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nro 580   Jueves 13 de abril de 2006

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  • OPINIÓN

Hace unos días, mientras disfrutaba mi descanso de fin de semana sintonicé un espacio cultural de un canal local, que difundía nuevas bandas de rock de la zona.

Su conductor invitó a la teleaudiencia a disfrutar de lo que llamó una serie de sonidos urbanos. Lo que siguió fue efectivamente una serie de imágenes acompañadas de “sonidos”, los cuales después de observar/escuchar sólo pude calificar simplemente como ruidos: el martilleo incesante de un taladro neumático, el golpe seco de una motocicleta chocando contra un auto, alarmas, celulares, frenazos de vehículos, bocinazos, sirenas etc. Ciertamente, nada fácil de disfrutar y, por lo demás, muy lejos de mi interés de ese momento. Sin embargo, esta invitación me llevó a plantearme una reflexión que intentaré desarrollar mediante la siguiente pregunta: ¿Dónde podemos encontrar los límites que permitan diferenciar claramente qué es música y qué es ruido?

Para comenzar este análisis habrá que fijar como punto de referencia lo que habitualmente se entiende por el concepto de música y por el concepto de ruido.

¿Qué entendemos por música?

La primera dificultad está en analizar el hecho sonoro no sólo desde el marco de la música occidental, sino desde otras culturas distintas a la nuestra, lo que implica situarnos dentro de un paradigma que nos permita asumir y comprender otras realidades.

Por lo tanto, si definimos música como un lenguaje universal con el que un emisor transmite determinados hechos y sentimientos a través de una secuencia de sonidos, y entendemos que está ligada a un grupo social y a sus acontecimientos como expresión de ellos, habrá que admitir que estos acontecimientos no son universales, por lo tanto no podemos decir que la música sea universal. Por lo menos en cuanto a su contenido o interpretación. Por ejemplo, es probable que las obras de Mozart no le parezcan música a un indígena de Borneo.

Si los conceptos de armonía y contrapunto son propios de la música occidental (único fenómeno totalmente propio de esta cultura) y en base a esta tradición se desarrollan conceptos como la armonía, ritmo, melodía, etc., estos no son para nada comunes con los de la música africana, china, india etc. En las culturas orientales el ritmo se comprende de una manera totalmente diferente y las melodías y armonías son muy variadas y distan mucho de las concepciones estéticas occidentales.

Durante el clasicismo la música era definida como un lenguaje universal que se entendía en todo el mundo (Haydn); sin embargo, hoy vemos que este “universalismo” no alcanza siquiera a la propia música occidental, si consideramos que existen diferentes sistemas musicales que no son compatibles entre sí (notación de la música del siglo XX y la notación convencional). Por otro lado, si escogemos una definición y decimos que música es el arte de combinar sonidos de manera placentera al oído, esta definición no incluye a la música que no esté hecha para producir placer, sino una dramática sensación de desequilibrio, desasosiego, dolor, tristeza, etc.

También habrá que considerar que en el mundo que vivimos conviven formas y conceptos de música de clasificación occidental tan distintas que podemos ir desde la música folklórica, pasando por la de películas, étnica, pop, clásica, urbana, de improvisación etc. A esto habría que añadir que cuando tratamos de analizar qué es música, siempre la estamos asociando y comparando con nuestros propios patrones musicales a la hora de establecer juicios.

Ante este panorama, aunque parezca sencilla la respuesta, debemos admitir que existen tantas definiciones de música como teóricos y que no hay una que sea universal, ya que se trata de un concepto cambiante y heterogéneo influido por el período en el cual se desarrolle, el lugar o, muchas veces, según el punto de vista propio del autor.

Alejandro Gallegos Millán
Licenciado en Artes Musicales mención Guitarra Clásica
Director departamento de Música

   

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