Claudio
Sepúlveda Alvarez
“Yo
no sería yo, sin la Universidad que me formó”
Su
curriculum no cabe en ninguna entrevista. Da para un
libro. Claudio Sepúlveda Alvarez (60) médico
y antropólogo es el autor de Ambar (Contra el
Olvido), editado por Lom, con prólogo de Gonzalo
Rojas. Un libro limpio, balbuceante a veces, que no
quiere demostrar nada, sino la vida vivida, escribe
el Premio Cervantes.
Casado
con la enfermera Doris Schulz, a quien conoció en
la Universidad, tienen dos hijos que residen en París,
lo mismo que el único nieto. Jubilado como director
regional adjunto de la Unicef para América Latina
y El Caribe, su última destinación en Bogotá por
cinco años, está dedicado a su gran pasión,
la literatura.
-¿Es
un penquista de toda la vida?
De siempre. Estudié en el Charles de Gaulle, en
el liceo Enrique Molina, en la facultad de Medicina,
mientras que mi casa quedaba en Chacabuco a pasos del
barrio. Toda esa primera etapa de mi vida transcurrió en
una hectárea. Mi padre era médico. Ingresé a
la Facultad cuando se iniciaban los 60. Fue un período
revelador, sin grandes sorpresas, pues pertenecía
a un grupo, a un hogar de clase media, donde vislumbrábamos
lo que era la universidad. -¿Qué significado
tuvo su etapa de estudiante?
Que fue lo que hizo que en este Concepción de
Chile se pudiera vivir el mundo, como yo lo hice, desde
la propia universidad. Naturalmente que el descubrimiento
fue a posteriori. La respuesta está en una universidad
que actuaba como tal, que nos abría el mundo,
través de encuentros con Niemeyer, con Linus Pauling,
con Alejandro Lipschutz, con Carlos Fuentes y tantos
otros que llegaban a las Escuelas de Verano. -Cómo parte su desempeño profesional?
En la Escuela de Medicina, como docente de medicina
social. Realizo mi posgrado en Salud Pública paralelo
a mi jornada como residente en el hospital JJ Aguirre,
en Santiago. Entre 1970 y 1973 fui jefe de Planificación
y Presupuesto del Servicio Nacional de Salud y en mayo
de 73 viajo a Lima como consultor de la OPS a dictar
un curso de 5 meses. En la capital peruana me sorprende
el golpe y ya no regreso. -¿Imaginó que las circunstancias lo llevarían
a vivir tan lejos y por tanto tiempo?
La mitad de mi vida estuve al servicio de Naciones
Unidas. Partí a Francia y luego a la India. Hasta instalarme
en Bangkok por quince años por encargo de la OMS
y de la Comisión Económica para el Asia.
Trabajé en los programas de salud y desarrollo.
Significativos resultan proyectos que realicé sobre
Planificación de Salud, con la contraparte del
Royal Tropical Institute de Holanda; sobre industria
farmaceútica y sobre mortalidad infantil en Chile.
Participé en la Conferencia Mundial de Atención
primaria realizada en Kazijistán. Luego por seis
años vivo en Ankara, capital de Turquía,
como jefe de la oficina de la Unicef. Allí me
sorprende la primera guerra del Golfo. De esta última
experiencia surge mi libro Refugiados del Irak Milenario
(Mosquito) que da cuenta de esa experiencia única
en esos alejados rincones del planeta donde se cobijan
mujeres y niños kurdos-iraquíes desplazado
por las operaciones militares -¿Sus estudios en Concepción fueron un
soporte firme para su desempeño internacional?
Yo no sería yo sin la Universidad y sin la Facultad
que me formó, una de las tres que existían
en Chile entonces y la cual se distinguía por
su visión de la salud pública. Esa era
el sello, el compromiso con la salud colectiva presente
y futura para todos. La Universidad nos dio un referente
mundial, en una perspectiva histórica y cultural,
con profesores notables. Mónica
Silva Andrade
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