Detengamos el abuso hacia nuestros mechones
¿Estaremos en Irak o quizás algún país africano en guerra civil? Nada de eso, sólo estamos en época de mechoneo. En esta especial bienvenida, nuestros mechones sufren el terror y abuso que les propician algunos de sus propios colegas. ¿Es esta la bienvenida que deseamos para nuestros novatos?
Muchos de ellos aprenderán la lección tan bien que el próximo año las replicarán o empeorarán. Esto es motivo de preocupación. El comportamiento humano tiende a buscar umbrales de excitación cada vez más altos. Hagamos un experimento, comparemos esta situación con el martirio que sufrimos a los 18 años, en manos del Cantón.
Recuerdo que el trato que nos daban en los 70’s no era simpático ni digno. Sin embargo, este procedimiento militar no escapó a la evolución y al perfeccionamiento. Hoy los reclutadores tratan en forma más digna a los jóvenes, tal y como se espera en una nación en desarrollo, que aprende de sus errores, se perfecciona y progresa. Los cambios fueron planificados y asimilados en las instituciones armadas.
Es lamentable que la “cultura del mechoneo” que ejerce una minoría de estudiantes no haya evolucionado, manteniendo y empeorando las costumbres heredadas y constituyendo un motivo de regocijo fútil para algunos. Esperemos que estas actividades no sean motivo de vergüenza, cuando ellos ejerzan como profesionales, y comprendan que en el Chile igualitario y justo que todos queremos, no se pueden permitir actividades vejatorias que atenten contra los derechos humanos.
¿Qué hacemos en la Universidad para que los alumnos comprendan el problema de fondo y cambien esta tradición? No lo suficiente y es por eso esta reflexión.
¿Sufre la Universidad con esto? Mi respuesta es sí. Sufre de desprestigio institucional, de desorden-anarquía, al no existir una línea jerárquica; de pérdida de alumnos de excelencia por temor al maltrato, del incremento en déficit financiero, de la pérdida del foco educacional.
Todo lo anterior funciona como un círculo vicioso, que perjudica a las universidades que permiten estos comportamientos. Una de las alternativas para romper este círculo es exigir, en nuestra calidad de profesores, a nuestros directivos un mayor grado de supervisión en las conductas excesivas y un compromiso efectivo para que éstas cambien radicalmente, y sean creativas. Cero tolerancia a insultos a alumnos de otras universidades; a las peleas inter-facultades; al ultraje en el afán de pintar, cortar el pelo, etc.; insultos en el cuerpo ajeno con basura, restos de animales muertos y materiales químicos; a la destrucción de la ropa y materiales de estudio; a quitar pertenencias personales para luego solicitar dinero.
Seguramente los estudiantes que realizan estas irresponsabilidades no saben que las pinturas, grasas y aceites quemados poseen altos niveles de hidrocarbonos policíclicos aromáticos cancerígenos. Los restos de animales en descomposición contienen cóctel de bacterias altamente nocivas, además de temibles virus animales, como por ejemplo el H5N1 de la gripe aviar, y tal vez priones que pueden producir el mal de la “vaca loca”. Con “más suerte”, algún alumno puede terminar con un cuadro alérgico por harina de pescado u otro elemento alergénico o con una neumonía por estar sin ropa bajo la lluvia.
En momentos, en que los profesores mostramos a nuestros nuevos alumnos las fortalezas de nuestra institución, debemos preocuparnos de replantear la Universidad en relación a sus conductas éticas. Tengo que reconocer que como profesor titular, con experiencia y reconocimiento nacional e internacional, siento vergüenza al presenciar a nuestros alumnos abusando de otros, y ver a mis colegas siendo pasivos espectadores.
No debemos olvidar que en la esencia del concepto de UNIVERSIDAD también están los valores fundamentales de los derechos humanos, por lo tanto, es aquí donde debe nacer la más profunda conciencia para repudiar toda acción que menoscabe y destruya la dignidad de las personas. ¿Lo estamos haciendo? La respuesta es No.
En el marco actual es labor de todos los universitarios, pero especialmente de los directivos, velar por el estado físico, mental y social de nuestros estudiantes. De otra manera, la hipótesis que plantea la debilidad e indiferencia de la Institución universitaria se debe aceptar como correcta.
Luis G. Aguayo
Doctor en Farmacología (University of Maryland)
Profesor Titular Fisiología
Premio Municipal de Ciencias
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