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En este número:
Del Diamante, por Pedro Aldunate.
Fijo desencanto, por Rodrigo Palominos. La Fotografía, por Ángela Neira. |
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En las entrañas de la tierra muy al fondo la oscuridad le da vida, como si fuera su hijo lo ve crecer en su silenciosa negrura el tiempo no corre para el animal subterráneo la luz la sabe desde el comienzo como un recuerdo como una llama está prendido el secreto muy al fondo como la luz que ha crecido en la penumbra se va revelando en centellas de cristal, se va fraguando la alquimia en el carbón hasta que nace el diamante de su oscura gruta como el destello de los ojos del poeta en el silencio nace y brilla y deja pasar la luz como las palabras que nacen de su silencio y brilla.
Pedro Aldunate
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Ha sido tanta tonta esta fijeza Esta fijeza Esta fijeza Esta fijeza Con esta Pureza Esta etérea pureza Que mana de sus ojos Azulísimos. Fornicado no habrá seguramente ya Y de celestial Sólo le van quedando Las pupilas. Dejaré de masturbarme con pétalos De rosas, La miraré vulvamente, Y como es tanta tonta Esta pureza, ---lo fijo,--- es que nuevamente ella, la fatídica muchacha, se transfigure volátilmente, airosamente, desesperadamente, en Ella.
Rodrigo Palominos, estudiante de la Facultad de Farmacia
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Simón no fuma, Simón es vulnerable a cualquier circunstancia que implique respuestas inmediatas. Aún sabiendo esto le ofrezco cigarrillos, Simón acepta. Estoy segura, él me quiere decir algo, pero no se atreve a pesar de llevar unos litros de cerveza en su organismo. Simón, completamente ebrio, observa la “hermosura” del paisaje arrancado de una desechable película de terror. Mis ojos sólo ven arbustos caídos, pastos quemados y basura. (EMILIA SIENTE QUE LA FANTASÍA DEL SER AMADO LA ENVUELVE EN UNA APOTEOSIS NEGRUZCA. SUCEDE A MENUDO CUANDO EL ALCOHOL SE MEZCLA CON LA SANGRE DE SUS VENAS INFLAMADAS) Quiero orinar. Tengo el rostro tirante y la típica sonrisa de oreja a oreja. Corro por los rieles escarchados; en el vagón más cercano bajo mis pantalones, estaba descargando la vejiga cuando llegó Simón y agresivo clavó sus pupilas en las mías (desorientadas). Subo con gran equilibrio mis pantalones salpicados (bailando en un cable de alta tensión). Así y todo me acerqué a él, de improviso apareció su respiración constante cerca de esta boca reseca. (EMILIA VE AL UNIVERSO BAJO SUS PIES, SOBRE SU ESPALDA ENVEJECIDA Y ARRIBA DE SU CABEZA QUE PESA Y DUELE TAL CUAL LA CRUZ DE JESUCRISTO) Simón, por fin un beso llega hasta el estómago. Simón, tengo retorcijones que me harán vomitar. Deambulo por la estructura de este hombre, con la yema de los dedos desabrocho el jeans vendado a sus piernas indiferentes, se lo bajo minuciosamente mientras se saca la camisa ensangrentada (por la caída de los matorrales). Ahora el pasto arrastra nuestros sudores en la tarde de luna llena. Te acercas excitado a mi festividad y te alejas vagamente por segundos. Tu espalda es la del prototipo de ser transgresor, tu espalda llora lágrimas escarlata; yo las saboreo y marco una pausa de placer por cada gota de tu cuerpo. Simón y yo caminamos cinco o seis cuadras en todas direcciones, quizás nueve o diez. (EL CABELLO DE EMILIA PARECE DANZAR AL VIENTO; OBSTINADO EN CONGELAR LAS FORMAS DE ESTOS DOS SERES BOSQUEJADOS EN LA AVENTURA DE UNA NOCHE COTIZADA POR LUCIÉRNAGAS EMPEÑADAS EN ILUMINAR LAS CALLES) Difícil recordar cómo fue que llegamos al cementerio. Simón habla y habla: “ El silencio me entorpece y la niebla traspasa las únicas tres piezas de ropa que llevo encima”. Veo un gato negro caminando por los charcos de barro; se dirige donde la viejecilla de las palomas, esa que se sienta en los bancos que están frente a la Intendencia. ¿No te acuerdas?, es la viejita que usa una boina azul, es la viuda del indigente que hace algunos meses asesinaron. ¡Emilia! ya me acuerdo, pero qué importa la vieja... Me quedé pegada con la anciana que está sacando del vientre sus intestinos magros y se los lanza al cuadrúpedo. Se vuelve hacia mí y me pide que cuide al gato. Dije sí y al instante se marcho. Buscamos casi media hora al felino. Lo encontré en la calle adoquinada, me acerco cautelosa, cuando ya es mío pasa el camión recolector de basura y revienta al que fue de pelo negro. Los malditos semáforos prenden las luces, verdeamarillorrojo. Ahora que ni siquiera los murciélagos salen a beber sangre de peatones. En el primer asiento del microbús va mi ex pareja, Nenúfar. (miles de evocaciones por segundo). Me siento a su lado; su brazo perdido cae sobre el mío. Conmueve mi corazón, anuncia tres rasguños en los brazos quebrados de frío. Simón se baja del micro sin avisarme, desde la vereda escupe la ventana y sonríe. -Emilia te invito a almorzar a mi casa. -Quedé anonadado con su petición. El oxígeno escapa acelerado, mi corazón quiere romper el pecho que lo guarda hace varios años. (EMILIA TRANSPIRA, SUS IDEAS MEZCLADAS CON LO QUE PUEDE Y LO QUE NO DEBE HACER) II Acostada en el lecho de Nenúfar, recuerdo los paseos que dábamos por el Parque de Lota. -Emilia, bebamos este vino. Tenía la esperanza de que algún día volveríamos a escuchar al sordo Beethoven, volveríamos a observar cómo se viene la noche, volveríamos... -Me bajé de ese columpio acogedor, cerré los ojos y volví a besar a Nenúfar. Reiteré las muecas de antaño. Suena el teléfono y despierto. Tengo en mis manos una fotografía de Nenúfar.
Ángela Neira
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