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nro 585  Jueves 22 de junio de 2006

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  • CONTRIBUCIÓN ACADÉMICA

Tradicionalmente el concepto patrimonio se ha restringido a piezas singulares de reconocido interés natural y cultural. Actualmente, en cambio, tiende a asumir un alcance más amplio implicando la totalidad del paisaje. Según esta acepción, el patrimonio-paisaje refleja el ir haciéndose de una cierta sociedad en un cierto territorio. La conciencia de una estructura ambiental compleja y dinámica –en transformación- substituye la contemplación estática. El vínculo estético y sentimental da paso a una visión integradora y racional.

Al analizar nuestra área metropolitana, se constata que uno de los factores preponderantes en la configuración de este sistema lo constituyen los complejos factores espaciales y geográficos de su entorno natural. Desde sus orígenes, estos elementos han condicionado la centralidad de los núcleos urbanos, sus áreas de expansión, la red viaria, así como las actividades productivas, destacando siempre una compleja relación de equilibrio entre el entorno natural y el espacio construido.

En efecto, uno de los factores espaciales más notables del área lo constituye la concentración de diversos recursos naturales de magnitud, como el río Bío Bío, complementada por esteros, ríos, lagunas, marismas y humedales, dispuestos en una caprichosa conformación de la Cordillera de la Costa, abundante en relieves abruptos y cerros islas, que si bien son un marco escénico notable, son también factores permanentes de discontinuidad para el desarrollo urbano.

Al mismo tiempo, se ha descuidado la integración armónica de los elementos naturales como factores estructurantes de ciudad y el paisaje urbano. Resulta fácil, de este modo, comprender la ausencia de lugares que destaquen la presencia de sus ríos, lagunas y cerros, sumado a la degradación, el abandono o la marginalidad social, que los convierte en grandes extramuros.

Esto ha implicado en la actualidad realizar grandes esfuerzos para revertir este proceso, como lo demuestran los casos de la recuperación de la Ribera Norte del Bío Bío o de las lagunas urbanas en la ciudad de Concepción.

En el caso de San Pedro, destacan sin embargo las lagunas Grande y Chica, que constituyen hoy uno de los atributos naturales de mayor interés a escala comunal y metropolitana y que otorgan un sello corporativo para San Pedro de la Paz. Esto ha despertado el interés inmobiliario por satisfacer una nueva demanda del mercado, estimulada por un modelo de hábitat más natural y vinculado al paisaje.

Se ha sumado a este interés, el mejoramiento progresivo de la infraestructura vial, que ha transformado la centralidad y accesibilidad de estos lugares viéndose esto último reforzado con la construcción del puente Llacolén. El creciente interés de estas áreas se confirma en los diferentes proyectos inmobiliarios iniciados en la última década. Es el caso de los proyectos Idahue en la ribera norte de la Laguna Chica y de Andalué y El Venado en la ribera de la Laguna Grande, proyectos que han marcado el inicio de un nuevo proceso, que podemos denominar de “colonización de los predios ribereños lacustres”, donde comparece la búsqueda de un nuevo modelo de hábitat urbano. Pero el poder de atracción de estas áreas no sólo envuelve al mercado de la vivienda, como lo demuestran los proyectos de los nuevos campus educativos del Colegio Inglés en la Laguna Grande, y recientemente del Colegio Alemán en la Laguna Chica. Estos han descubierto los potenciales del medio natural como un factor fundamental de lo pedagógico, que refuerza la voluntad de relacionar el hábitat urbano con la naturaleza y los potenciales urbanos de estos territorios.

De este modo, la revalorización activa del patrimonio-paisaje intenta canalizar mediante proyectos concretos la demanda de calidad ambiental y muestra cómo los elementos naturales pueden constituirse como factores estructurantes del paisaje urbano. Iniciativas de este tipo pueden cumplir un rol primordial en la potenciación de la vocación de “ciudad-paisaje” del Concepción metropolitano, así como en la integración de los elementos naturales a los tejidos urbanos, valor considerado esencial a la hora de diseñar una ciudad con el valor paisajístico que este territorio posee. Ya no se trata en estos casos de mantener algunas islas de supervivencia –bien sean parques naturales, áreas de protección ecológica o zonas de preservación del paisaje- sino como bien señala el arquitecto catalán P. Vall “de entender los procesos que construyen el paisaje y reproyectarlos activamente”.

Leonel Pérez Bustamante
Profesor Asistente, Departamento de Urbanismo

   

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