Francisco
Salas
Formé parte de una generación que dejó un
sello
Llegó a
estudiar Arte a la Universidad de Concepción
como el típico alumno bueno para el dibujo en
el colegio. Corría 1983. Sin embargo constató que
esa cualidad no era suficiente. Francisco
Salas Suárez
(40, casado, una hija) inaugura pronto una exposición
en una renombrada galería, prepara otra para
Seúl, dos más de las múltiples
que ha realizado y que lo han afiatado en el ámbiente
de la plástica nacional. Estuvo un año
como artista invitado en la Academia de Bellas Artes
de Munich, Alemania y fue becado para una maestría
de Artes Visuales en la Academia San Carlos de la UNAM
en México.
¿Es
importante la academia?
Sirve y en ese sentido soy un agradecido de la escuela
de arte. El artista se hace, pese a que se tengan muchas
cualidades plásticas, hay que educarse y la academia
es importante, entendida como un maestro y un grupo de
gente dispuesto a poner en práctica todas las
exigencias. Llegué de Rancagua a estudiar Arte
y trataba que mis padres me permitieran hacerlo. No estaban
satisfechos. Para ellos ser artista era morirse de hambre.
-¿Para qué sirve el arte en el mundo de
hoy?
Tiene un rol importante, desde el momento que está en
la sociedad y es realizado por hombres y mujeres que
necesariamente deben involucrarse en la realidad del
ser humano. Si no hay ese trasfondo, algo que lo mueva,
una pasión motivante, no es arte. Está también
la belleza, aún cuando debamos definirla de manera
de no restringir el concepto.
-¿Cómo viven los artistas esta etapa donde
la plástica se instala en los mall, en los restaurantes?
Es producto de la época.
Hay una manera de hacer y mostrar el arte en que uno
tiene que ir afinando o
negando, depende de cada uno. Ya no hay tantas
restricciones como
antaño y los artistas vivimos de esto, sólo
que es recomendable mantener una mirada crítica
sobre el mercado.
-¿Cómo recuerda sus años de estudiante
de arte?
Como los de una tremenda ingenuidad respecto
a los alcances que tiene el arte. No nos
preguntábamos ni nadie
nos instaba a cuestionarnos sobre por qué quiero
estudiar. También los recuerdo como años
difíciles, en que había otro orden de las
cosas. Sin embargo en esa época se dio algo muy
hermoso, logramos motivar nuestra pintura desde la misma
pintura, surge un grupo como Grisalla y hay un algo que
queda, que se mantiene, un sello muy marcado en los artistas
plásticos que provenimos de Concepción.
-¿Algo o alguien que le haya marcado?
La actitud de algunos maestros, la de Eugenio
Brito, Jaime Fica, Iván Contreras o Edgardo Neira. Como
estudiante de provincia no había visto jamás
de cerca de un artista Me impresionó estar al
frente de estos seres un poco extravagantes, pero capaces
de brindarte una buena educación, entendida como
la capacidad de lograr que tengas criterio sobre la obra,
seas capaz de reconocer una buena línea, un buen
trazo, antes de hacer el análisis semántico
como complemento ineludible. Con su actitud, estos maestros
te mostraban el camino hacia el trabajo del artista,
a ser consciente de los pasos que se van dando y a trabajar
enamorado de lo que uno hace.
-¿Qué es lo que muestra a través
de su arte?
Me voy a un área de lo místico, busco la
simplicidad o lo primigenio. Saco y pongo elementos,
aun cuando mis composiciones tienen muchos y variados,
confrontando lo gestual y lo depurado. Denota mi interés
en declarar la vigencia de la dualidad, somos duales
por esencia, materia y espíritu, y el tratar de
entender un infra o un supra mundo. Mónica
Silva Andrade
|