional universitario.
¿Cómo surge la conexión, entonces?
Nuestra universidad aplicó el método científico e hicieron un experimento social buscando gente del prototipo al que yo pertenecía.
En el año 1971 rendí la PAA. Llegó a la sala una asistente social de la Universidad que planteaba la desigualdad de medios para jóvenes de condición social diferente y proponía responder una encuesta, lo cual hice.
En marzo, la Universidad efectuó la validación de mis datos en mi casa del barrio Huracán, sector Costanera en Concepción, mi trabajo diario (se desempeñaba como fletero de la Vega de Concepción) y mi condición de estudiante en el Liceo Industrial de Hualpencillo.
Para mi inmensa sorpresa, como la de mi madre, me citaron a la Oficina de Asuntos Estudiantiles y me informaron que la Universidad me había otorgado una beca de estudios, con alimentación en el Hogar Central y de dinero mediante la Junaeb.
¿Por qué decide estudiar la carrera de Ingeniería de Ejecución Mecánica?
Porque quería ser mecánico, tener mi propio taller. Dediqué todos mis esfuerzos para aprovechar esta oportunidad. Estudiar clase a clase fue un gran consejo de mis profesores, entre los cuales podría destacar a varios, que fueron grandes guías para mi formación y desarrollo como ser humano… Lucinda Rayo, Sergio Cuadri, Alfredo Devenin y muchos otros, que me quedan en el recuerdo y cariño por su docencia formadora.
¿Cómo fue la relación con sus compañeros y de qué manera enfrenta esta nueva realidad?
Para mí esto era nuevo y desconocido. Aunque era de un mundo diferente, fui alumno destacado, lo que me ayudó a integrarme y hacer nuevos amigos. Tras el golpe militar todo cambio y finalmente fui detenido. Valorando más mi vida, preferí dejar todo de lado y suspendí mis estudios. Al retomarlos, sin becas ni nada, debo destacar el apoyo de algunos amigos como Fernando Sáenz, cuya familia me apadrinó y me otorgó una beca para continuar estudios.
Fue una época muy linda, de mucho aprendizaje y de muchos contrastes. Soy hijo de madre soltera y de una realidad completamente distinta. Aunque tuve suerte, no puedo dejar de pensar en cuántos jóvenes como yo quedaron a mitad de camino.
Ya que menciona a su madre, ¿cómo enfrentó ella todo este cambio?
Mi mamá, Clementina Soto, estaba asombrada. Ella nos enseñó a mí y mis tres hermanas a ser fuertes en la vida. Por ejemplo, si llegaba llorando porque alguien me pegaba, me decía: “defiéndete y no llores porque a la próxima te pego yo”. Así nos enseñó a enfrentar los problemas, a pesar de la adversidad -recuerda visiblemente emocionado-. Ciertamente para mis hermanas y yo, aunque ella se encuentra en ese más allá del sol que desconocemos, su recuerdo ocupa un espacio esencial.
¿Cómo termina todo este “experimento social”, como usted lo denomina?
¡Fue un experimento social! Después de 37 años, este experimento aún no termina, incluso tuvo resultados que ni siquiera estaban contemplados en la hipótesis, ya que llevo casado 25 años con Orietta Garrido Matus, soporte y compañera de vida, con quien tenemos dos hijas, Nicolle, quien cursa quinto año de Odontología y Lorena, quien está desarrollando su cuarto año en Tecnología Médica… ¡obviamente en la UdeC!. Las consecuencias del experimento aún siguen, y es completamente cierto que los méritos son de los planificadores y la suerte de haber sido tocado por la mano de dios es de quien les habla y algunos otros.
Francisca Olave C.
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