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Jorge
Colvin
Un
juez es más imparcial cuando no aspira a nada
Listo
para abandonar la televisiva esquina de Morandé
con Compañía
-sede del Segundo Juzgado del Crimen de Santiago- para
emprender viaje a La Serena a ocupar el cargo de secretario
de la Corte de Apelaciones, el abogado (57, casado con
Irma Contesso), dice que va contra el tránsito
de la aspiración nacional de llegar a la capital.
Vuelve a la región. Porque él es penquista.
Durante
catorce años, desde 1989, que ocupa el cargo de
juez en un juzgado principal de la capital, fundamentalmente
porque tiene que ver con la dictación de justicias
en causas que se suscitan en las históricas ocho
manzanas del centro cívico, comercial y bancario
de la capital y que, en rigor son 24 manzanas. Un juzgado
complejo y difícil, advierte.
Su padre, Alberto Colvin, fue profesor de la Universidad
por cincuenta años, pero también abogado
muy ligado a Talcahuano. Fue juez de policía local,
abogado de la defensa muncipal, entre otros cargos. De
cinco hermanos, cuatro estudiaron en la Universidad. El
es el mayor y el único que estudió Leyes
Sergio es ingeniero civil; Ricardo, médico y Eduardo,
ingeniero comercial. Nuestra única hermana,
Nelly se casó con el Dr. Raúl Molina Spoerer,
nieto de Enrique Molina, fundador del plantel. Muestra
una fotografía aérea de la gran casa familiar
en Pedro de Valdivia que aún conserva en su oficina.
-¿Cuándo
y por qué ingresa al Poder Judicial?
-Hace
exactamente treinta años. Al recibirme, en 1972,
me desempeñé privadamente en Concepción,
junto a Sergio Carrasco y Julio Salas. Me llegaban todos
aquellos casos que mi papá dejaba, especialmente
de parientes y amigos. Yo quería casarme e independizarme.
Mi primera destinación fue como secretario del
Segundo Juzgado del Crimen de Menor Cuantía, entonces,
en Santiago. Luego partí como secretario del Juzgado
de Letras de Melipilla, donde estuve hasta fines de los
80. Retorné como secretario del 1° Juzgado
del Crimen de Santiago hasta 1989, cuando asumí
como juez del 2° del Crimen de Santiago.
-Ha
sido de largas estadas y poca movilidad. ¿Eso es
bueno para la carrera judicial?
-No
lo siento como algo negativo; por el contrario, se logra
conocer bastante la comunidad donde uno está impartiendo
justicia. Además tengo una máxima que puede
o no ser eficaz: un juez es más imparcial cuando
no aspira a nada. Me voy a La Serena, con el mismo sueldo
de juez, en un cargo que es más administrativo,
sin mando de corte.
-Tuvo
a su cargo varios casos que provocaron conmoción
pública. ¿Tiene alguno que lo haya marcado
especialmente?
-Uno
que me hubiera gustado dejar terminado, es el asesinato
de un abogado en el centro de Santiago, donde encargué
y reo y procesé a dos mujeres. Lo sorprendente
es que algunos medios de comunicación hablaron
de error judicial y no había tal. Respecto a los
denominados pinocheques, yo sabía que
lo que yo determinara, mitad de las personas lo encontrarían
acertado y la otra mitad no. Siempre es así. Respecto
al MOP inicié la investigación y por eso
hubo gran expectación hasta que se nombró
un ministro en visita. Como juez, agradezco que no me
haya tocado nunca firmar una sentencia de muerte, porque
en ese caso, habría renunciado y me dedico a otra
cosa.
-La
percepción ciudadana sigue siendo que la justicia
no es igual para todos y que un pobre va perdido por ese
solo hecho.
-Eso
es injusto, porque, en general, los jueces atendemos a
todos quienes pasan por el juzgado, sin distinción
de clases e intentamos estudiar, analizar, ponderar cada
uno de los antecedentes de una investigación. La
mala imagen además que en los juzgados hay gente
floja y corrupta, se forma a través de los medios
que hacen una denuncia y después no siguen ni completan
la historia. Por otra parte, muchas personas hacen las
denuncias y no concurren a ratificarla.
-¿Cuáles
son los delitos más significativos hoy, en base
a su experiencia?
-Los
principales delitos de hoy están ligados a la droga,
al uso y el consumo; y los delitos informáticos
que se inician y no sabemos dónde pueden llegar,
por ejemplo, el caso de tarjetas clonadas. Por ningún
motivo legalizaría la marihuana. Hay que estar
loco para plantear algo así, es no haber visto
ni tomado conciencia sobre lo que sucede con el consumo
que empieza de a poco, sigue, no se detiene y puede hundir
o matar a una persona en vida.
-¿Cómo
recuerda a su Universidad?
-Para
mí la Universidad es el recuerdo permanente de
mi padre y es el lugar donde viví las mejores experiencias
de juventud, partiendo por el Propedeútico, en
al que ingresé en 1965. Fue una buena formación
la de la Facultad. Recuerdo, a Carlos Cerda, profesor
de Teoría Política. Son recuerdos hermosos,
familiares, de afecto.
Mónica
Silva Andrade
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