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Marcelo Rioseco
“Pasé una buena época en la Universidad”
Marcelo
Rioseco Gómez (35) estudió Ingeniería Civil Electrónica
en la facultad de Ingeniería, a mediados de los 80. Tras
recibirse se ha dedicado a la gestión cultural, aunque
lo suyo es la literatura, narrativa y poesía. En 1994
ganó el primer premio del Concurso de la Revista de Libros
de El Mercurio, en poesía, con "Ludovico o la aristocracia
del Universo", galardón que le otorgó amplia cobertura
y prestigio.
Penquista,
Concepción -sin embargo- le parece una ciudad poco generosa
con los suyos. Hace tres años llegó a residir a Santiago,
urbe que tampoco le llena el gusto. El 2000 publicó su
libro de prosa “El cazador y otros relatos”. No sabe si
hay una novela en su futuro “Me fastidia escribir tanto.
Soy como Borges”, admite, aunque cada mañana lo hace con
gran disciplina. Explica que estudió ingeniería por una
cuestión social. “En el colegio de clase media arribista
donde estudié se inculcaba el que no era posible mirar
más allá de las doce carreras tradicionales. Era imposible
pensar en estudiar pedagogía o licenciatura”.
¿Cuándo
surge la poesía y qué lo inspira?
Desde
la infancia de manera inconsciente, en primero medio ya
escribía como una compulsión inevitable, porque no lo
paso bien escribiendo. Me inspira el sentido que tiene
todo. El para qué. Es una corriente metafísica permanente.
¿Qué
papel tiene la poesía en un mundo globalizado, confuso?
Una
función terapeútica, social, un rol que va más allá de
lo literario, una transmutación espiritual o como la expresión
de una mirada. Pero, en definitiva es un enigma no rebelado
nunca. Si alguna función tiene la poesía es brindar una
perspectiva de la situación, hace posible comparar un
momento presente, detener el instante y enfrentarlo a
cosas permanentes. (Sé la pregunta que viene -advierte–).
¿Cuál
es la pregunta?
La
conexión entre la ingeniería y la poesía. El poeta es
el más inteligente del pueblo porque reúne la capacidad
de abstracción junto al dominio del lenguaje. El estudio
de las matemáticas te otorga una capacidad de síntesis
y de abstracción que se la recomiendo a cualquiera, es
lo mismo que la retórica para un abogado o el sentido
del espacio para un arquitecto. El poeta es además práctico
y artesano. El fenómeno verbal exige aprender un oficio,
aprender a escribir, no es sólo poesía inspirada, conjuntamente
es un gran trabajo de corrección, de conocimiento, de
estudio, de disciplina, de manejo del idioma.
¿Se
ha dedicado a la gestión cultural?
Fui
gestor cultural en la dirección de Extensión de la Universidad
del Bío Bío, donde llegué llamado por Ana María Maack.
A ella le debo mucho, una deuda especial porque me salvó,
confió en mí y me evitó -de paso- dedicarme a la ingeniería.
He sido asesor creativo del programa “La Belleza del Pensar”.
Soy asesor creativo-productor de Saval en el Arte, un
proyecto del laboratorio del mismo nombre para los médicos.
Esta flexibilidad suya para pasar de la ciencia dura a
lo humanístico, sin traumas,
¿es
algo que las nuevas generaciones deben aprender?
Es
algo antiguo, no tiene nada de nuevo. Si observamos a
Andrés Bello, abogado, experto en Derecho Internacional,
pero al mismo tiempo conocedor de la poesía en latín,
de la gramática. La formación integral de antaño. Si los
jóvenes se tomaran en serio los ramos extras que las universidades
ofrecen sería distinto, se terminaría con la disociación
morbosa entre lo científico y lo humanista. No hay sueño
que no se puede cumplir con un alto grado de pragmatismo,
no basta el simple idealismo. Yo he perdido mi espíritu
guerrero.
-¿En
qué consiste?
En
el idealismo, en la ingenuidad, en la adolescencia prolongada
más allá de lo necesario, en la incorruptibilidad, en
el espíritu del Quijote en definitiva, que es lo poético,
no la poesía. Hábleme de sus recuerdos de la Universidad
Pasé allí una buena época, aunque eso no significa dejar
de reconocer que, en general, mis compañeros de curso
-fuera de mis amigos- no eran demasiado estimulantes,
por su manera de mirar el mundo. Recuerdo a un tipo extraordinario,
Jaime Moreno, profesor de Arquitectura de Computadores,
que nos aleccionaba respecto a que los grandes hombres
en lo intelectual nunca tienen miedo, que podían salvar
todas y cada una de las situaciones. Pienso que fue el
primer poeta que conocí, creador de una utopía. Cuando
se fue se formó una fila larga para despedirlo en que
todos le agradecían lo aprendido, incluso quienes nunca
fueron sus alumnos. Es una experiencia que nunca he olvidado.
Mónica Silva Andrade .
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