La guerra sin cuartel se prolonga año tras año, y mientras los señores del Midi se sublevan una y otra vez, el Papado da forma gradualmente a la institución que logrará por el terror lo que la Cruzada no ha conseguido con las armas: la Inquisición.
Occitania se derrumba bajo el peso de la delación y la tortura y los hermanos, acosados, se refugian en la inexpugnablefortaleza de Montségur, convertida en sede oficial de su Iglesia y último baluarte que alberga, además, sus libros sagrados y las cuantiosas riquezas provenientes de legados y donaciones. El asedio no se hace esperar. La guarnición resiste durante ese triste invierno de 1243, pero, en Marzo del año siguiente, sucumbe a la traición de quien ha revelado al enemigo la única entrada practicable con que cuenta el castillo. Interrogados sus ocupantes, los "perfectos" y "perfectas" no titubean ni se amparan en un engaño que salvaría su cuerpo, pero condenaría su alma: serenamente, se despiden de sus familiares, distribuyen sus pobres pertenencias y se disponen a morir.
Pocas horas después, una hoguera gigantesca oscurece el limpio cielo provenzal. Entre sus llamas no sólo moría una esperanza religiosa, sino también el "paratge" que cantaran los trovadores y por el que el Languedoc había entregado sus bienes y su vida: el honor, la rectitud, la negación del derecho del más fuerte, el respeto hacia los demás y hacia uno mismo.