María Isabel Moreno
Vender arte en medio
de la enorme pobreza
Su primera imagen de Puerto Príncipe es como el hormigueo incesante de miles de personas que iban y venían, subían y bajaban las colinas que rodean la ciudad. ¿A dónde van? ¿De dónde vienen? nos preguntábamos. En un país donde no existe el transporte público tienes que caminar.
¿Qué hace vendiendo arte en un país tan pobre? La pregunta es muy poco original, advierte. Se la hacen allí donde quiera que vaya la periodista María Isabel Moreno Vera (viuda, dos hijos), dueña de una galería de arte en Puerto Príncipe, la caótica y sufrida capital del país más pobre de América, donde reside hace 28 años.
En un reicente viaje a Chile, María Isabel acepta contar su experiencia. Prepara como curadora una gran exposición de arte ingenuo para el 2007 en el Centro Cultural La Moneda.
¿Llevaría esa exposición a la Casa del Arte?
Para una exposición en Concepción presto las obras de mi colección particular. Es asunto que la Universidad quiera y me lo pida. Son casi treinta años de reunir material. Cuando llegué a vivir allí, con mi marido como funcionario internacional, lo primero que hicimos fue comprar una tela y colgarla en la pieza del hotel.
¿Cómo es que una periodista penquista se convierte en una galerista haitiana?
Me fui siguiendo a mi marido y con mi hijo mayor recién nacido. Nuestro destino fue primero Honduras, luego Costa Rica y finalmente Haití, donde varios años después nace mi segundo hijo.
¿Vivir con tantas carencias en medio de la pintura. Es curioso?
E incomprensible, si lo miras con la óptica chilena. Todo es distinto. Sucede que arte es lo que los habitantes de Haití saben hacer. Lo hacen intuitivamente, sin técnica, sin escuela. Es así como han hecho famosa la pintura naif, ingenua o primitiva. Lo más atrayente es el arte en la calle. Es una expresión eminentemente popular, no es de elite. No lo hacen para vender -aunque no digo que eso no sucede- sino que porque es una expresión necesaria y permanente. Cuelgan las telas en cordeles. Entonces se trata de verdaderos estallidos de color, de formas, en medio de carencias y no pocas tristezas.
¿A quién vende y cuántas galerías existen?
Primero que todo yo compro. Porque no se usa la consignación. Los artistas viven de eso. Vendo a pocos turistas, muy poca gente nos visita, funcionarios internacionales. La base está en la exportación. Son muy requeridos desde el exterior. Desde Francia, Canadá, Estados Unidos. Recién estuve en una gran exposición que hicieron en Brasil sobre arte naif. Se ofrece la muestra en Brasilia, Río de Janeiro y Sao Paulo. Los haitianos producen, los extranjeros compran. No hay gente que no pase por Haití que no compre un cuadro. Cada vez existen menos galerías. Cuando llegué el 78 habían 50. Hoy hay 15. Las vicisitudes políticas influyen.
¿Pero hay una selección imagino. En medio de tanta oferta deben haber calidades?
Como en todo orden de cosas. Elijo de acuerdo a mi criterio estético, a lo que sé, a lo que he leído y visto, porque comparto y visito a muchos talleres, pero la base de todo -insisto- está en la característica de arte popular, de expresión genuina. Ellos evolucionan en el tiempo, no hay una técnica depurada, son autodidactas.
¿Cómo fue su época de estudiante universitaria de periodismo?
Genial, idealista, llena de sueños, dando permanentes batallas por cambiar las cosas. Con el periodismo tenía idea fija, quería ser periodista política. El resto no me interesaba. Tras recibirme trabajé en El Sur, Crónica y La Patria. También en Radio Simón Bolívar. Conocí a quien fue mi marido. La Escuela situada en el subterráneo de Medicina propiciaba el encuentro entre médicos y periodistas. Mis recuerdos de Concepción y la Universidad son hermosos.
Mónica Silva Andrade
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