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nro 595 jueves 7 de diciiembre de 2006

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  • OPINIÓN

Tienen que ver con aquellas evocaciones que nos vienen desde la memoria ancestral y que gravitan en nosotros. Se articulan con estas evocaciones el vendaval, el rayo y la tempestad; el rumor del mar y el sonido de la trutruka y la pifilka.

Hay en estos elementos de la naturaleza un respiro pneumático que nos identifica con la tierra y sus elementos primigenios. Este respiro tonifica nuestro cuerpo, nuestros huesos y la sangre. Es la savia que nos entrega la madre-tierra. Es el ayer que se trasluce a través de nuestra piel y nuestros ojos que son la ventana del pasado y del futuro. Nuestro presente no es más que un eslabón de esta cadena existencial, cuyo único atributo es la corroboración, pero nunca la corrección, la enmienda o la masa crítica que pudiera funcionar como recurso retro-alimentador.

El pasado de nuestros pueblos, en especial el pueblo mapuche nos cuenta su epopeya cada día, única manera de construir su futuro. Nunca cesa de enterrar su corazón y sus párpados en el íntimo corazón de la tierra para bajar a aquella estrata protoplasmática donde se genera el oxígeno, la sangre y la esperanza del espíritu mapuche. Jamás nos cansaremos de repetir este ciclo, porque el hecho de ser mapu o ser tierra, y el ser gente que vive, sufre y desespera por preservarla, le inocula el amor, la dependencia y la identidad como elemento primordial de subsunción por y para la tierra.

Un ser sin tierra es un ser dramático, desenraizado, como si estuviera condenado a vivir su propia desnudez. El privilegiado que cuenta con ella, que tiene la fortuna de poseerla, es capaz de defenderla hasta la muerte, porque siente que le arrancan su primera piel, la segunda fue entregada por nuestros progenitores para integrar las dos en una sola, en un solo cuerpo entero del cual debemos dar cuenta a través de nuestra propia individualidad.

La tierra tiene su modo propio de hacerse sentir. Puede ser a través del respiro del volcán o del huracán, del maremoto o del aeromoto. Nosotros tratamos de congraciarnos con estos “trastornos” a través del kultrún, el trompe o la pifilka; a través de los sonajeros de tierra o de calabaza, de la trutruka, etc. Es el intento de propiciar buenos augurios para desexorcizar el mundo. Puede que sea nuestra pequeña ofrenda de desagravio, o bien, nuestro sentido lamento para que calme su cólera.

Todos los pueblos del planeta cuentan con su propio bagaje reconciliatorio. El pueblo mapuche también. Podrán ser antiguas formas del ruego, como antiguo es el amor y el encantamiento con el mundo.

Esta exposición forma parte del proyecto de creación aprobado, auspiciado y respaldado por la Dirección de Investigación, entidad a la que agradecemos su estímulo y que por su intermedio se ha hecho posible la realización de esta muestra artística.

Aníbal Guzmán
*Presentación de su exposición del mismo nombre que se inaugura hoy en la Casa del Arte

   

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