Yo, comparado con mi escritura, soy demasiado teórico, intelectual y mundano, en el mal sentido de la palabra, pero casi enseguida descarto ese aspecto de mí y me permito refugiarme en la luz cálida e inmediata que crea su profunda y natural intuición de las cosas. Ante la página tengo la sensación de indiferencia o mejor de estar desnudo, sin corteza. Todo fue un caos desde el comienzo. Nunca he tomado en serio mi escritura, y si alguna vez atisbo una pizca de sobriedad no me importa demasiado, si realmente me importara no estaría aquí escribiendo: habría muerto de rabia, con el corazón destrozado, o me habría ahorcado. Es la única forma en que puedo escribir, eso me proporciona la oportunidad de tragarme mi orgullo, que en cierto sentido es más bien grande. Si no logro esbozar un párrafo, sencillamente me largo a reír. El hecho de tener que escribir no me preocupa tanto; tú no escribes por tener la simple necesidad de hacerlo; eso lo comprendo demasiado bien. No, lo que me da risa es que, en tal momento, la escritura me ha rechazo a mí, al gran Valdebenito, el individuo competente, superior , que ha tenido que tragarse su orgullo.
Desde el comienzo, cuando me disponía a escribir, todo el sistema de mi escritura se me presentaba tan podrido, era tan inhumano, tan miserable, estaba tan irremediablemente corrompido y era tan complicado que habría hecho falta un genio para dar a todo aquello un sentido o un orden. Yo básicamente estaba en contra de todo lo que hasta entonces se había escrito. Me consideraba la quinta rueda del avión. Y en ocasiones todo ello adquiría vida. Empleo el tiempo pretérito, pero desde luego ahora todo sigue igual, quizá un poco peor. Lo más gratificante es sentirse confuso, embrollado, tan perplejo y castigado que hundo la cabeza entre los brazos, y vuelo entre la página y la posible escritura.
Me he adaptado a un mundo que nunca fue mío. No he ganado nada con la escritura, por el contrario, he perdido. Y ese es otro asunto sospechoso y repugnante. Me pregunto, ¿por qué diablos voy a escribir? ¿qué hago esta noche?, huir, convertirme en ejecutivo, probar suerte en Antofagasta, partir y volver la espalda, no volver nunca más, saltar al río, terminar con todo, cada vez que pienso en esto el párrafo comienza a escribirse a sí mismo. Todo ello lo acepto, porque de algún modo me resulta ajeno.
César Valdebenito.