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nro 487   Jueves 3 de julio de 2003

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Jorge Colvin
Un juez es más imparcial cuando no aspira a nada

Listo para abandonar la televisiva esquina de Morandé con Compañía
-sede del Segundo Juzgado del Crimen de Santiago- para emprender viaje a La Serena a ocupar el cargo de secretario de la Corte de Apelaciones, el abogado (57, casado con Irma Contesso), dice que va contra el tránsito de la aspiración nacional de llegar a la capital. Vuelve a la región. Porque él es penquista.


Durante catorce años, desde 1989, que ocupa el cargo de juez en un juzgado principal de la capital, fundamentalmente porque tiene que ver con la dictación de justicias en causas que se suscitan en las históricas “ocho manzanas” del centro cívico, comercial y bancario de la capital y que, en rigor son 24 manzanas. Un juzgado complejo y difícil, advierte.
Su padre, Alberto Colvin, fue profesor de la Universidad por cincuenta años, pero también abogado muy ligado a Talcahuano. Fue juez de policía local, abogado de la defensa muncipal, entre otros cargos. De cinco hermanos, cuatro estudiaron en la Universidad. El es el mayor y el único que estudió Leyes Sergio es ingeniero civil; Ricardo, médico y Eduardo, ingeniero comercial. “Nuestra única hermana, Nelly se casó con el Dr. Raúl Molina Spoerer, nieto de Enrique Molina, fundador del plantel”. Muestra una fotografía aérea de la gran casa familiar en Pedro de Valdivia que aún conserva en su oficina.

-¿Cuándo y por qué ingresa al Poder Judicial?

-Hace exactamente treinta años. Al recibirme, en 1972, me desempeñé privadamente en Concepción, junto a Sergio Carrasco y Julio Salas. Me llegaban todos aquellos casos que mi papá dejaba, especialmente de parientes y amigos. Yo quería casarme e independizarme. Mi primera destinación fue como secretario del Segundo Juzgado del Crimen de Menor Cuantía, entonces, en Santiago. Luego partí como secretario del Juzgado de Letras de Melipilla, donde estuve hasta fines de los 80. Retorné como secretario del 1° Juzgado del Crimen de Santiago hasta 1989, cuando asumí como juez del 2° del Crimen de Santiago.

-Ha sido de largas estadas y poca movilidad. ¿Eso es bueno para la carrera judicial?

-No lo siento como algo negativo; por el contrario, se logra conocer bastante la comunidad donde uno está impartiendo justicia. Además tengo una máxima que puede o no ser eficaz: un juez es más imparcial cuando no aspira a nada. Me voy a La Serena, con el mismo sueldo de juez, en un cargo que es más administrativo, sin mando de corte.

-Tuvo a su cargo varios casos que provocaron conmoción pública. ¿Tiene alguno que lo haya marcado especialmente?

-Uno que me hubiera gustado dejar terminado, es el asesinato de un abogado en el centro de Santiago, donde encargué y reo y procesé a dos mujeres. Lo sorprendente es que algunos medios de comunicación hablaron de error judicial y no había tal. Respecto a los denominados “pinocheques”, yo sabía que lo que yo determinara, mitad de las personas lo encontrarían acertado y la otra mitad no. Siempre es así. Respecto al MOP inicié la investigación y por eso hubo gran expectación hasta que se nombró un ministro en visita. Como juez, agradezco que no me haya tocado nunca firmar una sentencia de muerte, porque en ese caso, habría renunciado y me dedico a otra cosa.

-La percepción ciudadana sigue siendo que la justicia no es igual para todos y que un pobre va perdido por ese solo hecho.

-Eso es injusto, porque, en general, los jueces atendemos a todos quienes pasan por el juzgado, sin distinción de clases e intentamos estudiar, analizar, ponderar cada uno de los antecedentes de una investigación. La mala imagen además que en los juzgados hay gente floja y corrupta, se forma a través de los medios que hacen una denuncia y después no siguen ni completan la historia. Por otra parte, muchas personas hacen las denuncias y no concurren a ratificarla.

-¿Cuáles son los delitos más significativos hoy, en base a su experiencia?

-Los principales delitos de hoy están ligados a la droga, al uso y el consumo; y los delitos informáticos que se inician y no sabemos dónde pueden llegar, por ejemplo, el caso de tarjetas clonadas. Por ningún motivo legalizaría la marihuana. Hay que estar loco para plantear algo así, es no haber visto ni tomado conciencia sobre lo que sucede con el consumo que empieza de a poco, sigue, no se detiene y puede hundir o matar a una persona en vida.

-¿Cómo recuerda a su Universidad?

-Para mí la Universidad es el recuerdo permanente de mi padre y es el lugar donde viví las mejores experiencias de juventud, partiendo por el Propedeútico, en al que ingresé en 1965. Fue una buena formación la de la Facultad. Recuerdo, a Carlos Cerda, profesor de Teoría Política. Son recuerdos hermosos, familiares, de afecto.

Mónica Silva Andrade

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