Hugo
Cárcamo
Nuestro compromiso es con las generaciones
futuras
A
sus 76 años, y a pesar de la ceguera que lo acompaña
hace una década, Hugo Cárcamo Stuardo está
satisfecho con su vida. Conoció una profesión
que amó desde el primer instante, formó
una familia numerosa y ahora cosecha su mas preciado fruto:
el cariño de sus tres bisnietos, sus regalones.
Este
penquista de nacimiento es el ingeniero forestal sobreviviente
más antiguo de Latinoamérica. Fue parte
de esa promoción de 12 aspirantes formados desde
1945 en la Escuela Agrícola de Victoria.
Un
año antes figuraba como alumno regular de la carrera
de Ingeniería Química de la Universidad
de Concepción, jugaba básquetbol por su
facultad, practicaba atletismo en pruebas de pista y foso,
especialista en 100, 200 y 400 metros planos, salto largo,
triple y alto.
Mi
vida está cumplida, dice al comentar el trabajo
que realiza con organizaciones de ayuda a no videntes,
como el Centro de Discapacitados Visuales de la Tercera
Edad Baldomero Lillo de Santiago.
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¿Qué le hace dejar su carrera y partir a
Victoria?
Eran
los tiempos en que estudiaba Ingeniería Química,
me había fracturado el codo jugando básquetbol
y pensaban cortármelo, tenía 17 años
y lo único que quería era ser oficinista.
Mi gran amigo y compañero Roberto Bosse me encontró
en la plaza de Concepción y me contó que
se estaba armando la carrera en Victoria, me gustó
la idea, me fui y me enamoré de la profesión.
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¿Cuándo regresa a la zona?
Nos
exigían cuatro prácticas en esa época
así que deambulé por varias partes: Maderas
Mosso, bosques y fundos de la Carbonífera Lota,
Colcura, Los Arenales y Cholguán. Terminé
la práctica cuando ingresé a trabajar a
Schwager.
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¿Y a la universidad?
El
primer curso que dicté fue el año 1949 como
desarrollo forestal. En octubre de 1970 volví a
dictar un curso intensivo y desde 1971 ejercí como
profesor en forma continuada, primero como jefe de la
carrera de Técnico Forestal y posteriormente, cuando
se creó la Ingeniería Forestal en Chillán,
fui director de la escuela por dos años e hice
clases hasta 1988 cuando jubilé. Aunque tenía
problemas a la vista en esa época, seguí
haciendo clases en la Universidad Mayor entre 1989 y 1995.
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Siempre ligado a la academia, entonces.
Sí,
pero toda mi primera etapa trabajé en el bosque,
desde 1948 hasta el año 77, muy metido en lo que
tiene que ver con manejo de incendios forestales.
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¿A quién recuerda de esos años?
Tengo
muy buenos recuerdos de la universidad, de Ingo Junge,
ingeniero químico, profesor por muchos años
y formador de los actuales académicos. Del profesor
Robledo de Matemáticas, Salvador Gálvez,
Eduardo Peña, David González, Fernando Lake,
Miguel Espinoza.
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¿Qué significa para usted ser ingeniero
forestal?
Es
más que una profesión, es un modo de vivir,
uno trabaja por la vida. Ese árbol que se plantó
seguirá más allá de nosotros, es
un legado para los que vienen, por eso no estoy de acuerdo
con aplicar criterios político partidistas en esta
profesión, porque estamos defendiendo el patrimonio
de los que aún no han nacido. Lo que estamos defendiendo
no lo vamos a ver, lo verán los otros, las generaciones
futuras.
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¿Cómo ve al país en esta área?
En
algunos aspectos muy bien y en otros todavía falta
mucho. Falta proteger los bosques milenarios. Tenemos
una de las cuatro mejores organizaciones del mundo en
prevención y nuestros profesionales asesoran a
otros países, pero estamos limitamos al sector
que tiene relación directa con la madera, con el
bosque y no llegamos a la gente, hay mucho por hacer todavía.
Erwin
Acevedo Ibáñez
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