Egresada de la primera promoción de matronas de nuestra Universidad,
Mónica Haydée Guerrero Faquiez, casada y con dos hijos, es una orgullosa de la
Universidad que le vio nacer y desarrollarse como profesional.
Con 30 años al servicio de la obstetricia y la puericultura, la semana pasada el
Colegio de Matronas le brindó un reconocimiento por toda una vida de entrega hacia los
recién nacidos y sus madres. De esos 30 años, 27 han estado dedicados a la docencia en
su Universidad.
¿Cómo fue la primera generación de matronas de la Universidad de Concepción?
De partida, no sabíamos a lo que íbamos, porque yo entré el año 66 con el
propedéutico, un año común para todas las carreras según el área. A mí me gustaba el
área de la salud, era lo único que tenía claro, y yo creo que a todas les pasó lo
mismo. El año 67 se creó la carrera en la Universidad, con matronas y médicos de la
Universidad de Chile. Ese año debimos decidirnos y junto a 34 compañeros nos lanzamos a
ver qué pasaba. Por toda esa aventura nuestra generación tuvo una mística especial, y
mucho miedo a lo desconocido.
¿Por qué obstetricia?
Yo no sabía mucho de la carrera. Me gustaban las guaguas, los niños. Como yo estudié
en el liceo experimental, el cual tenía cierto avance en materia educacional en ese
entonces, una vez nos llevaron a un parto. Me impresionó mucho. Creo que por eso me
arriesgué, y me gustó.
Cuando supo que le gustaba obstetricia ¿no pensó en irse a la Chile, una
Universidad con más años de trayectoria en esa área?
Ni a mis padres ni a mí jamás se nos pasó por la mente. Yo nací aquí y siempre
supe que iba a estudiar en la Universidad de Concepción. No podía desaprovechar el hecho
de estar cerca de mi familia y en una universidad del nivel de ésta.
¿Contenta con la decisión?
Demasiado feliz. Obstetricia en la Universidad de Concepción es una carrera muy
integral. Además, por esencia, entrega muchas satisfacciones. Te permite trabajar con las
futuras mamás, sus familias, luego con los recién nacidos.
De sus 30 años de servicio, 27 han sido para la Universidad ¿Por qué?
Cuando yo egresé, el año 69, tenía la idea de irme a trabajar a un lugar más chico.
Trabajé tres años en Lota y en marzo del 73 me ofrecieron un reemplazo de media jornada
en la Universidad. En septiembre de ese año me ofrecieron la jornada completa y acepté.
Nunca pensé que a partir de ahí la docencia sería una de las áreas que más me
desarrollaría como profesional y como persona. Me encantó trabajar con jóvenes, estar
al día con lo que sucede en el mundo de la salud. En la Universidad tengo la posibilidad
de seguir aprendiendo, perfeccionándome. Obviamente también trabajo como matrona en el
hospital, complementando la teoría con la práctica, pero mayoritariamente como docente.
Además, es la manera de agradecerle a mi Universidad todo lo que me enseñó, todo lo
que soy. La Universidad es mi carta de presentación. Su prestigio, su tradición, su
trayectoria; gracias a eso soy lo que soy y estoy orgullosa de ello.
A fines de los sesenta ¿cómo era la Universidad?
Bastante distinta a la de ahora, para bien y para mal. La U era más pintoresca, había
mucha más actividad universitaria, mucha más participación estudiantil. Me acuerdo de
haber estado varias noches preparando los carros alegóricos de las fiestas de la
primavera, los machitunes, los bailes con la banda de Adriano Reyes, las fiestas mechonas,
repletas de estudiantes.
Al cumplir 30 años de servicio ¿no se siente cansada?
Aún me siento con mucha fuerza y ánimo, pero sí, me siento cansada. Tengo planeado a
los sesenta años jubilar e irme a mi casa a disfrutar a mi marido y a mis hijos. En todo
caso todavía falta un poco, aunque no tanto...
¿Qué significa para usted el reconocimiento otorgado por el Colegio de Matronas?
Es reconfortante que reconozcan tu labor y entrega por tantos años. Aun cuando uno lo
hace desinteresadamente y sin esperar elogios ni premios, es gratificante sentirte apoyada
y estimada por tus pares, sobre todo de la octava región. ¡Imagínate, creo que casi
todas las matronas egresadas de la Universidad tuvieron clases conmigo alguna vez! Eso me
emociona. Saber que ellas me reconocen y me estiman.