“Preliminar”:
Antes que nada estrictamente teórico, quisiera permitirme “pisar un campo” que no por inestable y en ocasiones autoexcluido de la gimnasia académica compromete falta de rigurosidad. Me refiero a ese terreno en que las huellas de las composiciones y las desarticulaciones textuales, testamentarias y corporales suenan en la sordina de la memoria, en los anales de territorios olfativos, sudorosos, polvorientos, peloteros, donde las menciones refieren, al parecer, a una especie de natural felicidad.
Aunque particularmente no participo del delirio que provoca esa especie de “campeonato oficial de la felicidad pretérita”, cuya actualidad es altamente productiva, se hace manifiesto que los restos emotivos de aquellas horas de precoces sonrisas, marcadas a fuego en el poso de nuestra sensibilidad, son puestas a vibrar -antes que ninguna otra cosa- por este texto que declara su fugaz comienzo en la casualidad y la asistencia azarosa y fortuita de causas y efectos que fulminantemente se encontraron en la misma coordenada a una misma hora, tal como el espontáneo mapa que dibujamos y retorcíamos en la larga plenitud de los primeros años. ¿No son esos, precisamente, los dispositivos de activación memoriosa de nuestra sensibilidad?: el gesto, el quiebre traposo- etílico-, la mirada cruzada, la porfiada imagen saliendo de una caja polvorienta y mágica. Accionados estos “artilugios”, el trabajo y la constancia devienen añadidura inevitable y quizás –tras el desate- no nos queda otra cosa que hacer si no queremos arriesgar en definitiva una muerte insípida y patética.
Acaso todos no hemos vivido aquel desanimo imborrable -imborrable hasta la próxima gran victoria o hasta su olvido épico- descrito en “Domingo de Ramos”. “Si no hubiera dicho eso ella no se habría ido”, “si hubiera tirado a matar seriamos campeones”, “no fuimos ni la sombra...”. Un partido nos revienta a emociones por que de una u otra manera contiene la épica de la vida, quizás aquí radica la imposibilidad de que la práctica social creativa que contiene el fútbol sea incluida –más allá de lo esporádico y anecdótico- en el registro teórico de lo social y lo literario, y no solo por una muletilla de la sofisticación, sino simplemente porque esta práctica involucra de manera eficaz las emociones que contiene en sí misma, siendo quizás la única que es poseedora de su propia tragedia y de su propia comedia. Referirla arriesga retórica.
Todos hemos sido equilibristas, en algún momento de nuestra precoz niñez y en muchos momentos de nuestra turbia adultez. Tambaleantes hemos hecho alguna “finta” frente a la mujer (la morena o la “rusia”) que nos quitaba el suspiro, las pastillas y hasta los helados en verano. Acaso no hacíamos equilibrio para no caer en la cuneta, en esas “pichangas” que se extendían hasta la caída diaria del sol o la extenuación de una subdesarrollada ampolleta pública. Acaso no hemos traicionado alguna vez y ese recuerdo envuelto en pesadilla nos ha perseguido hasta el espejo, como aquel “innombrable” “veneno sierra”. Todos hemos abandonado más de alguna vez a nuestro equipo y alguna vez hemos llegado hinchados de alcohol a nuestras incumbencias elementales.
En fin, este texto primero que nada es fiel al tránsito que declara, ese que se activa entre esta estación emotiva, interior, y esa otra ruta de la cual también es testigo y que no se puede decir más que en un texto inocuo, si es que se relata desde la retórica teórica de los flujos, los espacios de la posciudad y aquellas espectaculares y eficientes descripciones Virilianas de la ciudad de hoy, esa en que en estos momentos estamos, pero que ahora mismo ya no está.
“Compacto”:
El trabajo que hoy recepcionamos con su amplio repertorio de filamentos espaciales y simbólicos, que se traslapan –como se señala hacia su final- en la construcción de los imaginarios que habitan y configuran la ciudad, logra dar cuenta (mostrando una forma de hacerlo), de aquellas dinámicas procesuales que constituyen el cuerpo vivo de la ciudad y que a través de sus diferentes objetivaciones actúan como ejes catalizadores de las energías que liberan y que han liberado aquellos inestables márgenes de subjetivación que resignifican y alteran el orden del cuadrante urbano y de toda su pesada legalidad oficial que pende sobre las vidas cotidianas.
Desde este sentido –“vivo”- el texto nos muestra la ciudad como un lugar contaminado tanto en sus espacios como en los discursos que la transitan, donde contornos coherentes y homogéneos no pueden contener en un molde estático los contradictorios códigos de los sujetos que la habitan. Así lo registra la bitácora visual del viaje que emprendieron los autores por el emblemático barrio Lorenzo Arenas; la serie de marcas y de textos que este registro ofrece, nos permite leer una densidad simbólica que incluye desde los símbolos institucionales de la precaria organización barrial, hasta las metáforas, las alegorías y los signos de identidades móviles que evidencian las firmas estampadas en los muros, sobre la memoria reificada de los monolitos, en fin, en la reescritura del texto barrial una y otra vez.
A través de este registro, el trabajo de Nets y Yévenes nos indica que la ciudad sólo puede decirse mediante formulas disímiles, las cuales en su propio esfuerzo por describirla, terminan no pudiendo ir más allá de un rodeo y constatando el exilio de lo unívoco. El texto nos está señalando –y aquí está uno de sus grandes aportes- que el embate de las nuevas biologías de cemento (denominación que dan los autores a la nueva reconfiguración inmobiliaria de edificios cerrados sobre sí mismos) que fuerzan una ordenación de la diversidad de la ciudad como una sumatoria de lugares equivalentes y sin contradicción (quizás metáfora social de las últimas dos décadas), no puede ocultar ni trabar aquella otra ruta que aun mantiene el lugar y la permanencia como un espacio de evocación, pero no de una identidad pesada y estática, sino de aquella que se revela pasajera a través de las "retóricas del andar" que declaran los autores en su itinerancia y recorrido.
En esta perspectiva, el texto -en su captura literaria-visual- registra las huellas de las transformaciones urbanas del barrio Lorenzo Arenas, tanto en el plano material como en su dimensión simbólica. Este asentamiento penquista corresponde –en su formación- al proceso de masificación urbana comenzada a principios del siglo XX, cuyo despliegue sitúa a éste territorio como un espacio protoindustrial abierto a la extensión y poblamiento requerido para la instalación efectiva de la modernidad en esta zona. Las prácticas culturales que allí se articulan, fueron la subjetivación colectiva de la experiencia de estos nuevos procesos productivos. El fútbol es sin duda una de estas prácticas, la cual fue cruzada por ese espacio-tiempo industrial que acompañó y acompaña hermeneuticamente el despliegue material de lo social, cuestión que declaran los autores al afirmar que “en aquella época el fútbol comenzó a viajar en tren”. Este viaje, precisamente, ocurría al unísono con el despliegue de la modernización que se desarrollaba “arriba de la línea férrea”, por excelencia primer símbolo de la modernidad en estas tierras.
Por su parte, a través de este mismo road movie narrativo visual, se muestra que estos símbolos son